Mena Suvari (Newport, Rhode Island, 1979) está en una mecedora amamantando a su bebé, Christopher, de casi tres meses. Su esposo, Mike, asoma la cabeza por la puerta para avisarla de que va a salir. «Te quiero», le dice, y le lanza un beso. «Yo también», responde ella sonriendo. Es una escena habitual de felicidad doméstica, pero a la actriz le sigue pareciendo inaudita. «Jamás pensé que tendría una familia. No creía merecerlo lo suficiente», confiesa, al borde de las lágrimas.
Tenía solo 19 años cuando fue elegida para coprotagonizar dos grandes éxitos de taquilla de 1999, la comedia adolescente American pie y la oscarizada American beauty. En esta última, Suvari interpretaba a una animadora de aspecto angelical cuyo cuerpo cubierto de pétalos de rosa se convirtió en una imagen icónica . Sin embargo, su mejor papel lo interpretó durante las dos décadas siguientes. «Me resultaba absolutamente doloroso estar dando una entrevista y sentir que no podía ser yo misma. Tenía que pensar en lo que esperaban escuchar de mí, porque para eso había sido entrenada. «Rodar American Pie debió de ser genial, ¿no?», me preguntaban, y yo no podía contestar: «Están abusando de mí».
Con 42 años encontró las fuerzas para contar en sus memorias, The great peace (Hachette) la realidad tras su glamurosa fachada: violada a los 12 años, víctima de relaciones abusivas durante toda su carrrera, sometida a una presión familiar insoportable... Hace tres años estaba revisando cajas cuando encontró la nota de suicidio que había escrito en la adolescencia.
«Tardé 20 años en encontrar esa carta. Pero cuando lo hice volví a reconocerme a mí misma, y emprendí este proceso de curación». En ese momento, el movimiento #MeToo también estaba en pleno auge. «Me sentí empoderada y autorizada para contar que algo iba mal. Y nunca antes me había sentido así».
Tenía 12 años cuando su mundo se puso patas arriba. Uno de los amigos de su hermano, de 16, empezó a interesarse por ella, y la atosigaba con cartas de amor y atenciones. Un día, mientras estaban solos en el dormitorio de invitados de la casa de sus padres, la asaltó. «Me sentí atrapada, asfixiada y asustada, muy asustada», escribe en el libro. Le vio ponerse un condón. «No importó cuántas veces grité «¡no!», ni que le pidiera que parase. No me escuchó». La agresión provocó una infección y le recetaron píldoras anticonceptivas. «Qué diferente habría sido mi vida si entonces alguien me hubiera preguntado por cómo estaba y qué había sucedido...». Para empeorar las cosas, aquel chico fue diciendo por ahí que ella era «una puta». «¿Estaba tratando de racionalizar la culpa que sentía por haberme violado?», se plantea Suvari.
La actriz empezó a trabajar como modelo a esa misma edad, reclutada por representantes de una agencia que visitaron su escuela. La mandaron a competir en un concurso de modelos a nivel nacional. «Gané en casi todas las categorías para las que había sido inscrita», recuerda. Pronto fue contratada para protagonizar un anuncio de prendas de baño de Oscar de la Renta, y se mudó a Nueva York con sus padres para trabajar durante el verano. Un año después sus padres decidieron mudarse a Los Ángeles, donde cada vez la reclamaban para más campañas. Suvari no recuerda haber participado en la toma de ninguna de esas decisiones. En la escuela, «el camino profesional que me interesaba seguir era la investigación médica, no ser modelo o actriz», relata en sus memorias. Sin embargo, se dejó llevar, y a los 17 años rodó su primera película.
Su padre, psiquiatra, tenía más de 70 años y trabajaba cada vez menos, por lo que la joven comenzó a mantener a la familia. Al principio, sus padres estaban unidos, pero el matrimonio se deterioró, y su madre se marchó. Mena se quedó sola en casa con su padre anciano, que enfermó tras sufrir un derrame cerebral. Sus hermanos mayores se habían marchado a la universidad y quedó ella sola al frente.
A medida que la elegían para más y más papeles, su carrera pareció encarrilarse pero, al echar la vista atrás, cree que su ingenuidad la hizo vulnerable a la explotación por parte de la industria. «¿Qué hacía yo a los 16 años a solas con mi agente en su apartamento, drogándome y dejando que él me follara, y que me dijera cosas como: «No te olvides de cepillarte el pelo»? ¿Era eso Hollywood? ¿Era esa mi vida?», relata.
Suvari empezó a consumir más drogas. Se aficionó a la metanfetamina, que esnifaba en los baños de la escuela a escondidas. «Seguía haciendo todo lo que me pedían. Las deberes del colegio. Las audiciones. El sexo. Solo yo sabía todo lo que me metía a diario», recuerda. Una noche escribió la nota de suicidio con la que años más tarde se encontraría. «Me sentía invisible, ignorada e infravalorada, pero lo cierto es que yo misma me maltrataba», explica.
Se embarcó en otra relación tóxica, esta vez con un hombre que la convenció para hacer tríos, usó con ella dolorosos juguetes sexuales, fue infiel con otras mujeres y le contagió un herpes. Fue ahí cuando llegó su gran oportunidad, la película American pie. «Yo era perfecta para el papel de Heather, una joven dulce, inocente y virginal», asegura viendo la ironía. Durante el rodaje, sin embargo, se comportó de forma intachable. «Sabía lo que se esperaba de mí. Hacía mi trabajo de la manera más profesional posible y aparentaba ser perfecta».
En un estado de infelicidad permanente, entregada al sexo compulsivo, American beauty apareció como una revelación. Cuando leyó el guión sintió escalofríos. «Entendí a Angela, mi personaje, perfectamente, y conecté con ella con toda mi alma. Podía recurrir a todos los momentos traumáticos que había tratado de ocultar a lo largo de mi vida para construir el personaje, dejando que afloraran hasta justo por debajo de la superficie, donde me asustaba que alguien pudiera verlos».
