«Muchas gracias y viva Catalunya libre», eran las palabras del expresidente catalán y eurodiputado de Junts, Carles Puigdemont, al finalizar la comparecencia en la que confirmaba que será candidato a las elecciones catalanas del 12M convocadas por Pere Aragonés . Sonriente y relajado, el todavía exiliado político eligió para su anuncio la simbólica localidad francesa de Ena, que acogió a miles de refugiados republicanos de la Guerra Civil.
«Hoy comienza la cuenta atrás del retorno», aseguraba el político que lleva desde 2017 lejos de España, residiendo en la ciudad belga de Waterloo. Allí llegó en 2017, cuando en aplicación del Artículo 155 de la Constitución, fue cesado como presidente de la Generalitat.
Desde entonces, aquel niño que de pequeño quiso ser astronauta ha sido una presencia ubicua en los medios, que se ha aumentado desde que comenzara a hablarse de una ley de Amnistía que podría estar aprobada definitivamente a finales de mayo o principios de junio, en plena campaña de las elecciones europeas.
Pero pese a que su faceta política está de sobra documentada, su vida privada es otro cantar. El catalán lleva a gala ser una persona extremadamente discreta y celosa de su intimidad. Prueba de ello es que antes de partir hacia el exilio –o de fugarse, según a quien se pregunte– seguía viviendo en Sant Julià de Ramis, un pequeño pueblo cercano a Girona. Allí, en un espacioso chalet con jardín y piscina residía Puigdemont junto a su esposa, Marcela Topor , y sus dos hijas, manteniendo un perfil bajo, alejado de los periodistas y del ajetreo de la Ciudad Condal.
Carles fue el segundo de los ocho hijos que tuvieron sus padres, Xavier Puigdemont y Núria Casamajó. Muy conocidos en el pequeño pueblo de Amer, la familia sigue siendo propietaria de una reconocida pastelería que fundó su abuelo en 1927 y cuya especialidad son los capricis, unos pasteles de nata.
Fascinado por el espacio desde que viera de pequeño llegar a la Luna a Neil Armstrong, la música fue también otra de sus grandes pasiones y de hecho llegó a ser bajista en una banda de rock llamada Zenit. Por aquel entonces ya llevaba sus características gafas.
Cursó los estudios básicos y el bachillerato en su pueblo y en el internado del Collell. Empezó a estudiar Filología Catalana en el Colegio Universitario de Girona, pero abandonó la carrera para dedicarse al periodismo. Con solo 16 años, ya empezó a hacer sus pinitos como corresponsal deportivo.
Sin referentes políticos en su familia, ya que solo su tío había sido alcalde de la localidad por CIU, el joven Carles inició su trayectoria profesional en el mundo periodístico como corrector en el diario regional 'El Punt', donde trabajó hasta 1999. Su vocación política se despertaría a los 18 años, cuando asistió junto a su tío a un mitin de Jordi Pujol por el cierre de campaña de las primeras elecciones catalanas, en 1980. Poco después pediría el carné del partido y contribuiría a fundar la Joventut Nacionalista de Catalunya.
El 'Puigdi' como le apodan cariñosamente, tiene orígenes familiares en Jaén y Almería, de donde provenían sus abuelos. Desde hace más de 25 años comparte su vida con la actriz, periodista y pitonisa aficionada rumana Marcela Topor, a la que conoció en 1998, cuando ella acudió a a Girona con la compañía de teatro Ludic Theatre.
Se casaron en 2000, cuando una doble ceremonia: primero en Rosas, en una boda laica, y en Rumanía, por el rito ortodoxo. Su viaje de novios tuvo lugar en Transilvania. Ambos tienen dos hijas, Magalí y María, cuya intimidad guardan con mimo y que no suelen acudir a actos institucionales.
Respecto a sus hermanos, Anna y Francesc -el mayor– son los encargados de llevar la pastelería familiar, que se ha convertido en lugar de peregrinación para el independentismo catalán. Anna, muy parecida físicamente a su hermano, está casada y tiene un hijo al que le apasiona el rock al igual que a su tío.
Muy implicada políticamente está también otra de sus hermanas, Montse, que es educadora social. Discretos y alejados de los medios, todos los hermanos destacan por sus valores religiosos y forman parte de la congregación católica Els Dolors d'Amer, participando habitualmente en las procesiones de Semana Santa. Además de Carles, el otro que no vive en España es Josep, que reside desde hace años en la ciudad sueca de Solna.
«Me gusta decir que es medio monacal, porque paso demasiadas horas en casa. No salgo demasiado y, cuando lo hago, vuelvo automáticamente. No hago turismo, no tengo una vida socialmente normal. Es como un arresto domiciliario, casi autoimpuesto, pero no tengo ganas de hacer otra cosa. Tengo las condiciones para vivir, para trabajar, para recibir a la gente y estar con el equipo y conectado con Catalunya». Así describía en 2018 Carles Puigdemont s u vida en la ciudad belga de Waterloo, en conversación con el diario catalán 'El temps'.
Un exilio que, como él mismo reconocía al presentar su candidatura a las próximas elecciones catalanas, podría estar próximo a terminar. De momento, el político reside en la Casa de la República, un espacio de 500 m2 rodeada de un extenso jardín que se ha convertido en su hogar y en su oficina. Incluso está abierto al público para el que desee visitarla.
En Bélgica, por su condición de europarlamentario, el catalán se embolsa un sueldo mensual cercano a los 10.000 euros, entre su asignación, las dietas y las cuotas para costear gastos operativos. Una cifra que se quedaría pequeña si vuelve a ser presidente de la Generalitat, ya que actualmente Pere Aragonès tiene un sueldo de 132.856 euros brutos al año.
De momento, este hijo, nieto y hermano de pasteleros condiciona su regreso a nuestro país a tener la mayoría para ser investido 'president', mientras asegura que propondrá al Gobierno la celebración de un referéndum e invita a ERC y a la CUP a pactar una lista conjunta que culmine «el trabajo de la independencia».
20 de enero-18 de febrero
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