entrevista
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En el feed de Instagram de Gillian Anderson (Chicago, 1968) entre decenas de selfies, instantáneas vintage de los tiempos de Expediente X, algunas postales personales y muchas imágenes de sus proyectos profesionales, también hay espacio para una pequeña afición. Hace años que la actriz colecciona fotografías de objetos cotidianos con forma de aparatos sexuales. La variedad es tan grande como su imaginación: desde una simple pera a un lavabo público, pasando por su propio perro o un hongo que ha crecido en su jardín.
Empezó a hacerlo cuando interpretaba a la terapeuta sexual de la serie de Netflix Sex Education y se convirtió en una manera divertida y casual de quitarle hierro a la madre de los tabús: el sexo de toda la vida. Pero también el nuevo sexo. Quizá por eso, cuando hace un año y medio utilizó sus redes sociales para solicitar a las mujeres de todo el mundo que compartieran sus más íntimas fantasías sexuales con ella, nadie pestañeó.
Ahora aquella afición se ha convertido en Quiero (Editorial Temas de Hoy), una fascinante colección de relatos en la que Anderson reflexiona sobre el deseo, la feminidad, el placer y el amor, pero también sobre la infidelidad, el consentimiento, el miedo y el dolor.
«Había rechazado muchas propuestas editoriales para escribir sobre sexo hasta que, un día, a mi agente se le ocurrió seguir el ejemplo de lo que Nancy Friday ya hizo en los años 70: preguntar a mujeres anónimas por sus fantasías sexuales», explica sobre la inspiración de la icónica autora estadounidense cuyo libro, Mi jardín secreto, se considera una suerte de primera biblia moderna sobre la sexualidad femenina.
Medio siglo después, la intérprete toma su testigo para revisar, desde una óptica mucho más diversa, tolerante e inclusiva, un tema que nunca pasa de moda, pero que, como ella misma reconoce, nunca ha dejado de ser un tabú.
Y la respuesta fue abrumadora: recibieron cientos de cartas y más de 800.000 palabras describiendo todo tipo de fantasías sexuales. De hecho, hubieran podido editar ocho volúmenes como el que llega ahora a las librerías con todas ellas. El siguiente paso en el proceso era editarlas. «Pedimos a las remitentes que no incluyeran nada ilegal, como la zoofilia o el incesto. Y, a pesar de eso, la variedad es enorme. Lo que para algunas es demasiado explícito, para otras resulta descafeinado. ¡Hasta hay una fantasía increíble sobre Bigfoot!», cuenta la actriz entre risas.
MUJERHOY. ¿Qué ha aprendido que no supiera sobre el placer sexual femenino mientras editaba todas estas cartas?
GILLIAN ANDERSON. Lo más sorprendente es la vergüenza que todavía produce hablar de sexo y la cantidad de mujeres que no comparten sus experiencias con nadie. A algunas les incomoda incluso fantasear con cualquier otra cosa que no sea su vida real. También me ha sorprendido mucho la ternura de quien solo quiere que la abracen o quiere ser vista tal y como es, en lugar de responder a una visión idealizada de sí misma. Esos relatos me han parecido fascinantes.
Este es el tipo de libro que puede convertir a su autora en una gurú del sexo, como le ocurrió a la propia Nancy Friday. ¿Se siente cómoda en ese papel?
Soy actriz, ese es mi trabajo y pretendo seguir haciéndolo, pero también he escogido meterme en esto porque siento que es realmente importante. Este tema me fascina, aprendo muchísimo y me permite tener conversaciones profundas con mujeres de todo el mundo. Pero hay otra razón por la que decidí escribir este libro: cuando las mujeres tenemos libertad para fantasear y nos damos permiso a nosotras mismas para explorar nuestra imaginación, esa confianza se expande a nuestra vida diaria. Es un tipo de empoderamiento que te permite empezar a pedir lo que quieres y lo que necesitas, y tener el coraje de vivir tu vida en tus propios términos. Hablar de nuestros deseos más íntimos en el dormitorio nos puede conducir a hablar de nuestros deseos más íntimos para nuestras propias vidas. Y creo que eso es muy importante.
En Quiero, hay espacio para toda clase de relatos: desde la mujer lesbiana que fantasea con un affaire heterosexual a la que aspira a ser adorada como una criatura divina o la que solo anhela un buen último beso. Algunas sueñan con un «aquí te pillo, aquí te mato» y otras, se avergüenzan cuando sus deseos sexuales no están perfectamente alineados con sus posturas políticas. La fantasía recurrente de Gillian Anderson también está en el libro. Pero, como todas las demás, es anónima.
Una cosa es reproducir una fantasía en nuestra cabeza y otra muy diferente ponerla por escrito. ¿Cómo fue la experiencia de plasmar la suya en un relato?
