La tenista lleva vestido de Adolfo Domínguez, reloj Rolex GMT-Master II y pendientes de Damiani. /
Roland Garros, Wimbledon, los Juegos Olímpicos de París y el US Open. Las fechas de las grandes citas del tenis han estado marcadas en rojo en su calendario desde hace más de una década, pero Garbiñe Muguruza (Caracas, Venezuela, 1993) las ha disfrutado este año de una manera distinta. Sin entrenamientos agotadores ni la presión de salir a ganar o el miedo a una lesión. Siguiendo los partidos de Carlos Alcaraz, Rafa Nadal y de las ganadoras del bronce olímpico, Sara Sorribes y Cristina Bucsa. O sentada junto a Ben Stiller y Anna Wintour en las gradas del Flushing Meadows de Nueva York.
Han pasado cinco meses desde que la tenista anunciara su adiós definitivo a las pistas . «Claro que he echado de menos jugar y vivir ese espíritu de compañerismo que se respira en los Juegos. Sin embargo, ha sido un verano bonito, enriquecedor. Disfrutando del deporte, pero también recuperando ese hueco personal, con mi familia y mi pareja, que tenemos que dejar de lado cuando estamos en el circuito», asegura.
«He de reconocer que tenía un poco de miedito a lo que pudiera pasar tras mi retirada. Pero he visto que hay más vida allá del tenis. Este viaje ha merecido la pena. El deporte me ha permitido vivir cosas increíbles, ha sido una universidad de vida. Ahora toca empezar otras. Me siento la nueva en todo, pero no tengo miedo. Quiero experimentar», señala Muguruza que, a punto de cumplir 31 años, afronta una nueva etapa, un segundo set en el que el tenis seguirá siendo protagonista pero, por primera vez, no va a ocuparlo todo.
Garbiñe, con mono de Pronovias. El bolso es el Serpenti Forever Mini de Bulgari. /
De momento, la primera cita importante que afronta es su boda con el empresario Arthur Borges, nacido en España, criado en Finlandia y que se dedica al mundo de la moda y el lujo. Será el cinco de octubre, tres días antes del cumpleaños de Garbiñe, en Marbella, donde hace un año formalizaron su relación. Se conocieron por casualidad en agosto de 2021, cuando ella paseaba por Central Park y él le deseó suerte en el US Open, donde competía. «Fue un flechazo», reconoce la tenista, que cada día se encontraba con Borges tras los partidos para pasear por el parque.
Muy poco tiempo después de su enlace llegará también su primer gran reto profesional: dirigir hasta 2026 las WTA Finals, el último torneo del año del Hologic WTA Tour, que se celebra en Riad, capital de Arabia Saudí, y donde se darán cita las mejores ocho jugadoras de la temporada y los ocho mejores equipos de dobles. La que fuera número uno mundial en 2017, además de ganadora de Roland Garros en 2016 y Wimbledon en 2017, será la primera ex jugadora que ocupa ese puesto, tras ganar el torneo en 2021.
«Me siento muy honrada e ilusionada con esta oportunidad, que me está permitiendo aprender al máximo todo lo que hay detrás de la competición», afirma. En una región «con muchas ganas de invertir en el deporte», quiere convertir el torneo en « un escaparate para el tenis femenino que no sólo haga crecer el juego, sino que aliente a los fans y, especialmente, a las niñas y a las mujeres para perseguir sus sueños».
El encargo le llegó después de una retirada que se venía cociendo a fuego lento desde hacía más de un año. «Nunca hubiese dicho que lo iba a hacer a los 30. Sí sabía que mi carrera no sería tan larga como la de Serena Williams o Rafa Nadal. Por mi propio approach al deporte, que ha sido muy intenso. Cuando desde los tres años sólo piensas en tenis, tenis, tenis, no ves más allá. Incluso creía que perdería mi identidad si dejaba de jugar», explica en una calurosa mañana madrileña, antes de la sesión de fotos. Muguruza acaba de aterrizar en la capital y pasará por Barcelona, para ver a sus padres, antes de regresar a su casa en Ginebra. Un trayecto tranquilo para alguien que pasaba meses sin pisar su casa.
Garbiñe Muguruza posa con gabardina de piel y pendientes de Hermès. /
En medio de una vida de interminables idas y venidas, la pandemia le hizo pensar en la posibilidad de abandonar la alta competición. «Irónicamente, cuando el mundo se paró por el Covid, yo me di cuenta de lo bien que estaba [Risas]. He crecido comiendo, durmiendo y respirando tenis, pero de pronto me di cuenta de que no pasaba nada si no jugaba. Y creo que dejó de asustarme pensar: «¿Y qué voy a hacer después?». La competición se paró el 23 de febrero de 2020, en Doha (Catar), y Garbiñe regresó al US Open en septiembre. Siguió jugando, con dudas, parones y no muy buenos resultados, hasta el 30 de enero de 2023. «En el último torneo [en Lyon], le dije a Conchita [Martínez, su entrenadora]: «No estoy a gusto, me siento mal, quiero estar en casa. Así que volví y abracé el descanso. Me dediqué a ver a mis amigos y a estar con mi pareja y mi familia».
