Las razones por las que merece la pena continuar con la lucha feminista pasados los 50. Instagram

Para qué sirve el feminismo cuando tienes más de 50 años

Llegar al medio siglo con la sensación de lección aprendida puede ser un espejismo. El feminismo continúa contándonos cosas que nos permiten vivir mejor. De manera más libre. Más consciente.

Elena de los Ríos

Existe la impresión general de que el feminismo es para las mujeres jóvenes, sin duda el colectivo que más expuesto está a todo el catálogo de violencia sexual que se despliega en nuestras sociedades, desde el piropo de los extraños a las más graves agresiones. Sin embargo, existe una agenda feminista paralela que, sin necesidad de mostrarse a la defensiva, propone ideas, perspectivas y giros de guión tan disruptivos como liberadores para las mujeres adultas, por ejemplo esas que ya no cumplen 50. Las que creen que lo han hecho ya (casi) todo.

Algo debe colocarnos en el disparadero para asumir la pequeña gran revolución que el feminismo propone a las mujeres. Los episodios violentos, el acoso o la presión de los estereotipos suelen animar a las jóvenes a acercarse a él. Después de los 50 hacen falta otros motivos, que muchas veces tienen que ver con la insatisfacción. Es un sentimiento que ha atribulado a múltiples generaciones desde que Betty Friedan diagnosticara aquel «malestar que no tiene nombre». Se refería al vacío de las acomodadas amas de casa estadounidenses en los años 60.

«Cuando hacían las camas, iban a la compra, comían emparedados con sus hijos o los llevaban en coche al cine los días de asueto, incluso cuando descansaban de noche al lado de sus maridos, se hacían, con temor, esta pregunta: ¿es esto todo?», escribía Friedan, sobre aquellas mujeres con el último modelo de frigorífico, pero aquejadas de depresión, insomnio, ansiedad o alcoholismo. Hoy las mujeres han roto aquel aislamiento radical en el hogar, pero cierta sensación insatisfacción puede volver a rondar las biografías que traspasan el medio siglo, para las que ni la pareja ni el trabajo son ya motivo de excitación.

Dejar de ser para los demás

La primera encuesta del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) acerca de la percepción de igualdad entre hombres y mujeres dejó un dato desolador: las españolas continúan llevando el peso de los cuidados a dependientes (75% frente al 29%), la limpieza (69% frente al 14%), la cocina (68% frente al 24%), los hijos (60% frente al 7%) y la planificación de actividades (54% frente al 25%). No se puede ilustrar mejor el concepto de «ser para los demás» en el que aún se educa. Desprogramar este mandato no es fácil: cada minuto arrancado a estas tareas se paga en culpa, sensación de no ser una buena madre o pareja y hasta cierto temor a perder valor.

El derecho a tener tiempo para una, a disfrutar del deporte y las aficiones, a tener tiempo para el descanso e incluso para no hacer nada se ha convertido en uno de las demandas clave de la agenda feminista. A partir de los 50 años, aumenta la necesidad de descanso y también el deseo de calidad para el tiempo libre. Pocas veces podemos negociar jornadas laborales cada vez más extensas. Si además dedicamos el tiempo que pasamos fuera de las oficinas a las tareas domésticas, a la planificación del ocio familiar o a acompañar a hijos y mayores en sus propias actividades de ocio, ¿qué nos queda? Probablemente, « un malestar que no tiene nombre ».

A los 50 y más allá, el feminismo continúa contándonos cosas que nos permiten vivir mejor. / Instagram

La obsesión con la belleza

Con la madurez, la obligación de belleza que se impone a las mujeres puede diluirse como un azucarillo en el café o redoblarse, en un intento vano de retener unos rasgos que desaparecen. El feminismo ha identificado cómo se inocula esta necesidad de perfeccionar y congelar el aspecto físico: «Una mujer que no es bella o que no persigue alcanzar ese canon de belleza es vista socialmente como una mujer fallida», explica Empar Pineda, autora de 'Bellas para morir. Estereotipos de género y violencia estética contra la mujer.

Estamos ante el mismo mecanismo que nos expropia el tiempo: si no cuidamos, no somos buenas madres ni buenas esposas; si no nos mantenemos jóvenes y bellas, no somos suficientemente mujeres. No hay que decir que la tarea de cumplir con esta exigencia de belleza nos sale carísima. «Mantiene a las mujeres ocupadas y distraídas, mientras que ellos siguen tomando las grandes decisiones de la sociedad. También las mantiene descapitalizadas y empobrecidas al llevarlas a invertir su energía, tiempo y dinero en perseguir una belleza que siempre es inalcanzable», apunta Pineda.

