Mira Murati, la ingeniera que dirige ChatGPT, en una de las pocas imágenes que existen de ella. /
Dos meses después de su presentación en sociedad, la fascinación alrededor de ChatGPT no cesa. Mientras los periodistas la ponen a prueba, algunos colegios y universidades prohíben su uso, otros testan su capacidad para superar exámenes o escribir novelas, Microsoft ha anunciado una inversión de 10.000 millones de dólares en la compañía y los cimientos de Google tiemblan, Open AI, la empresa de inteligencia artificial que ha desarrollado la tecnología, ya está valorada en más de 30.000 millones de dólares y supera los 100 millones de usuarios.
Según The Fast Company, la auténtica biblia del universo tecnológico, Open AI ya es la empresa más innovadora del momento y Mira Murati, su Chief Technology Officer, una de las personas más influyentes del sector tecnológico y, probablemente, la mujer más poderosa de Silicon Valley .
Curiosamente, ChatGPT no sabe quién es Mira Murati. «Lo siento, pero no tengo información sobre una persona llamada Mira Murati. Es posible que no sea una figura pública o no haya ganado reconocimiento significativo en el dominio público». Ya lo dicen sus creadores: el chatbot más famoso del mundo, que se nutre de ingentes cantidades de datos de Internet para desarrollar respuestas en un lenguaje sorprendentemente humano, no es infalible. Sobre todo, si la información sobre un determinado tema es relativamente escasa. Ese es, precisamente, el caso de Murati.
Sin página propia de Wikipedia, con una cuenta privada de Instagram en la que apenas le siguen 149 personas y otra de Twitter en la que tampoco se prodiga en exceso, Murati es un pequeño misterio. Ni siquiera la web de Open AI ofrece un perfil oficial sobre la ingeniera. Y apenas existen un par de fotos de ella.
De ahí que su biografía esté llena de lagunas e, incluso, de algunas incongruencias. Nacida en Albania hace 34 años (según el perfil que The Fast Company acaba de publicar de ella), otros medios siguen situando su lugar de nacimiento en San Francisco y aseguran que su familia es de origen indio. Estudió Ingeniera Mecánica en Dartmouth College y antes de recalar en Open AI, trabajó en Zodiac Aerospace, en la empresa de realidad aumentada Leap Motion y en Tesla, donde llegó a ser gerente de productos senior del Modelo X de la compañía de coches eléctricos fundada por Elon Musk .
Murati en la portada de The Fast Company, la biblia del universo start-up. /
Fichó por Open AI en 2018 y escaló rápido. Con 29 años era vicepresidenta de inteligencia artificial aplicada antes de convertirse en vicepresidenta senior de investigación y producto. Desde 2022, Murati es la CTO (Chief Technology Officer) de la compañía, lo que la convierte en responsable tecnológica de la herramienta de inteligencia artificial más famosa del mundo.
No es su única responsabilidad en la compañía. También está al frente de DALL-E, un ambicioso proyecto paralelo de la compañía pensado para crear obras de arte a partir de inteligencia artificial.
Murati ha conservado su anonimato porque apenas ha concedido un par de entrevistas. Y cuando lo ha hecho, apenas ha divulgado información personal. «Como ha pasado con otras revoluciones, se crearán nuevos trabajos y se perderán otros... Pero soy optimista», explicó en octubre en el late night de Trevor Noah en su única aparición en televisión hasta la fecha.
A principios de febrero, la revista Time le dedicó su primer perfil añadiendo alguna pincelada pintoresca a su biografía (es fan de Radiohead, se relaja leyendo poesía y su película favorita es 2001: Una Odisea al Espacio) y un par de reflexiones interesantes.
Murati, que ha confesado que nunca anticipó una reacción tan entusiasta a la presentación en sociedad de ChatGPT, es partidaria de regular el uso de la inteligencia artificial. Y de que sean los gobiernos, y no las empresas del sector, las que se encarguen de hacerlo, pero también de que filósofos, humanistas, artistas y científicos sociales participen de la reflexión colectiva. «La inteligencia artificial puede ser mal utilizada o utilizada por actores nocivos. Y eso plantea muchas preguntas. ¿Cómo gobernamos el uso de la IA de una manera que esté alineada con los valores humanos?», se preguntaba en la entrevista. «Hay muchos problemas difíciles de resolver. Por ejemplo, cómo conseguir que el modelo haga lo que uno quiere que haga y cómo asegurarse de que está en consonancia con la intención humana y, en última instancia, al servicio de la humanidad», reflexionaba. Preguntas que, de momento, ni ella ni ChatGPT son capaces de contestar.