Arthur Brooks no es solo un aclamado profesor de Harvard con las aulas abarrotadas de alumnos, casi discípulos, sino un gurú que va por el mundo hablando de eso tan escurridizo y abstracto que es la felicidad. Lo mejor es que lo hace como científico social, pero también como uno más entre el común de los mortales. Tampoco él se libró de la maldita crisis de la edad: «Durante los últimos años he estado en una búsqueda personal para que mi futuro pase de ser algo temido a convertirse en una oportunidad de progreso».
Así lo confiesa en su libro La madurez inteligente (Valor Editions), donde da las claves para «alcanzar el éxito, la felicidad y un propósito profundo en la segunda mitad de la vida». No niega Brooks que «el declive es inevitable». Pero compensa la evidencia con una palmadita en el hombro: «Envejecer no es solo una mala noticia». Y no está hablando, según matiza, «de tener nietos o un apartamento en Sarasota, aunque eso también tiene que ser bueno, sino de transformar ese declive, cultivando las parcelas en las que naturalmente nos volvemos más inteligentes y hábiles». El truco para mejorar según pasa el tiempo es, a su juicio, «comprender, desarrollar y practicar estas nuevas fortalezas».
El autor va al grano e interpela al lector: «Si está experimentando una disminución de la inteligencia fluida, y así es si tiene usted mi edad (60 años), eso no significa que está acabado». ¿Qué significa entonces? «Que es hora de saltar de la curva de la inteligencia fluida a la de la cristalizada». No hacerlo, recalca, es un error: «Aquellos que luchan contra el tiempo están tratando de doblar la curva antigua en lugar de llegar a la nueva».
Brooks lo tiene claro y los datos que maneja le dan la razón: «Las personas que son más felices y están más satisfechas a sus 50, 60 y 70 años son las que dieron ese salto». Y hasta pone ejemplos. De hecho, nos invita a ser como Bach, que pasó «de ser un innovador musical a un maestro profesor». Al final, se trata de reinventarse. No perdiendo de vista algo que le dijo una vez el Dalai Lama: «La gente tiene diez dedos, pero compra veinte anillos». Y atendiendo también a un pensamiento del filósofo Arthur Schopenhauer, el maestro del pesimismo que nos ayudó a vivir mejor: «La riqueza es como el agua de mar; cuanta más bebemos, más sed tenemos, y lo mismo ocurre con la fama».
Para dar dicho salto, el experto en felicidad aconseja desarrollar las relaciones, comenzar un viaje espiritual y aceptar nuestras debilidades. Tres mandamientos que se resumen en uno: «Envejezca compartiendo las cosas que cree que son más importantes». Esta tarea se completa con la eliminación de las tres fuerzas que suelen actuar de freno. A saber: la adicción al trabajo y al éxito, el apego a las recompensas mundanas y el miedo al declive.
Arthur Brooks es profesor de la Escuela de Negocios de Harvard. /
De todos estos asuntos hemos hablado con el profesor de Práctica de Gestión en la Escuela de Negocios de la Universidad de Harvard, que en otro tiempo fue trompista en la Orquesta de la Ciudad de Barcelona, donde, por cierto, conoció a su mujer, Ester Munt, que él llama «mi gurú».
MUJER HOY. La madurez inteligente es toda una declaración de intenciones en un mundo herido de edadismo. ¿Cómo ve los tiempos que vivimos?
ARTHUR BROOKS. En el mundo actual, especialmente para los que se esfuerzan en ser excelentes, envejecer es difícil (habla de la «maldición del luchador»). El mundo nos dice que los logros son primordiales: debemos ascender a la cima de nuestro campo, resolver problemas complicados o crear cosas maravillosas. Esa es la marca del éxito para el mundo. Sin embargo, a medida que envejecemos, somos menos capaces de estos logros. No porque seamos completamente incapaces, sino porque nuestra inteligencia fluida, la capacidad de resolver problemas complejos y pensar con rapidez, disminuye naturalmente con la edad.
En paralelo, ¿qué mensaje ha querido transmitir con su libro?
Mi sugerencia principal es que las personas mayores no « rabien contra la muerte de la luz» (en alusión a «Rage, rage against the dying of the light», el verso de Dylan Thomas), por así decirlo, sino que acepten los hermosos talentos que se desarrollan de forma natural a lo largo de nuestras vidas. No importa quien seas. Según tu inteligencia fluida se vaya desvaneciendo, la cristalizada crecerá. Eso, en resumen, es la sabiduría: la capacidad de enseñar a los demás todo lo que hemos aprendido y de detectar patrones en los negocios y en la vida. Se trata de pisar sobre tu curva de inteligencia cristalizada en lugar de luchar por mantenerte en tu curva de inteligencia fluida. Esta transición nos hace personas mucho más felices.
