MAESTROS DE SU ÉPOCA
MAESTROS DE SU ÉPOCA
La coincidencia subraya el gesto. Nos referimos a la exposición que Giorgio Armani le dedica al francés Guy Bourdin (París, 1928), el atormentado genio que cambió el destino de la fotografía de moda en los años 60 y 70. Sus imágenes, cargadas de oscuridad y belleza, ganan controversia a cada año que pasa, motivo suficiente como para dejarlas pasar en estos tiempos de guerra cultural. Hay que tener mucha clase para ponerle el cascabel al gato Bourdin. Por si quedaba duda: a Giorgio Armani le sobra.
El gesto de Armani, decíamos, queda subrayado por una coincidencia: la actualización censora de la obra del escritor Roald Dahl, aligerada de adjetivos y personajes considerados 'ofensivos' por decisión de Netflix. Preocupa, y mucho, el desalojo de la complejidad moral, la crudeza de lo humano y, en general, de la expresión de lo perturbador. Ese es el guante que Giorgio Armani nos lanza desde su espacio para el arte en Milán: atrevámonos a entablar conversación con eso que anida en el fondo de armario de todos.
'Guy Bourdin: Storyteller' se expone en Armani/Silos hasta el 31 de agosto y supone una ocasión única para contemplar la obra del fotógrafo de moda francés más influyente del siglo XX. Bourdin liquida el paradigma de la belleza elegante e inocente que practicaban maestros como Richard Avedon o Irvin Penn. Fue mucho más allá que su coetáneo Helmut Newton, acaso más movido por el trabajo estético que por el exorcismo de los propios demonios.
«Bourdin se psicoanalizó en Vogue», dictaminó el maquillador y hoy perfumista Serge Lutens en 'Dreamgirls' (1991), el documental que la BBC dedicó al fotógrafo. El grueso de la producción de moda de Guy Bourdin se publicó en la edición francesa de la revista, para la que trabajó desde 1955 hasta 1986. Su primera foto mostraba a una modelo con sombrero, redecilla y guantes en un mercado de París. Compartía encuadre en blanco y negro con cinco cabezas de terneros con la lengua fuera colgados sobre ella.
En una ocasión, acudió en camello a las oficinas de la revista. Decidía si trabajar con este o aquella en función de su horóscopo. Muchas veces peinaba y maquillaba él mismo a las modelos. Y las hacía sufrir: lloraban de puro dolor, como cuando pidió a Lutens que cubriera con perlas negras a dos modelos y terminaron desmayadas. Fueron portada en Navidad de 1970.
En 1982, cuando ya menudeaban los encargos, Guy Bourdin se presentó en una delegación de Hacienda de París, se desnudó por completó y llamó nazis a los funcionarios. Vogue Francia pagó sus deudas y le sacó de la cárcel. En 1985 rechazó el Premio Nacional de Fotografía. Murió en 1991, de cáncer.
Evidentemente, la mirada de Giorgio Armani está presente en la selección de las cien piezas de Guy Bourdin expuestas: se interesan, sobre todo, en mostrar la vinculación del francés con la sensibilidad cinematográfica, sobre todo del maestro del suspense criminal Alfred Hitchcock. «A primera vista, Guy Bourdin no es un artista con el que tenga mucho en común: su lenguaje es claro, gráfico e impactante», explica el maestro italiano.
«El sentido de la provocación se percibe de inmediato en su obra, pero he querido centrarme en su libertad creativa, su habilidad narrativa y su gran amor por el cine. Bourdin no seguía a la multitud ni hacía concesiones, y yo me identifico con él», continúa Giorgio Armani. «No creo que haya otra manera de dejar huella en el imaginario colectivo».
Fue precisamente su trabajo para el diseñador de calzado Charles Jourdan el que selló el pasaporte a la inmortalidad de Bourdin. En sus anuncios, los zapatos tantas veces rojos (como la sangre) servían como catalizador de poderosas tramas criminales. Los usaba como 'MacGuffin', ese recurso inventado por Hitchcock en el que un objeto intrascendente dispara las sospechas de 'algo más'. «No fotografío zapatos aunque estén en la foto», explicó un Bourdin que cambió para siempre el lenguaje visual de la publicidad de moda.
Muchas de las fotos de Guy Bourdin son escenas del crimen que nos invitan a descubrir una trama misteriosa, una labor detectivesca cuyo interés depende enteramente de las herramientas de las que disponga el espectador. La necesidad de recrear una y otra vez el impulso de muerte puede haber constituido terapia, pero no deja de expresar la naturaleza criminal de la moda, capaz de asesinarse a sí misma no ya cada seis meses sino cada semana.
Ante una foto de Guy Bourdin puede pasar de todo: fascinación por la composición, los colores y la belleza; diversión por su sentido del humor, suavemente surrealista (fue alumno de Man Ray); rechazo por su manera de tratar el cuerpo de las mujeres, cosificado, troceado y despojado de vida; turbación por la crudeza de un erotismo salvaje que evoca la muerte; fascinación en una lectura freudiana de su obsesión por someter, como Hitchcock, lo femenino (¿se venga de la madre que le abandonó?).
Muy pocos fotógrafos, y mucho menos de moda, permiten este tipo de viaje a la sensibilidad. De ahí que genias de la fotografía contemporánea como Nan Goldin le citen como influencia. Bourdin hizo de su obra una expresión de su atormentada alma, pero si hoy perdura es por metareflexión acerca de una industria que se mueve al ritmo de la muerte (de las tendencias), el deseo (de lo bello) y el placer de mirar (de la cosificación propia y ajena). Son todas pulsiones esenciales de la moda que acogió a Bourdin y ama Armani.