La periodista y premio Nobel de la Paz María Ressa. /
Cada vez que María Ressa (Manila, 1963) quiere viajar al extranjero, tiene que pedir un permiso especial a los jueces filipinos que dirimen su caso. También tuvo que hacerlo cuando, en 2021, viajó a Oslo para recibir, junto al periodista ruso Dmitry Muratov, el premio Nobel de la Paz por su activismo en la defensa de la libertad de prensa.
Ressa, que durante más de dos décadas trabajó como periodista de investigación de la CNN en el sudeste asiático, saltó a la fama en 2012 al fundar Rappler, un medio de noticias online que rápidamente se convirtió en uno de los más populares del país asiático, pero también en el azote mediático del Gobierno autoritario de Rodrigo Duterte. El mismo que, en 2019, ordenó su arresto (retransmitido por streaming) y que impuso 10 cargos contra ella que todavía se dirimen en los tribunales.
Pese a todo, la periodista, que es expresiva, simpática y de un entusiasmo contagioso incluso a través de Zoom, nunca se ha dejado llevar por el miedo. Ni cuando en su país le acusaban de ser una espía a sueldo de la CIA ni ahora que el panorama geopolítico es más sombrío de lo que ha sido en décadas. Su trabajo como periodista, dice, es llamar a las cosas por su nombre. Y señalar a los responsables. Y eso es, exactamente, lo que hace.
Mujerhoy. ¿Cómo definiría en pocas palabras el momento político que estamos viviendo desde que Donald Trump juró su segundo mandato como presidente de Estados Unidos, el 20 de enero?
María Ressa. Supongo que el resumen sencillo es que los tipos buenos se han convertido en los tipos malos. Estados Unidos ha adoptado las posiciones de Rusia. Eso significa que el país más poderoso del mundo, el que sostenía la dinámica de poder desde la Guerra Fría, ha virado y que Europa debe alzarse para defender sus valores. Lo vimos claramente cuando votaron a favor de eliminar la mención que se hacía de la invasión rusa en Ucrania ante la ONU. Para mí, eso era impensable porque va en contra de uno de los principios fundamentales de las Naciones Unidas: un país no puede invadir a otro. Eso nos lleva a un mundo de impunidad. Antes, nos regíamos por las leyes. Desde que en 2014 Rusia invadió Crimea, la gran pregunta es si todavía sigue existiendo el estado de derecho.
¿Habíamos dado por sentadas las democracias?
Absolutamente. En Filipinas lo llamamos la «muerte por mil heridas». Es como morir después de sufrir mil de esos pequeños cortes que te haces con un papel. Son pequeños, pero te acaban desangrando. Y como dicen en Indonesia, el clavo que sobresale recibe un martillazo. De una manera extraña, yo me vi forzada a hacer eso cuando el Gobierno de Filipinas puso en el punto de mira a Rappler. Tuve que plantarme, porque estaba claro que era lo correcto. Cuando llega tu momento, tienes que hacerlo.
¿Cuál es su situación legal en estos momentos?
El presidente de Filipinas y su Gobierno presentaron 10 cargos criminales contra mí. He ganado ocho, pero ha ocupado casi ocho años de vida. Me quedan dos y uno todavía podría llevarme a prisión siete años. He perdido mis derechos durante casi una década.
Decía que el camino hacia una dictadura es un proceso de desgaste lento de las democracias. ¿Cómo funciona?
Ocurre lentamente y empieza por la tecnología. La inteligencia artificial en las redes sociales ha difuminado las líneas entre realidad y ficción y, a partir de 2022, ha sustituido literalmente la realidad por la ficción creando realidades alternativas. Es la personalización de la que siempre hablan los tecnólogos. Pero la realidad es que cada uno no puede tener su propio mundo. Vivimos en un solo mundo para todos. Y si hemos decidido formar parte de las Naciones Unidas, tenemos que vivir según las leyes. Así que, respondiendo a tu pregunta de antes: sí, hemos dado por sentadas las democracias porque los cambios ocurren de manera gradual. Como hubiera dicho Madeleine Albright [secretaria de Estado de EE.UU. durante el Gobierno de Bill Clinton] es como cortar un salami en rodajas. Al final, no queda nada.
