entrevista

Máximo Huerta: «De mi paso por el gobierno guardo una cicatriz y la cartera de ministro»

Después de cambiar de vida, mudarse a su pueblo y abrir una librería, Maxim Huerta acaba de presentar su décima novela, Paris despertaba tarde, ambientada en los años 20 y poblaba de personajes fascinantes como Kiki de Montparnasse.

Máximo Huerta en París. / JAVIER OCAÑA

Ixone Díaz Landaluce
Ixone Díaz Landaluce

Máximo Huerta (Utiel, 1971) vive rodeado de libretas que suele comprar en todos sus viajes. En algunas de ellas pinta con acuarelas, una de sus aficiones más desconocidas; otras son apuntes históricos, ideas, nombres de personajes, diálogos…. De ellas nacen todas sus novelas. La última, París despertaba tarde, es una historia de amor, pero también de amistad entre mujeres, que mezcla personajes ficticios con los artistas que poblaban los cafés de Montmartre en los años 20: Man Ray, Monet, Modigliani, Kiki de Montparnasse, Jeanne Hebuterne, Coco Chanel , Scott Fitzgerald, Ernest Hemingway ….

Después de una ecléctica vida profesional −en la que fue presentador de informativos y de espacios como El programa de Ana Rosa, pero también ministro de Cultura y Deportes del primer gobierno de Pedro Sánchez durante apenas semana− hace poco más de un año que el escritor se mudó a su pueblo, Buñol. Allí cuida de su madre, pero también ha hecho realidad un sueño de infancia: tener su propia librería.

MUJERHOY. El germen de esta novela nace de un mosaico en la basílica del Sagrado Corazón de París. ¿Qué encontró allí exactamente?

MÁXIMO HUERTA. Sí, es un mosaico de San Ignacio de Loyola en el que hay dos mujeres que visten faldas valencianas. Cuando las vi, pensé: ¿Qué hacen estas dos mujeres en el altar del Sagrado Corazón de París? Y a partir de esa pregunta decidí investigar y empecé a tirar del hilo de esas faldas y de quiénes podían estar detrás de esa historia real que yo he convertido en una gran historia de amor.

¿En qué otros lugares inesperados ha encontrado ideas para una novela?

No me dejes la escribí porque entré en una floristería y escuché una conversación. De pronto, alguien entra pidiendo flores para una boda y un entierro y se enciende la chispa. Si estás atento surgen novelas en cualquier rincón del mundo y en cualquier momento del día. Siempre hay que estar atento: en una terraza, en la peluquería o en tu propia casa viendo la tele. Puede haber una novela en el lugar más insospechado.

Como decía antes, esta novela es, esencialmente, una gran historia de amor. Como lector, ¿también es asiduo de las novelas románticas?

Últimamente me ha cautivado muchísimo Douglas Kennedy con En busca de la felicidad, que es maravillosa. En realidad, todas las novelas son de amor, hasta las de guerra. El amor es lo que mueve el mundo y el amor es lo que, por ausencia o por exceso, siempre es motivo para una canción, una película o una novela.

¿Por qué nos sigue produciendo tanta fascinación los años 20 y, en concreto, los años 20 en París?

Porque nunca ha habido un momento más cosmopolita en la historia. En todos los aspectos: moda, sexo, sociedad, pintura, fotografía, cine, artistas, inmigrantes, música swing… Jamás ha vuelto a haber una ciudad tan cosmopolita: ni Londres ni Berlín ni Nueva York. Y porque fueron años deslumbrantes, insolentes, ingeniosos. Y eso ha dejado huella. Todavía seguimos viviendo de las rentas de esos años 20.

¿Qué aprendió durante el proceso de documentación que desconocía de ese momento histórico?

Existe una visión demasiado idealizada y un poco cursi de cómo los pintores trataban a las mujeres. Y la realidad de aquellos talleres era muy sórdida. Todo lo que había detrás de la fiesta de los años 20 era muy sórdido: el exceso y la experimentación tanto con las sustancias como con el sexo. Otra cosa que me sorprendió es que siempre hablamos de Coco Chanel y, en realidad, quien liberó a la mujer, quien le quitó el corsé y le puso ropa cómoda, fue el diseñador Paul Poiret, aunque es mucho menos recordado que Chanel.

Máximo Huerta acaba de prensetar su última novela: Paris despertaba tarde. / javier ocaña

Rescata la figura de Kiki de Montparnasse. Después de estudiarla a fondo, ¿que diría que la convirtió en un icono atemporal que nos sigue fascinando un siglo después?

Porque fue la primera mujer empoderada de la historia, ahora que se utiliza tanto esta palabra. Es la Juana de Arco de la felicidad. Fue desde la pobreza al éxito, aunque luego tuvo un final muy dramático. Pero su entrega por la alegría de vivir, por el arte, por vivir como si fuera su último día me parece fascinante.

Cada escritor tiene un proceso creativo diferente, ¿cómo suele arrancar el suyo?

Todo parte de una chispa o de varias. Empiezo a escribir en libretas que compro compulsivamente. Anoto ideas sobre la génesis, nombres de posibles personajes, lugares e incluso diálogos. Hay novelas que se frustran, que no llevan a ninguna parte, pero de pronto varias de esas ideas se van uniendo. En este caso, los vestidos del Sagrado Corazón, una tienda que todavía existe y los Juegos Olímpicos… Luego, voy componiendo todo en una pizarra blanca, empiezo a mezclar con las libretas y a buscar referencias en libros, fotografías, YouTube, Google… Y un día, cuando ya estoy empapado de todo eso, empiezo a escribir. A partir de ahí, no hay ninguna norma.

