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Pablo Ganguli, fundador de Liberatum: «Aún no he encontrado mi propósito en la vida… Estoy hambriento de luz»

Hablamos con Pablo Ganguli, fundador de Liberatum y uno de los grandes agitadores culturales a nivel global, con motivo del Foro Internacional celebrado por Turium, la división de turismo de Vocento.

Pablo Ganguli, fundador de Liberatum. / dr

Germán Jiménez

De origen indio, Pablo Ganguli es hoy uno de los grandes agitadores culturales a nivel global. A los 16 años dejó los estudios y viajó incensantemente hasta los 21. Vivió la vida que quería vivir, absorviendo la esencia de las enseñanzas que recibía aquí y allá. Un periodo en el que incubó lo que se convertiría en su proyecto vital: Liberatum; una de las organizaciones culturales más influyentes del mundo.

Su aproximación valiente, pero respetuosa, creativa y multidisciplinar a los conflictos más relevantes cuenta con el apoyo indiscutible de las figuras más destacadas del arte, la política y la ciencia. La diplomacia cultural, esa que permite tender puentes entre puntos de vista antagónicos, esa que potencia una relación bilateral entre posturas enfrentadas será su gran legado. Un hacedor de preguntas afiladas, un buscador incansable de respuestas… Hemos tenido la oportunidad de hablar con él tras su paso por España, con motivo del Foro Internacional celebrado por Turium , la división de turismo de Vocento.

Pablo, para aquellos que aun no conozcan tu organización, ¿qué es Liberatum?

Liberatum es un museo ambulante que quiere unir a la gente por medio de la cultura. Si te fijas, vivimos tiempos convulsos con el auge de la extrema derecha en Europa, el conflicto en Oriente Medio, la situación en la India o en China... Ahora nuestra misión tiene más sentido que nunca.

¿Cuál es para ti el mayor desafío en estos tiempos convulsos?

Probablemente que la mayoría de los jóvenes se informa vía TikTok y no acude a otras fuentes o a los periódicos tradicionales. ¿Cómo podemos inspirarles si creen que la realidad es esa parcela tan pequeña que ven en las redes? Cuando creé Liberatum, hace veinticuatro años, utilizábamos herramientas sencillas para conectar a las comunidades locales y contábamos, como ahora, con la ayuda de personalidades muy relevantes de la cultura, creadores y prescriptores que estimulaban a la gente cada día con su trabajo y la orientaban sobre qué ver y escuchar. Nuestros festivales son una celebración multidisciplinar de la vida que, durante tres o cinco días, invaden la ciudad que la acoge. Y, a su vez, esa ciudad nos cuenta a nosotros una historia sobre el país al que pertenecen.

¿Qué es lo más importante que has aprendido en este viaje con Liberatum?

Que no hay que avergonzarse de sentir curiosidad. No sé qué nos pasa cuando cumplimos los treinta o los cuarenta, pero nos deslumbra la idea de ostentar altos cargos. Pero ese tipo de estatus no significa nada para mí. Creo que lo más importante es ser curioso y mostrar un interés real por todo lo que te redea.

¿Es, entonces, para ti la curiosidad un catalizador del cambio?

Desde luego. Creo que uno de los grandes problemas de hoy es que no sentimos curiosidad, como si pensásemos que ya tenemos todas las respuestas y que nada puede cambiar.

Cuando, precisamente, la vida es cambio; impermanenciaa...

Exacto, es cambio constante. Muchas veces nos quedamos con lo que alguien dijo hace veinte años y nos olvidamos de que, seguramente, hoy esa persona ya no tenga nada que ver con la que era dos décadas atrás. Bloqueamos y censuramos a gente por sus errores del pasado, sin pararnos a observar cómo han evolucionado y aprendido, sin mostrar ningún interés en cómo han cambiado.

¿Hacemos eso solo con otras personas?

