Es lo que marca la ideología del “ buenrrollismo” imperante que intenta que afrontemos las crisis como la entrada en una especie de nueva tierra de oportunidades donde uno tiene la “buena ventura” de rehacerse, quemar sus raíces y florecer, como un Jacinto, en pleno invierno. Y ya de paso, en eso de la reorientación de sí mismo, no perder un miserable segundo en someter a análisis crítico lo que está pasando, lo que se está perdiendo y lo que me está obligando (contra mi voluntad) a reinventarme (muchas veces a “falsearme”)…
Y es que, aunque a algunos le cueste asumirlo, “a la fuerza ahorcan”. La menopausia (un proceso natural de envejecimiento que supone la salida de la edad fértil y que causa especial incidencia en las mujeres) es una de estas “crisis” que se pretenden reflejar cada vez más como algo maravilloso que, lejos de un trastorno, va a ser algo que nos va a posibilitar ser una nueva mujer. Y entre esas, quizá olvidamos dos cuestiones fundamentales sobre la menopausia; que es sustancialmente una putada y que hay que afrontarla con valor, sabiduría y entereza, no con trucos de magia.
Esta consideración de ser algo no deseado y que va en nuestro detrimento biológico y psíquico no implica en absoluto que la menopausia (que puede iniciarse casi en la mitad de la vida de una mujer si a la esperanza de vida nos referimos) tenga que ser vista como un ocaso definitivo, una estación término o el fin de nuestras existencias, y una de las luchas que conlleva es que, culturalmente, no sea considerada ni por la sociedad ni por la propia mujer así… Vamos, que no es para tirar cohetes de alegría, como a veces se pretende, pero tampoco como para irse amortajando y considerarse a sí misma como un bien no activo (intelectual, profesional o sexualmente) que debe ya ser anclado en dique seco.
Como decíamos, la menopausia es un proceso (no es que de repente suceda en un día) en el que nuestro cuerpo va progresivamente perdiendo, por una sucesión de cambios fundamentalmente hormonales, la capacidad de ovular, es decir de tener la regla , hasta que ésta desaparece por completo (se estima que una mujer es menopaúsica cuando, a determinada edad y por causas “naturales” consecuentes, hace un año que no tiene ninguna regla).
Este proceso no es siempre homogéneo en su duración ni produce los mismos efectos en todas las mujeres. Hay mujeres (las menos) que lo viven sin grandes alteraciones (sólo con alteraciones), pero hay muchas otras para las que deviene un padecimiento orgánico y psíquico al que no se le acaba nunca de ver el fin y que, en alguno de sus efectos, puede resultar invalidante para la propia persona. Entre las más conocidas “estaciones” de este calvario están las que todas más o menos conocemos; sudoraciones y calores (no me refiero a que una note algo más de calorcito sino a que la temperatura corporal sube y una se empapa de sudor súbitamente, como si todos sus reguladores térmicos se hubieran fundido o vuelto locos), incremento notable de peso y dificultad para recuperar un peso óptimo, dificultad para conciliar el sueño, irritabilidad, sensibilidad y cambios de humor así como dificultades para la concentración y consecuentemente para la memoria, sequedad vaginal , dolores de cabeza más frecuentes y menor calidad en la piel , pérdida de cabello (aunque no así del vello en el cuerpo que tiende a incrementarse) y del mismo modo, incremento del riesgo de padecer osteoporosis, afecciones cardiacas o cáncer… entre otras. Visto lo cual, y volviendo al principio, la menopausia, más que una “oportunidad”, es una señora putada.
Sexualmente y centrándonos en lo fisiológico, intente Vd. ponerse a practicar sexo con esa colección de síntomas… Si a lo mencionado, como a la falta de lubricación vaginal o el incremento de la dispareunia , se le añade algo como la consecuente caída de la libido, la cosa todavía se complica más.
Por tanto y evidentemente, nuestra sexualidad, al igual que nuestra personalidad, se ve sacudida por este gradual proceso hasta que se adquiere cierta adaptación o se hallan trucos y recetas como para sobrellevarlo. Cuando esto se produce, lo habitual es que nuestra sexualidad se pueda seguir desplegando como venía haciéndolo hasta ahora, pues una vez sometidas, más o menos, las alteraciones orgánicas, no hay nada más allá de factores culturales que le impidan a una mujer de cincuenta y cinco o setenta años llevar una vida sexual plenamente satisfactoria.
Si los síntomas son inhabilitantes o demasiado prolongados en el tiempo, y pese a todo lo que suele decir la literatura popular y los trucos de la abuela, nada funciona (que suele ser lo habitual), no hay que resignarse pues existe una herramienta (la única), de enorme eficacia; la llamada THS o “ Terapia Hormonal Sustitutoria”. Bajo la supervisión de un profesional (un/a ginecólogo/a o médicos especialistas en la llamada “Age Management Medicine”, la THS es, hoy en día, especialmente desde la implantación de las hormonas “bio idénticas” y pese a las reticencias de todavía una parte de la comunidad científica, una vía clínica de plantarle cara eficazmente al asunto… Una forma no de convertir una rana en príncipe pero sí, al menos, de comerse unas apetecibles ancas de rana.
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