Ese parón se fue alargando y, con él, las dudas sobre su regreso. «Mi equipo me preguntaba: «¿Cómo te sientes? ¿No nos echas de menos?». Yo me fui dando cuenta, poco a poco, de que era un buen momento para estar alejada del tenis. No lo echaba de menos y mi cuerpo y mi mente lo agradecían. Así que no tuve que darle muchas vueltas. Pensé que mi vida estaba en otro momento, que yo iba evolucionando y que ya no notaba esa chispa, esas ansias... que competir se había convertido en una obligación, casi en una rutina».
Garbiñe no quiso compartir esa decisión hasta el último momento. «Todos me preguntaban qué iba a hacer, pero cuando lo tuve claro, no se lo dije a nadie. A mi familia se lo conté una semana antes de anunciarlo en los premios Laureus. Fue duro decirlo en voz alta, pero muy sencillo decidirlo, porque estaba convencida. Ya llevaba un año sin jugar y lo veía muy claro», reconoce.
Compareció ante los medios de comunicación con emoción, pero con una sonrisa en los labios. «Mucha gente se sorprendió de que no estuviera triste cuando lo anuncié, de que no hiciera un drama de ello. Pero es que he tenido una carrera súper guay, he conseguido títulos, victorias increíbles... ¡Y ya está! Vamos a celebrar este viaje y vamos a reírnos de todo», exclama mientras lo hace.
El jersey de manga corta es de Sportmax y la falda, de CH Carolina Herrera. Reloj Rolex Sky-Dweller y sortijas de Messika. /
La hija pequeña del matrimonio formado por José Antonio Muguruza y la venezolana Scarlet Blanco empezó ese viaje cuando sólo tenía tres años y asistió por primera vez a un club de tenis, junto a sus hermanos, Asier e Igor. Tres años después, la familia se trasladaba a Barcelona y Garbiñe entraba a formar parte de la escuela de Sergi Bruguera. Ahí inició una trayectoria de más de dos décadas que la llevó a lo más alto, pero que ha tenido también un alto coste mental y físico. «El deporte es dedicación, sacrificio, disciplina, competición... Todo el mundo quiere arrebatarte el puesto y eso desgasta mucho. Es duro de mantener, tiene fecha de caducidad», señala la tenista.
«La mía ha sido una carrera explosiva. No soy una jugadora constante y regular, nunca lo fui. Aunque fuera de la pista sea de otra manera». ¿Y cómo es cuando suelta la raqueta? «Cuando juego, tengo una cara seria todo el tiempo, concentrada. Siempre he tenido una mentalidad de la vieja escuela: no voy a mostrar debilidad, soy muy fuerte, los campeones lloran por dentro. Pero luego soy más alegre, más chistosa», apunta riéndose.
La deportista tiene claro que «siempre he sido como un puzzle: cuando se juntaba todo y me sentía bien, era la mejor. Pero si no... no daba pie con bola, era un desastre. Siempre he creído que soy buena en los momentos importantes, en un Grand Slam, en las grandes citas, cuando hay presión. No sé si era motivación o es que todo se alineaba y daba lo mejor de mí. Pero, luego, había momentos en los que desaparecía», algo que siempre se le ha criticado. «Es cierto, pero es mi personalidad. No puedes cambiar la identidad de un jugador. Si hubiese modificado la manera de plantear mi juego, quizá no hubiese conseguido tantas cosas buenas. Cuando estoy, estoy. Y, cuando no, pues no me van bien las cosas, pero no pasa nada. Aún así he logrado mi sueño. No importa cómo lo hagas, lo importante es alcanzarlo».
Ese deseo, que la pequeña Garbiñe siempre pedía al soplar las velas de su tarta de cumpleaños, era convertirse en la número uno del mundo. « Estaba obsesionada. Pero, cuando llegué, dije: «¿Y ahora qué?». Porque, cuando ganas un Grand Slam, te dan un trofeo en casa que puedes tocar. Pero el número uno en el ranking lo tienes hoy y lo pierdes la próxima semana. Ahí me di cuenta de que lo mejor era conseguir títulos».
