Dicen que las palabras sanan. O, al menos, alivian el dolor. A Paloma Bravo, poner negro sobre blanco los últimos meses de la vida de su padre le ha ayudado a «digerirlo», a salir adelante. Lo hizo para curarse a sí misma, tomando notas «porque no quería que se me escapara nada», tras un diagnóstico de cáncer en fase avanzada.
Ahora esas vivencias, las de una familia afrontando una enfermedad terminal en mitad de la pandemia, ven la luz convertidas en un libro que su autora no pensaba publicar. Una historia de amores (Contraluz) es, para ella, «mi aprendizaje. Meses de resistencia y aceptación. Meses de amor y respeto. Meses de dolor y desgarro».
«Necesitaba contar lo que habíamos vivido para conservar esos últimos meses de mi padre y, así, conservarle a él. Los padres nos cuentan cosas, pero los hijos no les escuchamos porque pensamos que es más importante lo nuestro. Y a mi padre, que hablaba poco, nunca le escuché lo suficiente», cuenta Bravo, que en sus anteriores novelas – La novia de papá, Solos (que pronto llegará a la pantalla), Las incorrectas– reflexiona sobre la maternidad, la amistad, la pareja o la soledad, con ironía y ternura.
Mientras su editora le pedía «una novela optimista», ella escribió esta historia que es un homenaje a su padre –Julián Bravo, pionero de la publicidad en España, presidente de JWT, la Asociación Española de Agencias de Publicidad y la AIMC, profesor universitario y editor–, pero también una carta de amor a su familia. Un relato que encoge el corazón, aunque no faltan los destellos de humor y donde todos nos reconocemos. «Si escribes algo que pueda ayudar a los demás, aunque desveles cosas que no querrías, es una obligación publicarlo».
Buscó en la literatura consejo sobre el acompañamiento, pero no lo encontró: « Solo veía libros sobre el duelo. ¿Y qué haces mientras, cuando tu padre aún está vivo? La gente me decía: «Tienes suerte, porque podéis despediros». Pero mi padre no quiso hablar de la muerte. Así que creamos una fantasía alrededor de él». De ese proceso, sacó unas cuantas lecciones.
«Estamos acostumbrados a resolver y este diagnóstico no puedes resolverlo; solo tienes que estar allí, conseguir que se sienta querido y en paz. La juventud se cura con el tiempo y esto nos va a pasar a todos: o garantizamos que los mayores puedan vivir con dignidad sus últimos años o nosotros lo viviremos peor, porque nuestra vejez será más larga y solitaria», asegura. Y nos obliga a reflexionar sobre nuestra sociedad.
«Somos una de las primeras generaciones que está viendo envejecer de verdad a nuestros padres. Y eso coincide con un culto absoluto a la juventud y la imagen, al que contribuyen las redes sociales. Se habla de los jóvenes y se tiene a los viejos arrinconados». Ellos forman esa generación que creció en la posguerra, hizo la transición y a los que debemos la democracia.
«A veces, hablamos con ellos como si fueran tontos; puede que anden y oigan peor, pero siguen siendo quienes fueron. Lo vimos cuando en las noticias decían que solo morían los mayores. «A partir de los 80, no vayas al hospital», les decían. O cuando se discutió por qué se les vacunaba primero. Trabajan toda su vida y, al llegar a esa edad, los descartas».
«Todos decíamos que de la pandemia saldríamos mejores, pero «veo poco cambio –reconoce la escritora–. Hay algunas iniciativas, como Soy mayor, pero no idiota, para mejorar la atención en los bancos, o esas que surgen en los barrios, donde están pendientes de los ancianos. Pero ¿qué pasa con los trámites en la administración? ¿Cuántos no tienen un teléfono inteligente o no lo saben usar? ¿Quién los está cuidando?», se pregunta.
En su caso, los cuidados llegaron de los médicos y, sobre todo, del amor de su familia, que define como «analgésico y ansiolítico... el mejor medicamento, que no cura pero consuela al alma».
«Somos cuatro hermanos muy independientes y nos hemos redescubierto. Nos apoyamos en los otros y ayudamos a mi madre, que perdía al compañero de su vida. Ella es súper inteligente, con mucho sentido del humor, pero se obsesionó con ser fuerte, seguramente porque pensó que si se venía abajo no iba a poder remontar».
Ella, que estuvo muy grave en la primera ola del Covid, le dio el título del libro, le pidió que lo escribiera. « La tristeza es proporcional al amor que sentías –reconoce Bravo–. Tienes que destilarla y quedarte con lo bueno, aunque no tenemos paciencia para la tristeza y el duelo, que exigen tiempo y reflexión. Mi padre era un señor extraordinariamente bueno, paciente, generoso y pensaba antes en los demás que en sí mismo. Y cuando muere alguien así, tienes que pensar en qué quieres ser, en cómo vas hacer las cosas».
20 de enero-18 de febrero
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