¿Cuáles serían los pasos para llegar a esta madurez inteligente?
La madurez inteligente se basa en la distinción entre esas dos inteligencias. La madurez a lo largo de la mediana edad y la vejez significa reconocer que las semanas laborales interminables, que alguna vez nos llenaron de energía y entusiasmo, no nos dan la misma recompensa, porque ese tipo de trabajo es mucho más difícil cuando nos vamos haciendo mayores.
Un abogado con madurez inteligente hará la transición a socio de su bufete, en lugar de, digamos, luchar para permanecer como un litigante estrella. En mi propia vida, mi carrera académica antes implicaba escribir artículos terriblemente complejos llenos de matemáticas difíciles. Hoy soy mucho menos apto para ese trabajo. En cambio, mi verdadera habilidad reside en enseñar a otros y traducir lo que las ciencias sociales y la filosofía tienen que decir sobre cómo construir una vida más feliz.
La felicidad es la especialidad de Arthur Brooks. /
¿Qué es la felicidad? ¿Estamos obsesionados con ella y al mismo tiempo poco preparados para la infelicidad?
Lo primero que hay que saber es que la felicidad no es un sentimiento. Si la concebimos simplemente como un sentimiento de bienestar o de malestar, en primer lugar estamos dejando que las circunstancias externas manden sobre ella. Quienes están obsesionados con la felicidad según esta definición trabajarán a toda costa para sentirse bien. Y cuando la infelicidad los encuentre inevitablemente, no estarán preparados para sufrir.
Explíquenos eso.
La felicidad se define como tener un equilibrio y una abundancia de tres «macronutrientes»: disfrute, satisfacción y significado. El disfrute es mucho más profundo que el placer y, en cambio, añade personas y recuerdos a las experiencias placenteras. La satisfacción es algo así como la alegría después de la lucha, para lo que los humanos estamos especialmente programados. El significado es el macronutriente más misterioso de todos, pero requiere que tengamos respuestas sobre por qué suceden las cosas en la vida, para qué estamos en la Tierra y por qué nuestra vida es importante. Tradicionalmente, estas preguntas sobre el significado se responden mejor mediante una práctica de fe, pero una filosofía de vida coherente producirá beneficios similares.
Entonces, ¿deberíamos volcarnos en ser tranquilamente felices en vez de luchar y afanarnos tanto por ser especiales?
Por supuesto. Los que se esfuerzan por destacar en lo que hacen tienden a elegir ser especiales en lugar de ser felices. Así lo hacen todos mis estudiantes de la Escuela de Negocios de Harvard. Dicho de otra manera, tienden a anteponer las metas mundanas (alcanzar un umbral de riqueza, obtener un título distinguido o conseguir un trabajo prestigioso) a metas como entregar su corazón, formar una familia o desarrollar amistades «reales» en vez de «de negocios».
Las primeras nos ayudan a sentirnos especiales; las segundas nos ponen en el camino de ser más felices. Por supuesto, no siempre deberían estar en conflicto, pero nuestras metas principales en la vida deberían girar en torno a las relaciones amorosas con los demás, y tal vez con lo divino. Afortunadamente, muchos datos muestran que poner estos objetivos en primer plano nos ayuda a tener más éxito a largo plazo.
Silencio, desprendimiento, contemplación, presente. ¿Qué le dicen estas palabras?
Todas estas son palabras que se utilizan en la práctica de la meditación y son cada vez más raras en la cultura actual, cargada de tecnología y ajetreo. En los tiempos modernos, es raro tener un momento de silencio. Un momento de despegarse de lo que el mundo dice que deberíamos tener, o incluso de nuestros propios sentimientos. De hacerse preguntas profundas sobre el significado de nuestras vidas, o de permanecer en el presente. Sin embargo, miramos constantemente hacia nuestras ambiciones o preocupaciones futuras.
La verdad, por contra, es que necesitamos practicar cada uno de estos actos meditativos, más si deseamos entrar en contacto con la razón por la que estamos vivos y con nuestra misión en la Tierra. ¿El truco? Reducir el ritmo y reservar tiempo en el calendario para la contemplación silenciosa, tan seriamente como programaríamos una reunión con nuestro jefe.