Muñecos sobre teclado del ordenador /
En toda oficina siempre están algunos de estos compañeros tóxicos: el cabreado, el quejica, el trepa, el vago o el cotilla, ¿sabrías identificarlos?
Los gritos, las contestaciones agresivas y fuera de lugar son sus armas para hacer a la otra persona sentirse incapaz, débil e insegura. Su objetivo es despertar miedo a su alrededor para ser respetado y conseguir sus objetivos.
Siempre hay uno cerca. Su letanía es como un mantra de negatividad que mina el ambiente: su trabajo es un asco, su jefe un inútil, el proyecto un desastre, la moqueta nueva un horror y la cesta de Navidad una birria. Lo peor (más allá del runrún insoportable) es que el tiempo que invierte en quejarse (mucho) no lo dedica a trabajar.
Quiere ascender cuanto antes y lo hará a cualquier precio: se ocupará de echar por tierra la valía de sus compañeros, no dudará en apropiarse de cualquier mérito ajeno y participará gustoso en propagar rumores que le dejen en buen lugar (o perjudiquen a sus rivales). Suelen ser individualistas, egoístas y muy competitivos. ¿Su peor pesadilla? Que el jefe alabe el trabajo de otro compañero.
Su ley es la ley del mínimo esfuerzo (¡y a quién le importa que el resultado sea bueno, malo o regular!). Con frecuencia, han dormido mal o les duele la cabeza y no dudarán en endosarle su trabajo a cualquiera a la mejor ocasión. Por supuesto, nunca se ofrecen para echar una mano. Ojo, porque estas personas raramente cambian y la desgana es una de las actitudes más contagiosas y que peor clima generan.
Es el que lo sabe todo de todos (y lo que no sabe, al final se lo inventa). Así que... ¿qué puedes esperar de él? Desde luego, las preguntas más impertinentes (desde si te han subido el sueldo a si es verdad que te estás divorciando). ¿Qué no puedes esperar de él? Que te guarde un secreto y te sea leal. Propagar chismes y rumores y observar las consecuencias es el mayor aliciente que encuentra en una jornada laboral.