Alex Rivière en el Pabellón Mies van der Rohe, con top y falda Lauren, ambos de Alex Rivière Studio, y sandalias de Francesco Russo. / Fotografía: Sergi PONS / Estilismo: Miriam ARRUGA

barcelona icónica

Alex Rivière, en su lugar favorito de Barcelona: «Sé dónde quiero estar, pero me centro en cada pequeño paso y siempre pensando a largo plazo»

Embajadora de la elegancia, la modelo y diseñadora nos descubre sus proyectos, mientras recorre con Mujerhoy la ciudad donde ha crecido y que ha sido decisiva para cultivar su amor por el arte.

Desde que Alex Rivière (Barcelona, 1992) era muy pequeña, su madre, la diseñadora de interiores Mer Creus, acostumbraba a llevarla a museos, galerías de arte, espacios que educaron su manera de ver el mundo. Una combinación de armonía, sobriedad y luminosidad que la han convertido en una embajadora indiscutible de la elegancia.

Lo avalan las grandes firmas de moda y belleza, siempre dispuestas a colaborar con ella. Hace dos años lanzó su marca de moda Alex Rivière Studio y también ha creado RIVI Studio junto a su amiga y socia Beatriz Villarroya, una agencia de dirección y consultoría creativa para el sector del lujo.

Uno de esos lugares que solía frecuentar de niña es precisamente el escenario en el que se realizó la sesión de fotos de este reportaje, el Pabellón de Alemania que Mies van der Rohe concibió para la Exposición Universal de Barcelona en 1929.

«Cuando me dijeron la localización pensé que me habíais leído la mente, me viene como anillo al dedo, es uno de mis lugares favoritos de la ciudad», reconoce unos días más tarde, cuando ya ha visto el resultado de la producción. «Gran parte de lo que somos es de dónde venimos y dónde hemos crecido. En ese sentido, Barcelona ha sido decisiva para que cultivase determinada sensibilidad, este amor que siento por el arte».

La iniciativa emprendedora se le inculcó en casa. Por el lado materno, desciende de una larga dinastía de industriales del textil, mientras que su padre, el empresario y piloto de Fórmula 3 Jaime-Alfonso Rivière, abandonó el próspero negocio familiar de la metalurgia para seguir su propio camino. «Empezó solo, de cero, en un local. Y demostró a todos que era un visionario». «Él me enseñó que el límite es el que te pones tú», cuenta orgullosa sobre su padre, fallecido en 2018.

Blazer de Yves Saint Laurent, vestido Daria de Alex Rivière Studio y sandalias de Aquazzura. / Fotografía: Sergi PONS / Estilismo: Miriam ARRUGA

Alex Rivière está ahora totalmente enfocada en el presente y en el crecimiento de Alex Rivière Studio. «Sé dónde quiero estar, siempre he soñado con tener una marca propia bajo mi nombre, y tengo la suerte de tener gente alrededor que cree en mi visión, pero me centro en cada pequeño paso».

Alex Rivière, coherencia y honestidad ante todo

Quizás porque, como ella misma cuenta, llegó a las redes sociales casi por accidente, la forma de Alex de plantearse su presencia resulta algo atípica en una plataforma como Instagram. «La empresa de moda donde trabajaba (a cargo de sus campañas y lanzando sus plataformas digitales) se quedó sin presupuesto y me dijeron: «Oye, Alex, como eres mona, ¿ por qué no haces tú de modelo, haciendo tu trabajo delante y detrás de la cámara?». Al mismo tiempo, empecé a compartir en redes sociales sin saber muy bien con qué propósito y una cosa llevó a la otra». También fue decisivo el apoyo del fotógrafo de moda José Manuel Ferrater y su esposa, Ángela Girón de la Sal, que le cedió un espacio donde empezar «mi pequeña aventura». «El soporte de dos figuras en la industria con un peso fuerte hizo que me lanzara del todo», reconoce.

Empezó a compartir fotos con sus looks –«muy malas y cortándome para que no se me viera la cabeza»– y llegaron las primeras propuestas de colaboración. Un día le llamaron de París, de la central de Christian Dior. Querían quedar con ella en Barcelona. «Llovía, llegué tarde y empapada porque iba en moto –recuerda entre risas–. Me dijeron que tenía que publicar más fotos y que me iban a apoyar». En ese momento supo que algo había empezado a cambiar

La clave para no dejarse arrastrar por la vorágine de la atención, explica, está en la coherencia y la honestidad. «No tendría ningún sentido estar vendiendo algo en lo que no creo. Hoy, a no ser que seas médico o abogado, la mayoría de personas hacemos muchas cosas. Tampoco se puede catalogar profesionalmente a la gente por el número de seguidores que tengan».

En su caso, 1,1 millones de personas la han convertido en prescriptora indiscutible en el sector de moda, belleza y estilo de vida. Sin embargo, Alex dejó de fijarse en esas cifras hace tiempo. «Obviamente es algo que hace ilusión, saber que hay tanta gente a la que le interesa lo que ofreces, pero lo relativizas muy pronto. Uno de mis sobrinos, que tenía entonces 12 años, me preguntó que si yo era «mejor» que los demás por tener tantos seguidores, que si los demás eran unos pringados. Al principio me enfadé, pero enseguida le expliqué que eso no significaba nada, que no demostraba el valor de una persona. Me di cuenta de la impresión equivocada que se podían llevar los niños si eso no quedaba bien claro», reconoce.

La conversación se alarga un buen rato hablando de algunos de sus lugares favoritos de la ciudad. Para una reunión de trabajo, elige el Círculo Ecuestre. Si se trata de tomar algo un día cualquiera, el Flash Flash –«mi padre era muy amigo de uno de los dueños, el fotógrafo Leopoldo Pomés, y solía llevarme»–.

Con su madre, suele citarse en el Hotel Primero Primera y de allí marcha a alguna exposición o quizás de compras a Santa Eulalia, la tienda multimarca de Paseo de Gracia. ¿Y un sitio en el que hacerse un selfie? «Buena pregunta –contesta ganando tiempo–. Creo que siempre acabo haciéndolo en el ascensor de mi casa. Qué típico de Instagram, ¿no?», reconoce con una sonrisa.