Para ello, tuvo que someterse a una férrea disciplina. «Mis padres, sobre todo mi madre, fueron muy exigentes desde que era niña. No me dejaban hacer nada que no fuese jugar, ni siquiera ir con mis amigos. Tenía que programarlo todo en función de la competición, hasta cuándo comerme una hamburguesa. Y, menos mal, porque funcionó. Sé que voy a sonar súper mala, pero si crees que tu hijo vale y puede ser el número uno, tienes que ser duro. Porque te va a costar, tienes que sacrificarte y ser disciplinado. Si mis padres no hubieran sido tan estrictos, a los 17 lo habría dejado. Ahora me preguntan: ¿quieres que tus hijos vivan lo mismo? Pues no lo sé. Me gustaría que jugasen, claro, pero ¿que se dediquen a esto? Es que llegan tan pocos y es tan sacrificado...», reflexiona.
Para ella, lo peor ha sido siempre perder: «Lo llevaba fatal. Estás todo el día entrenando, preparándote... y fracasar es como si te clavaran un puñal, nunca te acostumbras. Con la edad, lo vas suavizando un poco, lo miras con perspectiva y te dura menos el enfado, pero sigue fastidiando igual».
También ha sido difícil gestionar las comparaciones en la pista. Porque coincidir con un gigante como Rafa Nadal no siempre le ha ayudado: «Él es estupendo, pero ¡pobre de todo el que juegue en su era! [Risas]. Cuando gané Roland Garros, te juro que el primer comentario que oí fue: «Bueno, si no gana este año Rafa, al menos gana Garbiñe». Es cierto que nos ha ayudado mucho, pero también ha hecho que las victorias se consideren algo normal, cuando son extraordinarias».
Pero, además de los fracasos, están los miedos: a lesionarse, a no poder estar a la altura, a perder puestos en la clasificación... y también a la soledad, especialmente dura para los deportistas individuales. «He vivido momentos muy tristes y, aunque tienes un equipo que es como tu familia y te ayuda cuanto puede, cuando cierras la puerta de la habitación de tu hotel, te quedas sola. Sola. Y sabes que no puedes pinchar, que tienes que seguir». Aunque, mirándolo con perspectiva, apunta que a su yo más joven le recomendaría «que no fuese tan dramática [Risas]. Al final, ser tan emocional y con esos altibajos, te acaba pasando factura».
Ella siempre ha sido «de quedármelo todo dentro, de no contar las lágrimas ni mostrar debilidad», incluso cuando muchos deportistas ponían su salud mental por delante de la competición. «No suelo hablar de esas cosas. Me parece perfecto, pero soy de la vieja escuela. Sí he contado con ayuda de un psicólogo deportivo, pero al final de mi carrera. Al principio, siempre decía: «Yo puedo». De las dos maneras me fue bien: con ayuda y sin ella. Lo importante es que cada uno lo haga a su manera».
La tenista, con total look de Michael Kors y reloj Rolex GMT-Master II. /
De momento, ha comenzado a disfrutar de no vivir en los extremos y está dispuesta a seguir los consejos de su padre. «Él siempre me dice: «Garbiñe, no todo tiene que ser lo máximo. Aprende a estar tranquila, a disfrutar de no hacer nada, a aburrirte un poco». ¡Ahora le escucho más! [Risas]. He vivido una vida frenética, viajando sola desde los 13 años. Ahora busco lo que no he tenido: formar un hogar, tener una estabilidad y un horario tranquilo, hacer planes...». Tener hijos, «mejor antes que después», es otro de esos sueños que no piensa aplazar.
También hay nuevos proyectos profesionales, además de las WTA Finals. «Yo me digo: «Tú vales, pero no sólo para el tenis». Es difícil saber cómo va a ser esta segunda etapa, pero miro al futuro con optimismo y muchas ganas, abierta y emocionada», señala. ¿Lo próximo? «Me encanta dar conferencias, el contacto con los niños... y la moda y la comunicación. Para mí, hacer un reportaje era una vía de escape del tenis, pero no siempre me entendían. Sobre todo al principio, he tenido muchas críticas por querer salir guapa en una revista. Eso es un sueño, aunque las deportistas no entrábamos en la misma categoría que modelos o actrices. Más de una vez he dicho: «Merezco que me des esa portada». Siempre he reivindicado que podemos estar en este mundo».
Ella, que sabe lo que es luchar para conseguir la igualdad en premios en los grandes torneos del circuito, se ha involucrado también en una iniciativa que apuesta por empoderar a mujeres en México, de la mano de la actriz Eva Longoria. Se trata de una destilería de tequila, Casa del Sol, que tiene a mujeres al frente y que llegará a nuestro país el año que viene.
La competición le ha dejado algunas lecciones para esta nueva etapa: «El deporte me ha dado confianza, autoestima, determinación y resistencia cuando quiero hacer algo. Me ha enseñado a no tirar la toalla. Y disciplina y sacrificio para perseguir un objetivo», asegura. «Mi camino comenzó en un país con pocas posibilidades, Venezuela –sobre cuya situación prefiere no pronunciarse–, y no he dejado de luchar por mi sueño. Sea cual sea el tuyo, siempre hay que darlo todo».