entrevista exclusiva
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A Karolína Kurková (Decin, República Checa, 1984) la palabra «equilibrio» no le acaba de convencer. «Prefiero hablar de corriente», cuenta mientras hace malabarismos para que su hija Luna, de dos años, no coja el teléfono a través del que hablamos por videoconferencia. Recién levantada, lleva una camiseta negra, la cara lavada y el pelo recogido en una coleta. Habla con Mujerhoy desde el salón de su casa en Miami, a donde llegó en 2012 junto a su marido Archie Drury, cambiando el vértigo de Nueva York por la tranquilidad, el clima cálido y el aire limpio de Florida.
La supermodelo y empresaria, madre de otros dos chicos –Tobin Jack (13) y Noah Lee (7)–, lo afirma con naturalidad, sin darse cuenta de que su gesto espontáneo fluye con el discurso que mantiene en la entrevista. «Las oportunidades van y vienen, así que tienes que aprender a valorar el conjunto. Por supuesto, también priorizar. ¿Qué es lo que más me importa ahora mismo? ¿Qué supone este trabajo? ¿Me aporta algo enriquecedor a nivel creativo? ¿Es un reto? ¿Se diferencia de lo que he hecho antes?», razona.
Ha cambiado su disponibilidad y es más selectiva –de ahí lo excepcional de este reportaje–, pero su entusiasmo sigue intacto. De hecho, ella considera que ha aumentado ahora que ha logrado canalizarlo dentro de su corriente vital. «Cuando voy a trabajar, lo doy todo. Si acepto un proyecto, me entrego al 150%; si me quedo en casa, ese 150% es para mi familia. Aprovecho bien el tiempo y soy muy disciplinada y organizada. Tienes que serlo cuando haces varias cosas a la vez», explica.
Además de su carrera como modelo y la vida familiar, lanzó en 2018 Gryph & IvyRose, una línea de productos para el cuidado de los más pequeños. Inspirada por su experiencia como madre y alentada por su espíritu emprendedor, nació esta marca de artículos orgánicos, sostenibles y certificados médicamente. «Es una empresa muy pequeña, así que hago de todo: apilo cajas, llevo pedidos en mi coche o trato con proveedores», comenta con un orgullo evidente.
Desde que entrase en 1999 en el despacho de su primera gran valedora, la diseñadora Miuccia Prada –«Era la primera vez que cogía un avión. Llegué, le gusté y durante dos semanas fui la modelo sobre la que se probaba la colección completa», recuerda con cara de asombro–, la vida de Karolína ha cambiado tanto que parecen en realidad varias distintas.
Los días en los que saltaba de una pasarela a otra, encadenaba sesiones de fotos en jornadas que se sabía cuándo empezaban pero pocas veces cuándo terminarían, o rodaba campañas en lugares remotos y condiciones extremas, ya no marcan su rutina. «Afortunadamente, aquella época en la que trabajábamos toda la noche, sin un horario planificado, ya se ha acabado. En este mundo de la moda, la gente ahora entiende que el tiempo es algo valioso, es algo que no podemos recuperar. Todos tenemos vidas más allá del trabajo», reconoce.
Quien busque nostalgia en sus palabras, tendrá la misma suerte que el que espere encontrar algunos de aquellos espectaculares retratos de Kurková en su casa. «Tengo algunos guardados muy especiales, regalos de grandes fotógrafos con los que he trabajado y que espero poner algún día en mi rincón de trabajo. Nos mudamos hace dos años, en plena pandemia, y todavía no he tenido tiempo para hacerlo. ¿En el resto de la casa? No me apetece verme tanto. Además, mis hijos me dirían: «Mamá, ¿por qué estás en todas partes?», imagina echándose a reír.
Al recorrer la galería de fotógrafos para los que ha posado, la memoria de Karolína se activa. «Todos trabajaban de formas muy diferentes, buscaban la inspiración cada uno a su manera, pero tenían en común la pasión y la ética de trabajo. El señor [Richard] Avedon era muy divertido, muy expansivo y dicharachero. Se ponía a un lado de la cámara, te miraba y te contaba cosas para que te sintieras de una forma concreta. Y luego en el otro extremo estaba el señor [Irving] Penn, que no quería que se hablase ni que hubiera música. Tenías que adaptarte a estilos y personas muy distintas, pero eso es lo que me gusta de este trabajo».
