Cualquier deuda (por mínima que sea) es demasiada, como dejó claro un personaje de la novela ‘David Copperfield’, de Charles Dickens: "Ingreso anual 20 libras, gasto anual 19 libras, 19 chelines y 6 peniques. Resultado: felicidad. Ingreso anual 20 libras, gasto anual 20 libras y 6 peniques. Resultado: miseria". Pero en el siglo XIX no se aplicaba aún el concepto del apalancamiento financiero, por el que gobiernos, empresas y particulares se endeudan para invertir y generar más riqueza. Podemos pedir un préstamo para estudiar y aspirar después a un puesto de trabajo mejor remunerado o para comprar un inmueble cuyo alquiler o venta nos reporte un beneficio.
Aunque no siempre sale bien, y si no se tiene liquidez, hasta los estados entran en suspensión de pagos. Para no enfrentarse a los temidos números rojos lo importante es calcular bien nuestra capacidad de endeudamiento, es decir cuánto podemos destinar al pago de la deuda a corto plazo, para no cometer errores financieros que no nos podemos permitir. Según las entidades financieras nos recuerdan continuamente, el límite recomendado del dinero destinado a cubrir obligaciones financieras se encuentra entre el 35 y el 40% de nuestros ingresos netos mensuales.
¿Cómo calculo mi deuda?
Seas más prudente o más atrevida en tu relación con el dinero , te identifiques con un eneatipo o con otro, la fórmula para calcular la capacidad de endeudamiento es la misma: ingresos mensuales menos gastos fijos x 0,40. Por ejemplo, si ganamos 1.200 euros y tenemos unos gastos fijos de 300 € (teléfono, luz, transporte, etc.), podríamos destinar hasta 360€ al mes para saldar nuestras deudas.
Según algunos expertos en educación financiera , los costes fijos de una vivienda (alquiler o hipoteca más impuestos o seguros) deben permanecer siempre por debajo del 28% de los ingresos. Pero este cálculo no incluye otros gastos, por lo que no nos ofrece una visión global. Otra proporción que se utiliza normalmente (por ejemplo, lo hacen los bancos antes de conceder una hipoteca) es la regla del 36%. Según este criterio, el total de todas nuestras deudas (vivienda y consumo) no debe superar este porcentaje de nuestros ingresos ( salario y otras ganancias). Pero hay que tener cuidado: si aplicamos estas reglas a nuestros ingresos brutos (antes de impuestos) en lugar de a los netos, podemos confiarnos en exceso y no poder cumplir con nuestras deudas.
Otra forma de obtener una visión global de nuestra situación financiera es calcular la proporción entre nuestra deuda y nuestro patrimonio total. Cuanto más bajo es el porcentaje obtenido de restar a la suma de todos nuestros activos (saldo bancario, inversiones, valor de nuestras propiedades inmobiliarias y posesiones) el total de nuestras deudas (tarjetas, préstamo personal o de consumo, hipoteca…) menor sería nuestro riesgo.
Deudas malas para la salud
Además, si no tenemos en cuenta estos cálculos antes de pedir una hipoteca o adquirir una nueva deuda cuando ya estamos pagando otro préstamo no solo tendremos problemas económicos. Las deudas nos quitan el sueño. Y no es una forma de hablar. Las consecuencias de asumir más deudas de las que podemos hacer frente son ansiedad (la enfermedad del siglo XXI, según la OMS), el estrés y la depresión.
Las personas endeudadas sobredimensionan los efectos negativos y no valoran el esfuerzo que realizan para pagarlas, lo que aumenta aún más su ansiedad. La imposibilidad de cambiar la situación o la lentitud con la que pagamos nuestros préstamos (sobre todo ahora que los intereses de nuestra cuota hipotecaria se han incrementad o tanto) pueden generar frustración y estrés. Algunas personas pueden caer en una actitud depresiva y abandonar el esfuerzo por pagar la deuda, aceptando la inscripción en el fichero de morosos (lo que nos hará la vida imposible si decidimos pedir otro crédito).
Dos estrategias: método bola de nieve o método avalancha
Para controlar nuestra deuda es, por tanto, necesario controlar también nuestras emociones y no dejar que el estrés financiero nos domine. Síntomas de que no estamos gestionando bien la situación son, por ejemplo, ocultar las deudas a nuestra pareja , dejar de mirar el saldo de nuestra cuenta corriente o utilizar por sistema la tarjeta de crédito para pagar las deudas, generando así aún más intereses.
Una vez controlado el pánico, y la tentación de esconder la cabeza en la arena por si (por un milagro) la deuda desaparece, podemos optar por dos estrategias para acabar con ella: el método bola de nieve o el método avalancha. El primero se basa en liquidar primero el préstamo más pequeño y utilizar ese dinero que ya no utilizamos para pagarlo para rebajar la siguiente deuda, y acelerar así el ritmo.
Por el contrario, el método avalancha aconseja dedicar todos nuestros esfuerzos financieros a pagar primero el préstamo con la tasa de interés más alta e ir eliminando las deudas más costosas las primeras para pagar en conjunto menos intereses.