Constance Hall es una bloguera australiana, madre de cinco hijos, que da, sin paños calientes, sus opiniones sobre la maternidad y sus alrededores . Es también una mujer que llega exhausta al final del día. "Pide ayuda, mujer", le aconsejaron sus amigas. Y lo hizo. Empezó a ser muy específica con su pareja, según ella misma relata: "¿Puedes sacar la basura? ¿Puedes despertar a los niños? Estoy un poco cansada de haberlo hecho yo sola durante lo que me han parecido 329 años". Y comenzó a recibir la ansiada colaboración, hasta que pensó que él habría pillado la idea. Gran error. "¿Sabéis qué pasó en el momento en que dejé de pedirle ayuda? NADA. Otra vez". Tras constatar que a sus obligaciones diarias tendría que sumarle la de hacer la lista de tareas de su marido, escribió una furibunda queja en Facebook que se hizo viral. Millones de mujeres en todo el mundo se sintieron identificadas. Y así fue como volvimos a poner sobre la mesa el asunto de la carga mental.
Porque el concepto no es nuevo: la investigadora Nicole Brais, de la Universidad de Laval (Canadá), lo acuñó en los años 80. "La carga mental se refiere a ese trabajo de gestión, organización y planificación que nadie ve pero que es constante e inaplazable y cuya meta es satisfacer las necesidades de cada miembro de la familia", explica la investigadora. Una tarea fantasma. Un trabajo invisible que consiste en planificar el día a día de la familia: quién hace qué y cuándo, qué cosas están pendientes, cuáles son más urgentes y cuáles pueden esperar.
Decidir, decidir, decidir: qué cenamos, a qué pediatra hay que llevar al pequeño, cuándo conviene que venga el fontanero a revisar la caldera… La vida se transforma en una checklist de tareas que se renueva continuamente y que nos mantiene alerta, a menudo, hasta bien entrada la noche.
" La vida familiar se lleva como una pequeña empresa que requiere dotes de mando, anticipación y planificación ", asegura el autor francés François Fatoux, experto en igualdad, en su libro ¿Y si dejamos a un lado al ama de casa?
Esas exigencias convierten nuestra vida en un ejercicio permanente de malabarismo entre el hogar, la familia y el trabajo. Y el CEO del hogar con más brazos que un pulpo, pero sin salario ni horario, sobre el que recae la responsabilidad de que el mundo familiar siga girando es, salvo excepciones, una mujer. En todos los estatus sociales y laborales. "La responsabilidad no cambia, se trate de mujeres en mandos intermedios o incluso directivas. A igual –o mayor– responsabilidad profesional de la mujer, la logística sigue siendo cosa de ella", asegura la psicóloga Mª Jesús Álava-Reyes, autora de Trabajar sin sufrir.
Y quienes más sufren ese peso son las familias monoparentales. O monomarentales, como las llaman ya muchos expertos porque el término se ciñe con mayor precisión a la realidad. En España hay casi dos millones de familias de este tipo, el 82% con una mujer al frente, sin otro adulto con quien repartir las tareas domésticas.
"Las madres solas con hijos lo pasan mal y consiguen salir adelante con verdaderos obstáculos logísticos y económicos, especialmente si no cuentan con una red de apoyo familiar y social. El 36% de ellas afirma que no puede contar con nadie cuando surge un problema", señala el informe Más solas que nunca, realizado por la ONG Save the Children.
La economista Laura Sagnier, autora del estudio 'Las mujeres hoy' (Deusto), ha pasado cuatro intensos años analizando la vida de un grupo de mujeres que representa a 15 millones de españolas para saber cómo son, qué piensan y cómo se sienten. Llama " madres coraje " a las que están al frente de hogares monomarentales: el 94% trabajan fuera y, además, se ocupan prácticamente solas de las labores de la casa y de la educación de sus hijos. Pocas recurren a algún tipo de ayuda externa remunerada. La mitad manifestó en el estudio que su vida se encuentra por debajo (o muy por debajo) de las expectativas que se habían creado y el grado medio de felicidad entre quienes viven en esta situación es una de las más bajas de toda la muestra.
Pero el reparto de tareas también sigue muy desequilibrado en los hogares con dos adultos al frente. Cuando viven en pareja, ellas realizan el 76% de los quehaceres relativos al cuidado y la educación de los hijos . Y, al ritmo al que se están incorporando los hombres a este asunto, faltan dos o tres generaciones para que la labor de padres y madres se iguale. En cuanto a las tareas del hogar, ellas se encargan del 74% y solo un tercio de las parejas se considera equilibrada. Traducido a tiempo: ellas le dedican cuatro horas y 45 minutos diarios y ellos, la mitad: dos horas y 34 minutos por jornada.