En la película, Kevin Spacey interpretaba al padre de la mejor amiga de Angela, que se obsesionaba con ella. Ambos personajes compartían una escena íntima. Hoy recuerda que, el día en el que la rodaron, sucedió «algo extraño». «
En un descanso, Kevin me llevó a una habitación en la que había una cama y nos acostamos uno al lado del otro, yo mirándole mientras él me agarraba delicadamente. Me pregunté si había hablado con Sam [Mendes, director del filme], si era algo que habían planeado con el fin de prepararnos a los dos cara a la intimidad que necesitábamos compartir o si, por el contrario, se le acababa de ocurrir. En cualquier caso, funcionó. Acostarme allí con Kevin fue algo extraño, pero también tranquilizador y placentero; por lo que respecta a sus caricias, yo estaba tan acostumbrada a abrirme y tan necesitada de afecto que me gustaba que me tocaran. No estaba segura de si él estaba interesado en mí. Inmediatamente me planteé esa posibilidad, y no sabía hasta dónde iba a llegar él ni cómo reaccionaría yo si intentaba algo. Pero no lo hizo. Nos quedamos allí, sintiéndonos cada vez más cómodos la una al lado del otro», relata sobre aquel día.
Eso fue a finales de los 90, mucho antes de que surgieran acusaciones de acoso sexual en contra de Spacey. En 2017, el actor Anthony Rapp lo acusó de haberle hecho insinuaciones cuando él tenía 14 años. Desde entonces, otros hombres han manifestado públicamente haber sufrido acoso por parte del actor, que rechaza categóricamente todas las acusaciones.
¿Cómo fue Spacey durante el resto del rodaje? «Frío. Profesional. Fácil. Nos intercambiábamos el típico: «Hola, ¿cómo estás?», y poco más. Pero ese día pasó a ser algo diferente. Y yo supuse que, tal vez debido a su edad y su experiencia, tomó decisiones para darle a la escena lo que necesitaba. ¿Fue un comportamiento manipulador? No lo sé. Yo era muy joven, vulnerable e impresionable».
Nunca trabajó con Harvey Weinstein, pero comenta que se ha encontrado con directores que tuvieron comportamientos poco profesionales con ella. No menciona nombres, pero revela que otra mujer presentó recientemente una demanda por acoso contra uno de ellos. ¿Qué tipo de experiencia? Ella trata de encontrar la palabra adecuada. ¿Sórdida? «Sí, pero estaba acostumbrada a eso; trabajé con otros directores que eran así. Horrible. Hubo uno que me agarraba y me decía cuánto me amaba frente a todo el equipo. Yo quería decirle: «Sé profesional». Pero nunca hice nada. Si yo hubiera empezado mi carrera 20 o 30 años después, habría podido decir cosas como: «Esto me hace sentir incómoda». Pero nunca lo dije».
Después de American beauty, Suvari continuó trabajando de manera constante en películas independientes, pero con ninguna obtuvo el éxito que había logrado en sus inicios. En 2012 encarnó a Heather una vez más en American pie: el reencuentro. Por entonces, después de tantas relaciones fallidas, se había endurecido muchísimo. «En mi trato con los hombres solo me implicaba hasta cierto punto. Había decidido ser tan despectiva como todos los chicos con los que había estado, que los hombres serían para mí tan intercambiables como yo lo había sido para ellos».
En 2012, sin embargo, recuperó su fe en el amor gracias a un tatuador llamado Sal. «Fue maravilloso estar con alguien que me cuidaba, nunca me habían tratado de esa manera», cuenta sobre uno de los pocos ex de los que siendo amiga y a quien está agradecida por lo mucho que la ayudó a recomponerse durante sus años juntos.
Conoció al padre de Christopher, Mike Hope, escenógrafo y utilero, en 2016 durante el rodaje de la película Estaré en casa esta Navidad. Se casaron dos años después, en 2018. «Mi amor por ti fluye interminablemente como los ríos de esta tierra», escribió él en sus redes sociales junto a una foto de ambos. Bajo ella puede leerse el comentario de Mena a la publicación: «Tú me salvaste la vida».
La actriz sigue trabajando, y este año tiene previsto estrenar tres películas, entre ellas un biopic de Ronald Reagan en el que da vida a su primera esposa, la actriz Jane Wyman, la inolvidable Angela Channing de Falcon Crest.
Aunque algunas heridas han empezado a cicatrizar, no ha logrado olvidar ciertas cosas. «Es un poco complicado», comenta sobre la relación con su madre. «Definitivamente, la maternidad me ha permitido contemplar la relación que tengo con mamá desde otra perspectiva, y me está dando la oportunidad de entenderla mucho más». También sabe que escribir sus memorias era necesario para pasar página. «Me siento muy rara, y a ratos pienso: «Oh, Dios, ¿qué he hecho?». Pero al mismo tiempo, me encanta haberme sincerado. Puede que suene raro, pero cuando complete mi paso por este mundo quiero sentir que he vivido, que he compartido y que todo tuvo sentido».
Si pudiera hablar con su yo adolescente ahora, ¿qué le diría? «Sé tú misma», contesta sin dudar. «Pasé tanto tiempo tratando de averiguar lo que los demás querían de mí que me perdí, o quizá ni siquiera llegué a encontrarme». Espera que su experiencia pueda proporcionar consuelo a quienes lo precisen. «Si logro ahorrarle un poco de sufrimiento a alguien, me doy por satisfecha. Solo quiero ofrecer a los demás la ayuda que nadie me ofreció a mí».
20 de enero-18 de febrero
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