¿De cuántas libretas estamos hablando?

Pues mira, tengo dos estanterías de Ikea llenas. Una, con libretas de acuarelas y otra, con libretitas de todos los tipos y tamaños que compro en viajes o en librerías. Ahí están, sin ningún orden, todas amontonadas.

¿Y en qué momento se da cuenta de que la novela está terminada, que ya no le pide nada más?

A veces, es el cansancio; otras, notas que ya se ha acabado la fiesta. Cuando estás escribiendo sientes una especie de temperatura. Notas que ya está cocinada. Como cuando abres el horno y sabes que lo que está dentro ya está listo. Por un lado, sabes que ya no da más de sí; por otro, notas que has llegado a la meta.

Más allá del rito de la escritura, ¿en qué consiste para usted ser escritor?

Consiste en culminar una obsesión, en tener una idea y compartirla. Para mí eso nació en la prehistoria infantil, cuando empiezas a escribir cuentos, te presentas a todos los concursos literarios y disfrutas de la biblioteca de tu pueblo porque en mi casa no había tantos libros. Disfrutaba mucho buscando libros: me doy cuenta de que me encanta Pippi Långstrump y de eso paso a otros cuentos y luego me meto en Agatha Christie y descubres que los libros te fascinan. Así es como nace.

¿Y le gusta hojear aquellas primeras historias que escribió o le produce pudor?

En la mudanza me encontré algunas cajas con relatos que escribí siendo adolescente. Algunos me sonrojaban, pero en otros había cierta chispa. Pero sí, sobre todo da pudor.

¿Esta vez dónde ha colocado su novela en su librería de Buñol?

Este lo hemos puesto en el escaparate. Los anteriores no, me daba cierto pudor. Pero Yolanda, que es una librera maravillosa, dijo que había que compartirlo y ha montado un escaparate muy francés, con baguettes, croissants, el libro y doña Leo con una boina de medio lado.

¿Como librero es más feliz que como periodista?

Sí. El periodismo de ahora va con mucha prisa y yo es que prisa no tengo. Se queman las noticias demasiado rápido. El periodismo en el que yo nací y trabajé iba a otra velocidad. Las redes sociales, el clickbait, han hecho que todo se consuma con mucha prisa. Y yo no sé si encajo en ese periodismo.

¿Le costó bajar de revoluciones cuando dejó la tele y cambió de vida?

No, porque siempre he tenido tiempo para escribir. Incluso cuando estaba en la tele, dedicaba las tardes a escribir. Tenía como dos termómetros: uno más de acción y otro más íntimo y tranquilo en casa. Y los dos me representan.

Si le ofrecieran un proyecto interesante, ¿lo dejaría todo para volver a la televisión?

Hoy por hoy no, porque estoy cuidando de mi madre. Pero si en algún momento me ofrecieran algo semanal, algo grabado… Claro que sí. La televisión me gusta. Me parece muy divertida. Además, sé bailar en ese escenario. Pero ahora no, tengo otras prioridades en este momento de mi vida.

Volvió a Buñol para cuidar de su madre, que padece Alzheimer. ¿Qué le ha enseñado esta experiencia?

Supongo que estoy coleccionando momentos para acordarme cuando ya no esté. He tenido que aprender a tirar de paciencia, que creía que no tenía, y también a tirar de mentira porque hay que mentir mucho a quien tiene olvidos, lagunas y que, a veces, no sabe ni quién soy. Al principio, me revelaba e intentaba corregirla. Ahora, remo a favor. Si dice que soy su hermano, pues soy su hermano y ya está. Me he acostumbrado a mentir, a tener más paciencia y a ser más comprensivo.

El escritor en una terraza en París. / javier ocaña

¿Le gusta seguir la actualidad política o ya no le interesa?

Sí, por las mañanas leo lo que está pasando en los periódicos digitales y suelo ver el telediario o escuchar la radio. Como la actualidad política va a tanta velocidad no sé si les da tiempo ni a ellos mismos a seguirla. Te vas dos días y parece que ha cambiado el gobierno.

¿Le molesta que le recuerden su breve pasado ministerial?

¡Qué va! Me divierte, me lo tomo con ironía. El otro día estuve en el programa de Julia Otero y me dijo: «Estuviste tres días…» Y yo le dije: «Hombre Julia, no me restes. ¡Fueron cinco!». Ahora ya puedo reírme. Hubo un tiempo en el que me hacía mucho daño. Pero llegados a los 53 años es absurdo tomárselo a mal.

¿Se llevó algo de aquellos cinco días?

Bueno, una cicatriz. Y una cartera que tengo por ahí…

¿La conserva?

Sí, en Madrid la tenía en el vestidor y la veía todos los días. Ahora está en el sótano, pesa muchísimo y ahí se va a quedar. No tiene mucha utilidad.

Además de la promoción, ¿en qué proyecto está trabajando ahora mismo?

Estoy preparando una sorpresa para final de año. No es una novela, es un capricho que me quería dar y que he ido escribiendo como divertimento. Es que he descubierto que en el pueblo el día dura mucho más que en Madrid, donde la vida va muy rápido. Puedo hacer las compras en diferentes tiendas en lugar de ir al supermercado, llamas al electricista y viene esa misma mañana, desayuno todos los días con mis amigos en el bar. Eso antes era impensable para mí.

Por cierto, ¿cómo le han recibido en el pueblo?

Muy bien. La librería, que está frente al ayuntamiento, se ha convertido en el nuevo club social, el nuevo centro turístico, en la oficina de turismo y la oficina de quedada. Me siento muy querido.

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