Tienes mucha razón, porque fue muy diferente a lo que imaginaba. Tengo 56 años, he hablado mucho sobre sexo en los últimos años y no hay muchas cosas que me asusten o me pongan nerviosa, pero ponerlo por escrito, saber que alguien lo leería, deletrear todas esas palabras, fue mucho más difícil de lo que nunca hubiera pensado.
Leyendo las cartas, queda claro que el sexo también es un proceso, un viaje que dura toda la vida. ¿Cuándo diría que empezó a abrazar plenamente su sexualidad?
No ocurrió hasta que cumplí los 40 y coincidió con el rodaje de The Fall, una serie en la que interpretaba a una mujer que se sentía muy cómoda en su propia piel: vestía muy bien, era sensual, femenina y muy diferente a lo que yo hacía en mi vida real. También era una mujer muy abierta y fluida en el terreno sexual. Me impactó la manera tan positiva en la que se relacionaba con su sexualidad; me ayudó a relajarme un poco y a permitirme abrazar ese aspecto de mi misma.
Aunque prefiere no hablar de manera directa de su vida privada, hace más de una década que Anderson contó que, además de sus parejas heterosexuales, también ha tenido relaciones, tanto sentimentales como sexuales, con otras mujeres. Aquella confesión, que en su día alimentó muchos titulares de prensa, coincidió, efectivamente, con aquella serie y aquel personaje.
Hablando de objetos de deseo, es usted una sex symbol desde los años 90 y, probablemente, la protagonista de miles de fantasías sexuales. ¿Cómo ha cambiado esa experiencia con el paso de los años?
Para mí siempre ha sido igual. Por un lado, no siento que eso tenga nada que ver conmigo, sino más bien con una reacción a los personajes que interpreto o incluso a las sesiones de fotos, que también son una forma de interpretación para mí. Por eso, es fácil disociarme. Puedo mirarlo y decir: «OK. Interesante...». Pero también sé que, a medida que envejezco y como les pasa a la mayoría de las mujeres, llegará un día en el que me volveré invisible. Es algo totalmente efímero.
¿Qué es más difícil de hacer funcionar en una relación, el amor o el sexo?
Creo que, muchas veces, es más fácil hacer funcionar el sexo que el amor. Los seres humanos somos muy volubles: podemos enamorarnos locamente de alguien y despertarnos un día y descubrir que ya no le queremos. Pero también darnos cuenta de que, a veces, si te quedas y trabajas en esa relación, puedes volver a enamorarte. El amor es una montaña rusa y creo que, para algunas personas y parejas, es más complejo de navegar que el sexo. Con todo lo complicado que puede llegar a resultar, el sexo también puede ser bastante simple.
Por cierto, ¿qué cree que podrían aprender los hombres si se decidieran a leer este libro?
Mucho. ¡Muchísimo! Desde algo tan obvio como que las mujeres quieren recibir placer y no sólo darlo, como asumen y esperan muchos hombres. Quienes ya lo han leído lo han encontrado fascinante, pero también conmovedor. Algunos me han dicho que les gustaría regalárselo a sus mujeres e, incluso, a sus hijas, porque puede ser un buen antídoto contra la masculinidad tóxica.
Después de dos matrimonios, dos divorcios y tres hijos, Anderson comparte su vida desde hace años con el creador de la serie The Crown, Peter Morgan. Su secreto, como ha contado en alguna ocasión, es mantener domicilios separados. Eso también le permite llevar una agenda de alta intensidad, tanto profesional como personal. «Lo mejor de mi vida es poder trabajar en lo que me gusta y estar con mis hijos al mismo tiempo. Ellos hacen sus cosas, yo las mías y, después, nos encontramos para pasar todo el tiempo posible juntos. El equilibrio entre esas dos cosas me hace muy feliz», cuenta.
El año pasado, la actriz se complicó un poco más la vida al lanzar al mercado G Spot (punto G, en inglés), una bebida funcional que ha sido su bautismo de fuego como empresaria. «Ser emprendedora es como subirse a una montaña rusa extrema. Puede ser muy excitante, pero también resulta terrorífico. A veces, quiero arrancarme el pelo de lo estresante que es», confiesa. Y, mientras tanto, sigue sumando títulos (tiene dos series y dos películas pendientes de estreno) a una filmografía marcada por personajes y proyectos tan icónicos como la agente Scully y Expediente X o Margaret Thatcher y The Crown.
Cuando mira atrás y analiza su carrera, ¿es capaz de identificar lo que ha hecho bien para conseguir este tipo de éxito perenne? «Creo que he tenido muchísima suerte. Por otro lado, siempre trato de poner las necesidades de mis hijos por delante de las mías cuando estoy decidiendo si debería aceptar un proyecto o no. Ellos son lo más importante de mi vida y me ayudan a tener los pies en la tierra. Eso me ayuda a tomar el resto de decisiones y hace que todo tenga sentido y merezca la pena«.