La dibujante francesa Emma Clit ya le había puesto nombre a aquello que le pasó a la bloguera australiana. En un cómic titulado 'Fallait demander' (algo así como "me lo podrías haber pedido"), que en España se ha editado como 'La carga mental' (Random House Mondadori). Clit muestra escenas cotidianas que reflejan cómo nos cuesta pasar por alto una cesta de ropa sucia o una nevera sin leche para el desayuno, y cómo a ellos no les sucede igual. "Si le pido a mi pareja que ordene la mesa, hará eso, ordenar la mesa. Y punto", asegura Clit. Nosotras enlazaremos a esa varias tareas, porque las mujeres no pueden dejar de funcionar en modo "tengo que".
Clit tiene 200.000 seguidores en Facebook y se define como " feminista de lo cotidiano". Su radiografía, divertida y triste a un tiempo, ha señalado con el dedo el malestar de las agotadas mujeres de este siglo. "Esa carga mental hace que perdamos independencia, libertad y poder", asegura.
Pero, ¿por qué las mujeres asumen ese papel de hiperadministradoras? "Primero, porque a la sociedad le interesa que sigan haciendo ese trabajo gratis", responde la dibujante. La psicóloga María Jesús Álava-Reyes añade: " Muchas mujeres son profesionales y quieren huir por completo del perfil del ama de casa tradicional. Pero, debido a la presión y el afán de perfeccionismo, acaban destrozadas. Son mujeres con baja tolerancia a los imprevistos, a que las cosas se hagan de una forma distinta a la que habían programado".
¿Y a qué se debe este nivel de exigencia? ¿Por qué nos sigue preocupando que la casa esté impecable, igual que a nuestras madres? " Lo que hemos visto en nuestras casas durante años no cambia de la noche a la mañana –dice la psicóloga–. Hay exigencia, pero también intransigencia y necesidad de control. Las mujeres se perdonan mal los fallos. Nosotras mismas nos disparamos en el pie por querer controlarlo todo. No delegamos".
Y esta constante preocupación puede acabar pasando factura a nuestra salud. Supone un plus de estrés que afecta a la presión arterial pero, sobre todo, a nuestra salud mental. Álava-Reyes señala que las mujeres sufren tres veces más crisis depresivas relacionadas con cuestiones familiares que los hombres.
Y muy especialmente, según se extrae del trabajo de Save the Children, en el caso de las familias monoparentales. En estas familias, los niveles de agotamiento pueden ser altísimos y terminar generando patologías físicas y emocionales, porque el autocuidado queda relegado hasta que surge un problema. Dos de cada diez madres solas con hijos han tenido algún tipo de trastorno mental asociado a depresión o crisis de ansiedad: el doble que en el resto de los hogares.
Por eso es importante que asumamos estrategias para descargar nuestra mochila mental. Hay quienes apuestan por medidas drásticas: una semana de "vacaciones", sin cargas, bastará para que tomemos conciencia del peso que cargamos... y para que los demás miembros del hogar también lo noten, en cuanto empiecen a fallar los engranajes rutinarios.
Durante este descanso, hay que hacer el ejercicio mental de reconocer qué parte de la carga mental es esencial y cuál es superflua. Así podremos identificarla, reducirla y redistribuirla de forma más igualitaria.
El siguiente paso lógico consiste en delegar. Hay que asignar la responsabilidad de las tareas domésticas generales a otros miembros de la familia.
Esto atañe a la pareja, pero también a los niños; un elemento que ha agravado la situación en los últimos años es la forma en la que los educamos, sobreprotectora y exigente, lo que multiplica el control, la vigilancia, la planificación, la necesidad de decidir. " Nos quejamos de que nuestras parejas no se implican, pero nosotras también sobreprotegemos a nuestros hijos y no les enseñamos a hacerse cargo de las cosas", apunta Álava-Reyes.
Delegar significa abstenerse de toda responsabilidad (y eso incluye el pensamiento y la planificación), pero también de cualquier juicio sobre las decisiones que toman otros o sobre los resultados. Salvo aquellos casos en los que las decisiones domésticas deficientes impliquen consecuencias graves, permitamos que cada uno aprenda de sus errores. Sí: aunque te den ganas de jurar en arameo al descubrir que no hay agua caliente porque alguien olvidó llamar al fontanero, ¡respira hondo y que se ocupe otro!
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