En 2021, Ressa recibió el Nobel de la Paz junto al periodista ruso Dmitry Muratov. /
Cuando hablamos de dictadores solemos pensar en dirigentes políticos, pero usted apunta también a los líderes tecnológicos. ¿Por qué?
Ellos fueron los primeros. Se llama impunidad. En mi libro, Cómo luchar contra un dictador, comparo a Duterte con Mark Zuckerberg. ¿Quién de los dos es un mayor dictador? Para mí Zuckerberg: nunca nadie le ha elegido y sus decisiones han tenido un impacto global. Su eslogan es: «Muévete rápido, rompe cosas». Y lo hizo. Rompió la democracia y nunca se ha responsabilizado. Muratov y yo propusimos un plan de acción para tratar de poner freno a esa impunidad.
¿En qué consistía?
Lo primero es detener la vigilancia con ánimo de lucro, que es utilizar nuestros datos para manipularnos sin nuestro consentimiento, lo que [la socióloga] Shoshana Zuboff llama «capitalismo de vigilancia». Lo segundo es frenar el sesgo de los algoritmos. Si eres mujer, miembro del colectivo LGTBQ, si estás marginalizado en el mundo real, el código de estas compañías te marginaliza aún más. Es como si el colonialismo no hubiera muerto nunca, simplemente se hubiera mudado a Internet. Y lo tercero es que el periodismo es un antídoto contra la tiranía. Hay que llamar a las cosas por su nombre, añadir el contexto. Estamos acostumbrados a dejar que la palabra de los líderes y los presidentes ocupe mucho espacio pero, ¿qué pasa si mienten de manera reiterada? Eso es lo que vivimos en Filipinas y lo que denunciamos cada vez.
Elon Musk en X y Jeff Bezos, que es dueño del Washington Post, se han sumado a esa deriva. ¿Hacia dónde nos dirigimos?
Parece una broma, porque les llamamos la broligarquía. El sistema de contrapesos ya no funciona. Nos pasó en Filipinas con Duterte y ahora está pasando en Estados Unidos. Una vez que consolidan el poder político, crean su propia oligarquía. Es peligroso ver esto exclusivamente como un problema de Trump. No es solo Trump, es un sistema entero que está virando delante de nuestros ojos. Hace poco, la decisión de deponer una ley que prohíbe a las compañías americanas pagar sobornos casi no ocupó los titulares. ¿Es que ahora está bien ser corrupto? Son los mismos valores que tratan la invasión de un país a otro como un acuerdo de negocios.
Quienes alimentan las fake news se autoproclaman defensores de la libertad de expresión y, de paso, poseedores de la verdad. ¿Cómo hemos llegado a este punto?
Yo lo he vivido en mi país. Se llama «luz de gas». El Gobierno corrupto acusaba a otros de ser corruptos. Y es lo mismo que está pasando con los medios tradicionales. Parte del problema es el sistema de distribución: desde que vivimos en el mundo online, el sistema es corrupto.
¿Por qué?
Según una investigación del Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT), las mentiras se propagan seis veces más rápido. Y eso fue antes de que Elon Musk comprara Twitter y lo convirtiera en lo que la alcaldesa de París, Anne Hidalgo, llamó el «sistema de alcantarillado humano» al dejar la red social. Desde entonces, ha empeorado. ¿Qué debemos hacer? Es peligroso enfrentarse a este sistema creado por la broligarquía. Puede que América señale a TikTok, pero la realidad es que las empresas que iniciaron la destrucción de la democracia son americanas. Creo que la clave para los periodistas ahora mismo es llamar a las cosas por su nombre.
Reportera en la CNN durante dos décadas, en 2012 Ressa fundó el medio online Rappler. /
¿Por ejemplo?
