Hay que prestar oídos a El cerebro musical, el libro que firma el fisiólogo, divulgador y músico canadiense Michel Rochon. Sus páginas están llenas de asombrosas historias humanas, médicas y científicas relacionadas con la música que son dignas de escucharse. Rochon embarca a su auditorio en un apasionante viaje a través de notas y neuronas, como ya anticipa la segunda parte del título.
Desde el silencio del universo hasta qué nos espera musicalmente con la inteligencia artificial . El también conferenciante eleva el tono cuando se hace eco de varios estudios recientes según los cuales «practicar música ralentiza el deterioro cognitivo». De hecho, «los investigadores confirman todos los beneficios de tocar música para la concentración y la memoria , incluso a medida que uno envejece». Al tiempo, nos invita a ser modestos: «¡No se puede empezar un entrenamiento musical a los sesenta años abordando el Concierto para piano n.º 3 de Rajmáninov!». Por si acaso.
Rajmáninov aparte, la cosa es que «la neurociencia confirma que la música tiene un gran impacto en nuestro cerebro y estimula muchas de las regiones responsables del placer y la recompensa, entre otras cosas, por lo que obtenemos muchos beneficios de ella». Como nos comenta el fisiólogo, «la música se ha convertido en una forma extraordinaria de entender mejor cómo funciona el cerebro, puesto que afecta a más de treinta regiones, tanto en lo que se refiere a la decodificación como a sus efectos sobre tus emociones y pensamientos ». Y lo dice alguien que tuvo en sus manos un cerebro humano por primera vez a los veintiún años. Estaba empezando su formación en Neurofisiología en el Instituto-Hospital Neurológico de Montreal.
Michel Rochon toca desde niño. Y ahora improvisa e interpreta piezas populares al piano en su concierto-conferencia Le Piano à Paroles, «donde propongo un viaje al cerebro a través de estas músicas». Con ello quiere incitar al público a reflexionar sobre la percepción musical, su funcionamiento y su importancia en la vida. Los comentarios del público, como cabía imaginar, le han emocionado en muchas ocasiones.
Por algo es «el lenguaje universal de la humanidad», nos dice el autor de El cerebro musical (Ático de los Libros). Las explicaciones vienen solas: «La música trasciende el espacio, el tiempo y la cultura. La música de todas las civilizaciones y culturas tiene el poder de conmovernos». Aunque al mismo tiempo nos recuerda que «su invención, un proceso gradual que se ha ido perfeccionando a lo largo de 100.000 años, tenía inicialmente por objeto crear cohesión social en torno a los rituales del amor, la guerra, la cosecha, la caza y las grandes etapas de la vida».
Pero los tiempos adelantan que es una barbaridad, y hoy ponemos música a todas horas. Rochon también: «La añadimos a nuestros rituales individuales, no solo a los colectivos. Yo escucho música para leer, entrenar, trabajar o limpiar la casa. Se trata de una innovación en la historia de la humanidad que debemos a la reciente invención de la radio e internet».
¿Sería posible un mundo sin música? No nos lo imaginamos. Tampoco Nietzsche, para quien «la vida sin música es sencillamente un error, una fatiga, un exilio». Rochon lo corrobora: «Nunca hemos escuchado tanta música como hoy en día. Por ejemplo, durante la pandemia del covid-19 , la humanidad se refugió en la música. Las estadísticas de la industria muestran que escuchamos como nunca antes en la historia».
Durante dicho periodo, «los compositores escribieron lo que los investigadores llaman ahora coronamúsica, música escrita para aliviarnos de la depresión y la ansiedad causadas por el aislamiento y el miedo a la enfermedad». Así que sigue cumpliendo su papel, personal y social, «para expresar nuestros sentimientos más profundos».
Como toca todos los palos, la música es igualmente clave en el ritual de transición de la adolescencia a la edad adulta y «en la forja de una identidad». ¿Qué pasa con los jóvenes? «Se identifican a través de sus gustos musicales, ya sea rap, trap o reguetón. Les encanta la música rítmica y trepidante que aumenta nuestro ritmo cardiaco y estimula nuestro cerebelo para que nos movamos y bailemos». Pero no solo. También se rinden «a las voces fuertes y atractivas que inspiran rebeldía, o al menos compromiso y autoafirmación. Para ellos, la música es una válvula de escape y una confirmación de su lugar en el mundo».
Entonces hay esperanza. Rochon certifica que las preferencias cambian con el tiempo: «De adultos, los jóvenes explorarán otros mundos, y eso está muy bien. Nuestros gustos empiezan en el vientre de nuestra madre y continúan a lo largo de la vida. En este sentido, no hay elecciones buenas o malas, solo música que nos emociona».
En cuanto a la música clásica , lejos de popularizarse, está cada vez más escorada hacia una minoría. A juicio de este pianista, «atraviesa tiempos difíciles en todo Occidente», lo que le parece «un problema multifactorial». ¿Qué hay detrás? En primer lugar, «se ha abandonado en el sistema escolar, tanto en primaria como en secundaria. Como resultado, está fuera de contacto con los oídos y el corazón». En segundo lugar, «sufre un problema de marketing en cuanto a su imagen y forma de presentarse».
Rochon formula una pregunta que hace pensar: «¿Sabías que la música de Johann Sebastian Bach estuvo casi olvidada durante dos siglos?». Y deja otra en el aire: «Si el mensaje contenido en la música clásica responde a las necesidades e interrogantes de nuestra sociedad contemporánea. Para mí, la respuesta es sí. Las obras maestras de Beethoven y Mahler son universales. Solo necesitan ser descubiertas».
No hay que olvidar el ruido excesivo que nos envuelve y que se debe en parte a la música, «que se ha convertido en un runrún continuo en todos los lugares públicos del planeta, y su volumen no deja de aumentar». Tanto es así que Rochon lamenta que «comprar en ciertas tiendas o comer en restaurantes se ha vuelto insoportable. Hay que gritar para conversar». Y, claro, «hay que cuidar los oídos ». Por lo demás, insiste en que «el silencio es oro» y que «los poderes de la música son máximos cuando se elige el momento para escucharla y a un volumen que respete la fragilidad del sistema auditivo».
La música influye, ya se sabe, en el estado de ánimo . Pero ¿qué se pone Michel Rochon en un día triste? «Cuando estoy deprimido, empiezo por escuchar una canción o una pieza musical que me conmueve y me emociona enormemente. Al principio me hace llorar, pero luego me hace pensar en la causa de mi pena. Después, un poco de silencio (¿la mejor música de todas?)». No termina ahí: «Cuando ya he recorrido un largo camino, termino mi autoterapia con un poco de música alegre y bailable para pasar página y ¡seguir con la vida!», nos cuenta.
Para los momentos de felicidad, se reserva música tranquila y suave, «como para prolongar el placer de un fugaz instante de equilibrio». Por eso se refiere a la música como «un amigo íntimo que responde tan bien a cada momento de nuestras vidas, por complejo que sea». Tomamos nota.
20 de enero-18 de febrero
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