trabajador nato
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Es el eterno aspirante al premio Nobel, pero siempre parece escapársele de las manos en el último momento. Haruki Murakami, sin embargo, es el merecedor del premio Princesa de Asturias de las Letras 2023, un prestigioso galardón que le trae a nuestro país, donde sus fans son legión.
Este ha sido uno de los argumentos esgrimidos por el jurado para concedérselo: «Su alcance universal, su capacidad para conciliar la tradición japonesa y el legado de la cultura occidental en una narrativa ambiciosa e innovadora, que ha sabido expresar algunos de los grandes temas y conflictos de nuestro tiempo: la soledad, la incertidumbre existencial, la deshumanización en las grandes ciudades, el terrorismo, pero también el cuidado del cuerpo o la propia reflexión sobre el quehacer creativo».
Los seguidores de Haruki Murakami encontrarán grandes dificultades para trascender los pequeños detalles que el artífice de Tokyo Blues o Sputnik, mi amor ha dado sobre su vida personal en sus entrevistas promocionales o sus artículos. Especialmente en lo que concierne a su mujer, Yoko Takahashi, a quien conoció en 1969 en la universidad de Waseda (coincidieron en un curso de Arte Dramático), cuando ni siquiera se había planteado ser escritor y pretendía convertirse en guionista de cine. Se casaron dos años más tarde y no han tenido hijos, en una decisión consciente, porque el autor de La caza del carnero salvaje era pesimista sobre el futuro que les podría esperar.
En una entrevista concedida a The Guardian en 2011 hablaba de la institución matrimonial en unos términos muy alejados del romanticismo: «El matrimonio es donde aposté. Tenía 20 o 21 años. No sabía nada del mundo. Era estúpido. Inocente. Fue una especie de apuesta, con mi vida, pero de todas formas sobreviví», manifestaba el novelista, cuyos manuscritos caen en manos de su mujer antes que en nadie porque tiene una enorme confianza en su criterio, aunque a veces sus juicios de valor son muy severos.
Una vez casados y sin haber terminado sus estudios universitarios, la pareja aceptó trabajos diversos que no requerían gran cualificación hasta que ahorraron lo suficiente para abrir un local de jazz en Tokio, Peter-cat, que mantuvieron durante cinco años. «El problema era que cuando nos casamos todavía no teníamos dinero. Los tres primeros años mi mujer y yo trabajamos como esclavos, con frecuencia en varios trabajos simultáneos para ahorrar todo lo que pudimos. Después de eso, pedí dinero prestado a amigos y familia. Más tarde reunimos todo el dinero que habíamos podido arañar y abrimos una pequeña cafetería en Kokubunji frecuentado por estudiantes. Era 1974», contaba en un artículo publicado en Literary Hub en 2015.
Fueron tiempos difíciles para la pareja, según su propia narración: «Aunque hacíamos lo que nos gustaba, pagar nuestras deudas era una lucha constante. Le debíamos al banco y a la gente que nos había apoyado. En una ocasión, mientras estábamos atrapados por nuestro pago mensual al banco, mi esposa y yo caminábamos con la cabeza gacha a altas horas de la noche cuando tropezamos con algo de dinero tirado en la calle. No sé si fue sincronicidad o algún tipo de intercesión divina, pero la cantidad era exactamente la que necesitábamos. Dado que el pago debía realizarse al día siguiente, fue realmente un respiro de último momento. (Sucesos extraños como este han ocurrido en varios momentos de mi vida.) La mayoría de los japoneses probablemente habrían hecho lo correcto y entregado el dinero a la policía, pero, como estábamos al límite, no podíamos dejarnos llevar por esos buenos sentimientos».
Fue posteriormente cuando Murakami empezó a dedicar su tiempo y sus energías a escribir. Con la publicación de su primera novela, Escucha la canción del viento, daba comienzo a una trayectoria vertiginosa que le ha llevado a ser el perfecto compendio de lo comercial y unos estándares de calidad literaria muy altos.
«Algunas veces me pregunto por qué soy ahora novelista. No hay una razón definida de por qué me convertí en escritor. Algo pasó, me hice novelista y ahora soy un escritor de éxito. Cuando voy a Estados Unidos o Europa, mucha gente me conoce. Es algo extraño. Hace unos años fui a Barcelona para hacer una firma de libros y vinieron 1000 personas. Las chicas me besaban. Estaba muy sorprendido. ¿Qué me había pasado?», manifestaba en la mencionada entrevista de The Guardian.
Cuando Murakami publicó Norwegian Wood (título original de Tokyo Blues, en referencia a la canción homónima de los Beatles) en 1987 se convirtió en un fenómeno de masas en Japón. Vendió millones de ejemplares de la noche a la mañana y su vida, como él la tenía entendida, se convirtió en un invierno. Así se lo contaba al periodista Roland Kelts en una conversación publicada por The New Yorker: «No podía salir a cenar o ir en metro sin que me hicieran una fotografía. Fue terrible y no volverá a pasar».
Dicho y hecho. Murakami y su mujer pasaron una temporada en Italia, donde había escrito gran parte de la novela, se mudaron una temporada a Grecia y después se marcharon a Estados Unidos. Había aprendido la lección, así que cuando se repitió el fenómeno de masas con 1Q84 en Japón, estaba fuera de su país. Según se describe en el mencionado reportaje, existe una duplicidad entre cómo se comporta el novelista en su tierra y fuera de ella. En Japón es mucho más reservado, ha criticado severamente al establishment literario y evita hacer declaraciones políticas. En Estados Unidos, por el contrario, se muestra más expansivo y se le da tratamiento de gran estrella en sus giras promocionales.
En 2014 en la feria del libro de Edimburgo, Murakami dio un ejemplo en este sentido al hablar con humor sobre sí mismo y su acento en inglés («He vivido algún tiempo en Hawái», dijo). Asimismo, desveló que muchos de los temas recurrentes de sus libros proceden de su vida cotidiana: sus gatos, la cocina, su música y sus obsesiones. A propósito de las distintas líneas argumentales que se suelen entremezclar en sus ficciones aseguró que «cuando escribo una novela, me lleva uno o dos años, y escribo todos los días. ¡Me canso! Tengo que abrir la ventana para que entre aire fresco. Escribo otra línea argumental para entretenerme y espero que también lo hagan mis lectores. Lo hago en primera persona, así que necesito algo más para desarrollar estos hilos argumentales: cartas o la historia de otras persona».