Seguramente las peticiones más extrañas se las haya hecho Steven Klein: meterse en una jaula con un cocodrilo o subirse a lo más alto del skyline neoyorquino –«Sin arneses», apunta– para sujetar la bandera de Estados Unidos tras el 11-S.
«Sí, he hecho cosas muy locas, pero esas situaciones son las que más disfruto. Incluso cuando me han demandado una transformación mayor es cuando más he aprendido de mí misma. Cambiar y jugar con looks diferentes y arriesgados, desafiar lo que se espera de mí, eso es lo que me apasiona de este trabajo. Nunca me ha gustado que me encasillen. Siempre supe que podía ser lo que quisiera, que podía hacerlo todo. Estoy dispuesta a mostrarme vulnerable, a no estar siempre guapa, a ofrecer una imagen extraña e incómoda...», reflexiona Kurková mirando hacia el infinito, proyectando todas las caras que aún no ha enseñado.
En 2024 Karolína cumplirá 40 años, un cuarto de siglo trabajando como modelo. « La edad ya no es un límite. Si sigues teniendo una buena imagen, una actitud interesante, algo que decir y te sientes bien contigo misma, ¿por qué no vas a salir ahí fuera? Es maravilloso que puedas hacerte mayor y las marcas, el público y los medios quieran contar contigo. En el mundo hay gente de todas las edades. Y no se trata sólo de que todos nos veamos representados en las diferentes etapas de la vida. Por ejemplo, cuando era más joven recuerdo perfectamente que también quería aprender de personas mayores que yo».
¿Y quiénes fueron esos mentores? «La gente con la que trabajabas, pero no sólo los grandes nombres, sino personas de todo tipo. Entonces apenas había información disponible para aprender sobre fotógrafos o diseñadores. Si no te sonaba algún nombre, no podías buscarlo en Internet, ni había tampoco muchos libros a tu alcance sobre el mundo de la moda. Ibas de un trabajo a otro, aprendiendo todo lo que podías y aprovechando cada oportunidad», recuerda.
Así es como aprendió la clave para una carrera tan larga y exitosa como la suya: dar siempre más de lo que esperan de ti. «Obviamente, la base es tu trabajo, las fotos y los desfiles, pero lo que marca la diferencia es tu reputación», explica Karolína. «Enfrente de ti siempre hay otra persona que es la que decide, la que se forma una opinión, la que sabrá si quiere llamarte de nuevo. Para mí, el mayor cumplido no es algo sobre mi físico, a eso no le presto atención porque no me define. De hecho, he tenido que aprender a dar las gracias cuando me lo dicen para no ser maleducada. A mí, lo que me hace verdaderamente feliz es que a la gente le guste trabajar conmigo. Quiero que me recuerden sobre todo por ser una buena persona».
Durante algo más de hora y media, Karolína habla con la misma pasión sobre sus hijos –«El mayor empieza a ser consciente de en qué consiste mi trabajo, pero creo que será chef; los otros dos no me reconocen cuando voy maquillada»–; el uso que hace de Instagram –«Es fundamental mostrar tanto lo cotidiano como lo glamuroso»–; la era de las supermodelos, aquellos grandes shows que protagonizó como emblemática Ángel de Victoria's Secrets, y también de su concepto de la belleza, en el que la elegancia es más una forma de estar en el mundo que un determinado gusto vistiendo.
Nos reímos cuando reconoce que piensa en voz alta cuando va a salir a la pasarela para motivarse. Antes de despedirnos, le pregunto en qué le gustaría que pensásemos al mirar la sesión de fotos que realizó para Mujerhoy en Miami. Sin dudar un segundo, contesta. «Quiero que veáis a una mujer vulnerable y fuerte, que acumula experiencias y tiene ganas de vivir cosas nuevas, alguien natural que se siente bien consigo misma. Quiero que veáis a Karolína», concluye con una enorme sonrisa.
Dirección de moda: Gervasio Pérez.
Karolína Kurková está representada por Storm Models Management.
Maquillaje: Natasha Smee (Creative Management). Peluquería: Gianluca Mandelli (The Wall Group). Asistente de fotografía: Szymon Goslawsk. Asistentes de estilismo: Mia Rapoport y Frida Garcia. Producción: Arzu Kocman. Asistente de producción: Miguel Villalba.