Kamala Harris, vicepresidenta de Estados Unidos. /
Cuatro palabras han bastado para hacer estallar por los aires la actualidad política norteamericana. Las pronunciaba la vicepresidenta Kamala Harris en una entrevista con el Wall Street Journal: « Estoy lista para servir». Lo hacía, curiosamente, sólo unos días después de hacerse público el contenido de un informe en el que el fiscal especial que investiga a Joe Biden por el caso de los documentos secretos cuestionara la capacidad cognitiva y la memoria del presidente de Estados Unidos.
Sus impresiones, en las que llegó a definir a Biden como «un anciano bienintencionado con mala memoria», reabrían el debate público sobre si el hombre más poderoso del planeta, que en noviembre cumplirá 82 años, debería aspirar a la reelección. Pero también ponían el foco en la alternativa. «Todo el mundo es plenamente consciente de mi capacidad de liderazgo», insistía Harris en la misma entrevista.
Sin embargo, esa no es la impresión generalizada. De hecho, el liderazgo de Harris se ha cuestionado de manera sistemática desde que llegó al Ala Oeste en 2020. Para empezar, los números nunca han estado de su parte. En 2023 una encuesta de la NBC la destacaba como la vicepresidenta peor valorada de la historia de Estados Unidos. Y sus índices de aprobación -que han alcanzado mínimos del 28%- son peores, incluso, que los del propio Biden.
Su relación con el presidente también ha hecho correr ríos de tinta desde el inicio de la legislatura. Aunque de puertas para fuera siempre han mostrado una conexión perfectamente cordial y fotogénica, Reuters desvelaba el año pasado que Biden no estaba satisfecho con su labor, que sentía que no podía delegar asuntos importantes en ella y que una las razones por las que había decidido presentarse a la reelección era su convicción de que la vicepresidenta no sería capaz de ganar a Trump en unas elecciones.
Desde la oficina de Harris las filtraciones sobre su incomodidad en el puesto también han sido habituales. Primero, fueron las quejas, más o menos veladas, sobre la ingrata tarea que Biden le asignó al encargarle la supervisión de la política migratoria en la frontera con México. Un auténtico marrón político, a falta de una descripción mejor. Después, la decepción por el desinterés de Biden en promocionarla: las informaciones, que citaban fuentes cercanas a la vicepresidenta, insistían en que Harris se sentía «dada de lado», «restringida» en su agenda política y «desasistida» por el presidente.
Ella, no cabe duda, también ha cometido algunos errores: la constante rotación de su staff y la dimisión de sus colaboradores más próximos, los rumores sobre un clima tóxico en su oficina y sus tropiezos retóricos no han hecho nada por promocionar su carrera política en Washington. Igual que su falta de proactividad y de discurso en cuestiones claves.
En los últimos meses, sin embargo, la Casa Blanca ha querido elevar su perfil político al confiar en Harris una cuestión clave de la agenda política de cara a las elecciones de noviembre. La vicepresidenta se ha convertido en la principal portavoz de la administración Biden en la defensa del derecho al aborto, una decisión estratégica que ha logrado aumentar su visibilidad.
Pese a eso, Harris tampoco ha conseguido ganarse el respaldo ni de la prensa ni de su propio partido, con encontronazos más o menos públicos con líderes consolidados, como Elizabeth Warren, y emergentes como Alexandria Ocasio-Cortez . En octubre, el medio progresista The Atlantic evidenciaba la preocupación por su falta de liderazgo en un reportaje titulado 'The Kamala Harris Problem' y, hace unos días, la web de actualidad política The Hill hacía hincapié en la misma tesis con otro artículo de titular demoledor: « Los demócratas tienen un problema con Kamala Harris».
El reportaje insinuaba que muchos líderes demócratas preferirían que Harris no fuera en el ticket electoral junto a Biden. Sobre todo, ante la posibilidad de que en algún momento, antes o después de la campaña, el presidente renunciara al cargo. Incluso en ese caso, Harris no tendría el camino despejado y estaría obligada a conseguir los respaldos necesarios para garantizar su candidatura en la Convención Nacional Demócrata, que se celebrará en agosto.
Y luego, hay otro factor innegable: Harris no es solo la primera mujer en el cargo sino también la primera mujer negra en ocupar la vicepresidencia de Estados Unidos. Con la doble ración de prejuicios, tanto racistas como misóginos, que eso lleva aparejado. También de unas expectativas poco realistas para un puesto que, tradicionalmente, no deja brillar en exceso a sus ocupantes, que viven necesariamente a la sombra del presidente.
Joel Goldstein, profesor emérito de Derecho en la Universidad de Saint Louis y considerado el mayor experto estadounidense en vicepresidentes, lo explica así en conversación con Mujerhoy hace unos meses: «Se ha invertido demasiado tiempo en analizar su agenda y especular sobre su futuro como candidata presidencial. Muchos vicepresidentes de éxito nunca tuvieron una agenda propia. Ha sufrido la incomprensión social de lo que supone el cargo que ocupa. Las expectativas en torno a ella se han inflado en exceso». Esta vez, ella misma se ha encargado de alimentarlas. Continuará...