Hay parejas que se instalan en el reproche mutuo. A veces, es uno de sus miembros el que martiriza al otro con un continuo desfile de frases del tipo: "No me haces"·, "¡no me dices", "cómo eres". O con actos recriminatorios: silencios, falta de atención o actuando de manera contraria a la acordada. El que reprocha se coloca en una posición de superioridad, señalando al otro su falta o su incapacidad. Le recrimina nimiedades una y otra vez. Reclama, en definitiva, algo que no le da. Y así se engaña y engaña al otro, porque la posición que adopta en la recriminación solo intenta tapar algo que no soporta de sí mismo.
El reproche proviene de una sexualidad infantil que no ha evolucionado. La primera vinculación que tenemos con la madre, un lazo tan intenso como indiscriminado por parte del hijo, tiene que desaparecer. Si esa inevitable separación no se acepta por el sentimiento de vulnerabilidad que conlleva, se tratará de recrear en las relaciones posteriores una fusión total. Y en un vínculo amoroso de tales características se idealiza al otro.
En la primera etapa del enamoramiento sucede algo parecido. Cuando esa idealización cae, puede suceder que nos quejemos de que la otra persona ya no es como antes, cuando en realidad lo que ha cambiado es la forma en que se le mira. Cuando los reproches se instalan en una relación, puede acabar deteriorándola. Conviene, pues, pararlos y reflexionar sobre lo que está pasando.
"¡Basta ya! Llevas todo el día con que no he hecho esto o lo otro. ¿Sabes lo que te digo?, que haga lo que haga, siempre me regañas", le dice Daniel a Celia. "No es cierto -responde ella-, eres tú el que siempre se está quejando de las cosas que hago. Me sacas de quicio para después llamarme histérica".
Daniel se marcha dando un portazo y Celia piensa que ojalá no vuelva. Una hora después, ella empieza a preocuparse, porque él nunca tarda tanto en volver. El pensamiento de Celia ha sido un arrebato en la línea de la cantidad de reproches que se hacen últimamente. Se casaron enamorados, pero su relación se ha convertido en un continuo intercambio de censuras. A las dos horas, Daniel llega diciendo está harto de discutir. Ella pregunta: "¿Qué nos está pasando?".
Si no aceptamos las carencias propias, suponemos que el otro tampoco debe tenerlas y le reprochamos aspectos de nuestra forma de ser que evocan lo que no podemos resolver.
El que no pone límites a los reproches que le hacen puede estar dejándose castigar por el otro para aliviar culpas inconscientes.
Utilizamos al otro como un espejo de lo que nos gustaría ser. En alguna medida, le pedimos que actúe como nosotras lo haríamos, sin aceptar la diferencia. Si nos hemos sentido muy exigidas, podemos convertirnos en personas demasiado exigentes.
Hace poco, la madre de Celia sufrió una larga enfermedad y cuidarla fue agotador, pues su relación con ella siempre había sido ambivalente. La quería mucho, pero también le reprochaba no haberle dado la atención necesaria. De niña, no se pudo apenas ocupar de ella. Lo hicieron sus abuelos, porque su madre siempre estaba enferma y su padre ausente. Celia reclama ahora a Daniel un imposible: le reprocha tantas cosas porque quiere que cubra una falla materna que ella vivió en su infancia. Cuando lo conoció, se enamoró de él, entre otras razones, porque tenían una alianza inconsciente en la que ambos se identificaban.
Daniel también tenía una relación con su madre un poco difícil, pero estaba muy unido a ella. Su padre solía intervenir poco y él siempre le había reprochado que no parase a su madre cuando se alteraba. Así pues, Daniel le echa en cara a Celia lo mismo que no soportaba en su propia madre. Sin darse cuenta, la empuja a que se enfade, e intenta hacer lo que le hubiera gustado que hiciera su padre.
Ambos se habían enamorado del otro vistiéndole con el disfraz de sus deseos y suponiendo que les iba a proporcionar lo que no habían recibido durante su infancia. Ahora, con la enfermedad de su madre, Celia ha renovado sus demandas, pero esta vez se las dirige a Daniel. Y como ve que él tiene fallos, le recrimina, porque la situación le evoca los defectos de su madre. Daniel, por su parte, imagina a Celia como su madre para intentar resolver la atadura interna que tiene con ella. Ambos repiten, sin saberlo, algo que pertenece a su pasado, en un intento de elaborarlo.
Cuando se reprocha, se señala en la pareja algo que falta, se le recrimina sus limitaciones. Sería conveniente reflexionar sobre hasta que punto nunca se ha aceptado al otro como es.
Si el nivel de reproche es muy elevado, habría que reflexionar sobre si estamos desplazando a la pareja una petición que proviene de nuestra infancia.
Los reproches se paran cuando deseamos cambiar el lugar que ocupamos respecto al otro. Hay que dejar de ser demasiado exigente, tanto con el otro como con nosotros mismos.
Después de hablar, ambos son capaces de reconocer que están un poco intransigentes con el otro y se prometen reflexionar sobre el porqué no se apoyan en lugar de agredirse mutuamente. Consiguen llegar a una buena conclusión: la mejor forma de parar los reproches pasa por preguntarse sobre la responsabilidad de cada uno en lo que les está ocurriendo. Es un primer paso.
Los reproches casi siempre son destructivos y el amor es una construcción donde se tiene que aceptar al otro tal y como es y no como nos viene bien que sea. En la elección que hemos hecho ya estamos cubriendo alguno de nuestros deseos, pero no hay que seguir en la exigencia infantil de pedir demasiado. La imagen que uno se hace del otro está determinada, en primer término y de forma intensa, por los objetos internos, es decir, por los posos que han ido dejando en cada uno las experiencias previas con personas importantes.
20 de enero-18 de febrero
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