Podemos añadir algo más: aún invirtiendo tiempo que no tenemos y dinero que no nos sobra en mantenernos jóvenes y bellas, la edad termina por alcanzarnos. E incluso en esos pocos casos en los que no ocurre tan ciertamente está por ver que el ingente trabajo de la belleza produzca esa sensación de satisfacción vital que nos acucia al superar los 50 años. «Si gastásemos esa energía que empleamos en tratar de alcanzar ese ideal imposible de belleza en nuestra salud, si nos cuidásemos, comiésemos bien, hiciésemos ejercicio, nos riésemos con nuestras amigas, veríamos que eso contribuye mucho más a la belleza que la tristeza que se deriva de algo inalcanzable», escribe Anna Freixas en 'Yo, vieja'.

Liberarse de la mirada masculina

« Somos las pobres del planeta y sin embargo gastamos lo que no tenemos en querer gustar», reflexiona Anna Freixas en su libro. «Tratamos de llegar a unos ideales de belleza que no podemos conseguir nunca. Somos pobres y en vez de gastarnos el dinero en viajar, en comer bien, ir a un balneario o a disfrutar con las amigas, lo gastamos en nuestro cuerpo, en torturarlo de diversas maneras», explica. ¿Seguimos, después de los 50, gastándonos el dinero en pinchazos de bótox e hialurónico en vez de en viajes, cenas y conversaciones? ¿Por qué?

El feminismo identificó la raíz del problema, la clave de este mecanismo de sujeción que nos roba tiempo, dinero y salud, y lo llamó 'la mirada masculina'. Cuando nos miramos al espejo, ¿qué vemos? Nuestra mirada sobre el cuerpo no es neutral, sino que deposita en él unas expectativas determinadas. ¿Las nuestras? No tanto. Las características que se esperan del cuerpo de las mujeres han sido creadas por hombres, por hombres heterosexuales, para ser más exactas. Son las expectativas de su propio deseo. Nos miramos, entonces, con los ojos de los hombres.

Pinturas, películas, fotografías, novelas… Hasta hace unas décadas, prácticamente todo lo que se puede mirar o imaginar responde al patrón estético impuesto por los hombres. Normal que asumamos que ese canon que se repite como por arte de magia sea 'natural'. Pero no lo es. Y, de hecho, la diversidad de cuerpos, y de edades de esos cuerpos, desborda completamente el marco que ofrece el canon. Si por este fuera, solo las mujeres de 20 y 30 años perfectamente depiladas existirían y solo en calidad de objetos de deseo. Pero las mujeres de 40, 50, 60 y más también existen y no solo como objetos de deseo, sino como agentes también.

Aventurarse en el sexo

Los sexólogos confirman que, al cruzar la barrera de los 50 años, las mujeres se avienen con más facilidad a cambiar el menú habitual de sus relaciones sexuales. Cambian los cuerpos, cambian sobre todo los cerebros, y cambian sus deseos, sus placeres y sus mecánicas. Pueden pasar de una heterosexualidad canónica a la bisexualidad. Si sus relaciones fueron tradicionales, pueden interesarse por nuevas prácticas. También pueden distanciarse de la genitalidad y anhelar una erótica más abierta: abandonar el guión prefabricado de las relaciones sexuales mainstream junto a alguien que acompañe.

En 'Nuestra menopausia. Una versión no oficial', Anna Freixas subraya la renovada apertura sexual de las mujeres mayores de 50 años. «Son ellas las que enfatizan el valor que tienen en la sexualidad la imaginación, la fantasía, la búsqueda de nuevos placeres, como antídoto contra la rutina y la monotonía de la erótica mantenida con una misma pareja a lo largo de los años. También son ellas las que más mejoras detectan con el paso del tiempo: se sienten con mayor espontaneidad, especialmente cuando han conseguido superar las ideas conservadoras que constreñían su disfrute. Ahora se deleitan en una sexualidad más tranquila, más pausada, menos compulsiva, más hedonista y, sobre todo, para ellas la erótica se hace más libre con los años. Al perder el miedo al embarazo, pueden ser más atrevidas, más picaronas, tener relaciones desde su libertad».

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