«Esta novela me ha costado toda una vida escribirla, porque en ella están muchas de las lecturas que he hecho a lo largo de mi vida». Julia Navarro (Madrid, 1953) acaba de presentar la novena de sus novelas , una ambiciosa historia en la que denuncia las ideologías totalitarias que triunfaron el siglo pasado, y que le permite analizar la deriva autoritaria y muchos de los problemas que vivimos en la actualidad.
El niño que perdió la guerra (Editorial Plaza y Janés) es la historia de Pablo, el hijo de unos militantes comunistas que, al acabar la Guerra Civil y con sólo cinco años, es trasladado a Moscú. Pero es, sobre todo, la historia paralela de su madre, Clotilde, y de Anya, la mujer que lo acoge en la Unión Soviética y lo cría como a su propio hijo. Dos mujeres que se enfrentan a la persecución y la falta de libertades, y que acaban pagando un alto precio por ello.
Mujerhoy: ¿Qué ha supuesto para ti abordar la historia que relatas en «El niño que perdió la guerra»?
Julia Navarro: En primer lugar, un reto, porque he tenido que exprimir los testimonios que dejaron personas que pasaron por el Gulag y por las cárceles franquistas; procesarlos para poder contarlos, meterme en la piel de esas personas para intentar transmitir lo que sintieron, lo que sufrieron.
MH: ¿Por qué decidiste abordar aquella época y esa historia?
J.N: Porque creo que volvemos a vivir en una sociedad muy polarizada y se ha producido un auge de las autocracias y los regímenes totalitarios. Hoy aparecen con ropajes distintos, más modernos, pero al final el germen y las consecuencias son las mismas. El fascismo ahora es igual que el de los años 40; ya no van con correajes, sino con zapatillas deportivas, pero el contenido es el mismo.
MH:¿Somos ahora más tolerantes que hace unas décadas con las dictaduras y las autocracias?
J.N: Somos menos conscientes. Vivimos diciendo esto ya no va a volver a pasar, pero sí puede volver a suceder. La democracia hay que cuidarla todos los días; hay que sentarse de vez en cuando a reflexionar sobre todo lo que ocurre a nuestro alrededor.
MH: ¿Deberíamos tener claras algunas lecciones para no repetirlas?
J.N: Por supuesto. Yo dedico mi libro a quienes dicen no. A veces hay que decir no a esos atisbos autoritarios a los que no damos importancia porque pensamos que son aislados. Pero muchos hechos aislados terminan siendo un conjunto que lo impregna todo. Creo que vivimos en una sociedad en la que nos preocupamos más por nosotros mismos que por lo de todos. Y de eso se aprovechan.
MH: ¿Julia Navarro ha dicho muchas veces no?
J.N: En algunas ocasiones, y sigo diciéndolo. ¿Decimos todos los noes que deberíamos decir? Pues seguramente no. Porque a veces ni siquiera somos conscientes de que debemos oponernos a lo que sucede. Pero cuando tomas conciencia de que algo no va por el carril que debiera, tendríamos que decirlo. Por ejemplo, me parece evidente que Venezuela es un régimen totalitario: detienen a los opositores, les torturan, les meten en las cárceles, millones de venezolanos han tenido que irse al exilio... Eso en una democracia no sucede. No se puede ser tibio en esto.
¿Si decimos que es una dictadura, va a ser peor? ¿Peor para quién? Peor para quienes están allí ya no puede ser, al revés. Los españoles deberíamos recordar aquel gesto de Olof Palme [primer ministro sueco] que salió a la calle para manifestarse en favor de la oposición al franquismo. Con ese gesto, dijo: «Hay mucha gente que está con ustedes».
MH: ¿España debería pronunciarse con más claridad sobre ese tema?
J.N: Es que si no nos atrevemos a decir que en Venezuela hay un régimen dictatorial y autoritario... ¿Por qué damos asilo a Edmundo González? Si Venezuela fuera una democracia, los opositores podrían vivir tranquilamente. Pero él ha venido porque su vida corría peligro. Ésta es una de esas ocasiones en las que hay que decir no. Aunque, dejando a un lado Venezuela, a veces es más difícil decir no a los partidos con los que tienes más cosas en común.
A mí me marcó el debate entre Jean-Paul Sartre y Albert Camus. Éste, desde una posición ética, denunciaba las violaciones de los derechos humanos en la Unión Soviética. Y Sartre, que era un ídolo para la izquierda, decía que eso podría favorecer a las fuerzas de la derecha. Esa es una posición tramposa e inmoral.
MH: ¿Es una posición que hoy sigue vigente?
J.N: ¡Claro! Y es un debate pernicioso, que va coartando la libertad de los ciudadanos y la libertad de expresión. Y vamos retrocediendo y callando.
MH: A tu juicio, ¿quién sale beneficiado de ese ambiente de polarización?
J.N: Quienes lo provocan, evidentemente; nunca los ciudadanos, porque recorta los márgenes de libertad. Yo tendré que decir que, en mi opinión, lo que usted hace no es correcto, no me puede pedir que me calle. Pero hay mucha gente que se siente con las manos atadas y la boca callada, porque está en su imaginario que si critican lo que unos hacen, va a beneficiar a los otros. Deberíamos ser capaces de separar las cosas y explicar que criticar algo no significa favorecer lo contrario.
MH: Volvamos a la novela. En El niño que perdió la guerra cuentas cómo los niños siempre son los que salen peor parados de los conflictos.
