Si la comedia es drama más tiempo, la sátira es drama, más tiempo multiplicado por las ganas que el creador tenga de sacarle punta a las situaciones. Y David Mandel, showrunner de Veep, se ha pasado de la ficción que se vio superada por la realidad a la realidad que superó a cualquier ficción con Los fontaneros de la Casa Blanca . Porque Nixon, el Watergate y uno de los momentos políticos más oscuros de Estados Unidos regresan a una pantalla con Los fontaneros de la Casa Blanca.
Apenas un año después de que Julia Roberts y Sean Penn contasen la versión de la historia de Martha Mitchell en Gaslit, HBO Max estrena hoy la serie en la que Justin Theroux y Woody Harrelson interpretan a E. Howard Hunt y G. Gordon Liddy. Los personajes de Shea Whigham y J.C. Mackenzie en la producción protagonizada por Roberts y Penn.
Compuesta por cinco episodios, en Los fontaneros de la Casa Blanca también participan Domhnall Gleeson (El paciente), Lena Headey (Juego de Tronos) y Kiernan Shipka (Mad Men, Las escalofriantes aventuras de Sabrina), además del actor cubano conocido en España por sus monólogos de humor, Alexis Valdés. Todos ellos forman parte de la fascinante historia de dos hombres que llegaron al centro de la política norteamericana para trabajar por la reelección de Nixon y se vieron implicados en el final de su gobierno.
Poco antes de que los personajes de Theroux y Harrelson comenzasen a trabajar en Washington, Daniel Ellsberg se convirtió en el enemigo número 1 de la administración republicana. Este analista de las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos, cansado de la guerra de Vietnam y de la hipocresía de su gobierno, fotocopió documentos clasificados en los que se reconocía que la contienda no podría ser ganada y costaría más vidas de lo que se admitía públicamente. Informes que posteriormente filtró al The New York Times y el Washington Post, como recoge la película de 2017 The Post.
Mientras los periódicos ponían en entredicho las administraciones previas, el gobierno de Nixon quiso prevenir que hombres como Ellsberg dejasen al desnudo sus vergüenzas. Y para ello contrató a E. Howard Hunt y G. Gordon Liddy, que pasaron a formar parte de la unidad de investigaciones especiales del Presidente. O lo que se conoció como los fontaneros de la Casa Blanca.
El primer trabajo de ambos estuvo, precisamente, relacionado con Ellsberg. En un intento de desacreditarlo por las filtraciones que ya habían llegado a la prensa, Hunt y Liddy asaltaron las oficinas de su psiquiatra, después de que el requerimiento del FBI sobre sus informes fuese rechazado e incluso pinchasen los teléfonos del especialista.
Tal y como se supo posteriormente gracias a las comparecencias y comisiones en las que fueron citados, como integrantes del grupo de los fontaneros se vieron inmersos en varias misiones en las que el gobierno en la sombra trataba de incriminar al partido demócrata, creando pruebas falsas o desinformando. Lo que fuera necesario para lograr que Nixon fuese reelegido.
Entre esas misiones, Hunt y Liddy encabezaron el grupo que organizó el asalto a las oficinas del partido demócrata en el edificio Watergate el 17 de junio de 1972. Allí Virgilio González, Bernard Barker, James McCord, Eugenio Martínez y Frank Sturgis, instalaron dispositivos de escucha y robaron documentos relacionados con la campaña electoral.
Tres meses después de los hechos el gran jurado acusó a los cinco asaltantes, a Hunt y a Liddy de conspiración, robo y violación de las leyes federales de escuchas telefónicas. Y todo porque el primero estaba en la agenda de Barker y Martínez, y los funcionarios de la administración de Nixon ya sospechaban de las actividades de ambos fontaneros.
Conexiones laborales, cheques destinados a la campaña de reelección en la cuenta de uno de los asaltantes y otras implicaciones económicas acabaron con los esfuerzos que hizo el equipo de Nixon por encubrir los posibles nexos con los asaltantes y desentenderse de los sucedido en las oficinas del partido rival. Y quienes tenían que proteger al presidente, acabaron con él.
Toda esta serie de catastróficas desdichas llegan ahora a la pequeña pantalla a través de la afilada pluma de Mandel, que seguro que sabe sacar provecho al despropósito que supuso todo el caso combinándolo con su amplia experiencia en administraciones alocadas. Y las siete temporadas que disfrutamos con Selina Meyer son buena prueba de ello.
20 de enero-18 de febrero
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