En la famosa reunión en el Despacho Oval entre Zelensky y Trump, si nosotros no aportamos el contexto, caes en la propaganda. Y el contexto es que Estados Unidos ha comprado el discurso de Rusia y eso significa que está a punto de romper con los principios de las Naciones Unidas. Son cosas graves, no son menores. Pero como todo va a mucha velocidad y estamos en shock, nos perdemos en lo micro y no estamos subrayando lo macro. Si eres un periodista experimentado, sabes que cuando Zelenksy dice que Rusia rompe sus compromisos es un hecho. No es una opinión.
Usted vive una realidad muy diferente fuera y dentro de su país. Mientras en Filipinas aún afronta varios casos judiciales, fuera es una respetadísima activista. ¿Cómo gestiona esas dos vidas paralelas?
Filipinas ha sido como una placa de Petri en la que, por ejemplo, se testaron las técnicas de manipulación de masas de Cambridge Analytica [la compañía británica de datos que jugó un controvertido papel en la primera victoria electoral de Trump] para luego aplicarlas en Estados Unidos. Éramos un experimento. En esa narrativa, fui demonizada y lo acepté. Ahora es fácil decirlo, pero entonces fue horrible. Pero también veo que está cambiando.
¿En qué sentido?
En tiempos de Duterte, no podía comer con un líder empresarial o un político porque se convertían en blanco de todos los ataques. Yo era como la kriptonita. Pero nunca hay que ceder voluntariamente tus derechos constitucionales. Si los periodistas nos mantenemos callados en este momento crucial, estamos dando nuestro consentimiento. El silencio es consentimiento. ¿Cómo me siento? No tenía otra opción: hice lo que tenía que hacer. Mi trabajo. Por eso sé el papel crucial que ha jugado la tecnología en todo esto. Hasta 2021, los filipinos eran los que más tiempo pasaban en las redes sociales a nivel global. Por eso, éramos una placa de Petri. Y ahora, somos los que más utilizamos ChatGPT.
Para terminar, y ante el panorama sombrío que ha descrito, ¿hay algún argumento para conservar el optimismo?
Si rebobinamos para ver cómo hemos llegado aquí, todo empieza en 2014, cuando los periodistas pierden su papel de guardianes de la información frente a la tecnología. Así empieza la corrupción. La tecnología no está anclada en los hechos o la democracia y no tiene sentido de la responsabilidad. Su único objetivo son los beneficios. Mark Zuckerberg lo ha dicho de diferentes maneras, igual que Elon Musk. Beneficios a toda costa, las compañías por encima de los países. Poco después del Nobel, ya advertí que 2024 era un año clave. Lo vi en mi país: escogimos un líder antiliberal de manera democrática, destruyó las instituciones y transformó el país. En menos de seis meses, pasó de apoyar a Estados Unidos a Rusia. ¡Esto no es nuevo para mí! [Se detiene]
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Perdón, me emociono. Si perdemos esta batalla, tenemos por delante una década o más hasta que recuperemos el sentido de la democracia. La tecnología es muy poderosa: utiliza el miedo, la rabia y el odio, las peores emociones humanas, para cambiar nuestra manera de sentir. Y eso altera la manera en la que miramos al mundo, en que nos comunicamos, incluso en que votamos. Lentamente eso ha transformado el mundo y, de hecho, ya hemos empezado a elegir democráticamente a líderes iliberales [que no respetan las libertades]. Si no detenemos esta tendencia, es muy fácil controlar a la gente cuando no tiene acceso a los hechos. La sociedad civil tiene que encontrar una nueva forma de compromiso cívico en la era de las mentiras exponenciales. Pero creo que podemos hacerlo. En Filipinas lo conseguimos. ¡Seguimos vivos! Quizá porque el ejército no apoyó un cambio constitucional. Si lo hubiera hecho, puede que yo no estuviera aquí. Te diré lo que dijo la Academia sueca al concedernos el Nobel: si el periodismo no sobrevive a esta época, no habrá democracia.
Así de sencillo.
De otro modo, ¿quién sería tan tonto para aceptar que puedes ir a la cárcel simplemente por hacer tu trabajo? λ