J.N: Los niños pierden siempre las guerras de sus padres. Ellos nunca hacen la guerra, son sus padres; pero, si no la ganan, sus hijos son los grandes perdedores.
MH: Hablas también de una tercera España, quizá un poco olvidada, que no se sentía identificada con ninguno de los dos bandos y vivía callada. ¿Sigue existiendo?
J.N: Sí. Creo que es una España mayoritaria, que no termina de encontrar la manera de hacer llegar su voz y sigue siendo silenciosa. Pero el problema es que termine cundiendo la indiferencia, que los ciudadanos piensen «esto no va conmigo», que no se sientan partícipes de lo que sucede y no crean que lo pueden cambiar. Muchas veces esa tercera España se repliega en sí misma y sólo se oyen las voces de los extremos.
MH: También abordas el desarraigo, el sufrimiento por tener que dejar tu casa, tu país...
J.N: Siempre me he preguntado cómo viviría tener que irme al otro extremo del mundo y aprender un idioma, unas costumbres... Es algo que me produce horror, un desgarro interior. Llevo años colaborando con la ONG Entreculturas y he conocido a muchas personas que han llegado hasta aquí. Nadie se va de su casa si no es por una poderosa razón: el hambre, la miseria, la violencia, la guerra...
Imagínate a una madre que coge a sus hijos y se mete en una patera o atraviesa el desierto sufriendo todo tipo de vejaciones y violaciones... Su desesperación es tal que arriesgan su vida y la de sus hijos para intentar llegar a lo que creen que va a ser un mundo mejor.
MH: ¿Y la sociedad española está a la altura?
J.N: Sí, claro que sí. Los que no lo están son los políticos. Sólo hay que ver cómo la gente se lanza a ayudar o cómo forman parte de las ONG. La emigración es un problema que hay que abordar; no se pueden seguir echando la pelota los unos a los otros. Es vergonzoso que lo hayan convertido en un pim pam político. Hay seres humanos que sufren una situación terrible y no sólo en Canarias. ¿Sabemos lo que pasa en los CIES [Centros de Internamiento para Extranjeros], que dependen del Gobierno? Son centros donde se retiene a ciudadanos cuyo único pecado es haber llegado aquí.
Me escandaliza que la clase política los utilice como arma arrojadiza. No se están dando respuestas a un problema humanitario. De vez en cuando, el Gobierno se pone una medalla y se hace la foto, pero no resuelve el problema. Señalan a los de enfrente, y éstos, a ellos; y unos por otros, la casa sin barrer.
MH: En la presentación de tu libro estaba Khadija Amin, una periodista afgana a la que te une una gran historia.
J.N: Nuestra Khadija, a la que la ministra Margarita Robles ha ayudado mucho, presentaba el informativo en la televisión de Kabul y fue una de las personas que salió con las tropas españolas cuando los talibanes tomaron el control en agosto de 2021. Se acercó al aeropuerto por interés periodístico y tuvo que tomar una decisión en un momento horrible: cuando se acercó a los soldados, la cogieron y, en un segundo, ella decidió venir.
Si no, hoy posiblemente estaría muerta, o viviendo en un régimen que ni deja hablar a las mujeres. Y ahí volvemos a ver la hipocresía: denunciamos lo que hacen determinados regímenes, pero no a otros. No decimos nada de los países del Golfo porque nos interesa su petróleo. A esa hipocresía hay que decir no.
MH: Una de las ideas que repites en la novela es que el pensamiento es el arma más poderosa contra las dictaduras.
J.N: Siempre lo digo: los dictadores y los autócratas temen más las palabras que las armas. Por eso intentan acallar y desprestigiar a quienes tienen un pensamiento propio y crítico. Los creadores, los escritores, están en primera fila; la suya es la primera voz que se escucha y la primera que se intenta acallar.
MH: ¿La cultura puede salvarnos?
J.N: Es una herramienta más para sacudir a la sociedad y ser conscientes de que se desliza políticamente hacia una dirección u otra. A través del teatro, de una novela, de un ensayo, de una exposición, de unas caricaturas... Todo el que crea nos interpela al resto de la sociedad. Y eso es lo que más temen los autócratas y los dictadores.
MH: La cultura también nos cura. En tu libro, cuentas cómo las mujeres presas en el Gulag se reunían tras sus jornadas de trabajo forzado, para recordar poemas o Anna Karenina...
J.N: En sus biografías, aquellas mujeres contaban que esos eran los pocos momentos que tenían para respirar y no volverse locas.
MH: ¿A ti te ha curado la literatura en algún momento?
J.N: Creo que a todos. Cuando estamos absolutamente agobiados, abrir las páginas de un libro nos traslada a otro lugar; desconectas de tu realidad para viajar a otra realidad. La literatura tiene un poder terapéutico.
MH: El niño que perdió la guerra es tu novena novela, y se han cumplido 20 años de la publicación de la primera, La hermandad de la Sábana Santa. ¿Ha merecido la pena esta aventura?
J.N: Yo creo que sí; es una etapa de mi vida en la que he aprendido muchas cosas. Pero lo más gratificante ha sido el contacto con los lectores, escucharles, porque al final son ellos los destinatarios de mis libros.
MH: Y su respuesta, además, siempre ha sido muy buena...
J.N: Pero nadie te garantiza que vaya a seguir siendo así. Cada novela es como si fuera la primera, en cada libro me la juego. No doy por hecho que me vaya a ir bien en este. Respeto mucho a los lectores para no dar por hecho nada.
20 de enero-18 de febrero
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