No, también lo hacemos con los territorios, lo cual está relacionado con muchos de nuestros principales problemas a escala global. Etiquetamos países enteros como no-go zones, los vetamos e ignoramos sus esfuerzos para avanzar. Pienso en Arabia Saudita, por ejemplo, donde se están dando importantes pasos adelante. Obviamente, hay movimientos políticos que llevan a algunos Estados a tener mala fama; es el caso de la India, mi lugar de nacimiento. Recientemente han aprobado iniciativas políticas muy poco inspiradoras, pero eso no justifica las etiquetas. Con Estados Unidos sucede algo similar; hay quien dice: «No iré si vuelve a ganar Donald Trump». Eso es ignorancia, en Estados Unidos están ocurriendo también cosas maravillosas. No puedes tomar decisiones a partir de un único punto de vista.

Pablo Ganguli, fundador de Liberatum. / dr

Vuestro último gran festival tuvo lugar en Salvador de Bahía. ¿Cuál era su objetivo y por qué elegisteis esta ciudad?

Fue una apuesta arriesgada por la localización y la temática. Nunca me habían interesado los eventos basados en el color de la piel. Residí durante veinte años en la Unión Europea y en el Reino Unido antes del Brexit, lo que hizo que llevase la diversidad en la sangre, porque ser europeo era un concepto amplísimo, en el que cabía cualquiera. Yo, en general, jamás me sentí diferente por mi etnia o por mis ideas, hasta que empezó a venir a gente a decirme: «Pero si tú no eres blanco», «no eres europeo», «no eres británico», «eres distinto». Por fin, lo vi claro: «Pues sí, definitivamente, no soy uno de vosotros».

El caso es que en Brasil decidimos centrarnos en un grupo étnico específico: las personas negras, que representan al cincuenta y cinco por ciento de la población, más que en el resto de las naciones que no pertenecen a África. Sin embargo, siguen siendo tratadas como ciudadanos de segunda. Sin ir más lejos, no han tenido un presidente del Gobierno negro, algo llamativo en un lugar en el que los blancos son minoría —eso sí, luego los blancos necesitan a los negros para ser una potencia en el fútbol...—. Brasil es un país profundamente racista en términos de desarrollo cultural; me parece tristísimo, porque, si miras su historia, su esencia es negra e indígena: la música, la comida...

Fue toda una declaración de intenciones, subersiva y disruptiva…

Así es. Lo más interesante desde el punto de vista cultural en Brasil tiene su origen en África. Por eso nos pareció importante poner el foco, por primera vez en la trayectoria de Liberatum, en una cuestión étnica. El ochenta y cinco por ciento de la población de Salvador de Bahía tiene orígenes africanos; es la ciudad más africana fuera de África. Lo que queríamos era retar a los brasileños a analizarse a sí mismos, a conocerse, a descubrir sus raíces. Buscábamos inducir un cambio entre esos jóvenes que, en ciudades como Salvador y Río de Janeiro, están acostumbrados al discurso blanco. Le dimos la vuelta a la situación y los empujamos a conectar con las raíces negras de su país, los animamos a celebrarlas. Para ello contamos, entre otros, con Morgan Freeman, Viola Davis, Angela Basset, músicos de Misisipi, diseñadores, artistas y creadores locales... Todos juntos bajo una especie de himno común. Creamos un nuevo ecosistema.

Uno de los conceptos que más empleaís en Liberatum es el «diplomacia cultural», ¿puedes explicarnos en qué consiste?

He aprendido lecciones muy importantes para la vida, y uno de mis lemas es que debes ser lo suficientemente sensible como para no ofender a tu vecino y, a la vez, lo suficientemente valiente como para hacer preguntas difíciles. Y eso es lo que hacemos en Liberatum, no nos escondemos a la hora de plantear preguntas incómodas. En Turquía, por ejemplo, pusimos en marcha un proyecto con Aministía Internacional y contamos con la participación de personalidades de Hollywood que leyeron en voz alta versos de poetas turcos que estaban en prisión. Hemos tenido a Nicole Kidman hablando de igualdad salarial en el cine en la India...

Contar con nombres relevantes dispuestos a hablar sobre cuestiones así de trascendentales es un motor a favor del cambio social, porque llegas a los jóvenes que viven en una favela en Salvador o en el área con mayor concentración de prostitución de Calcuta y eso hace que se planteen cuestiones sobre sus propias comunidades. Por eso digo que hacemos diplomacia cultural, desde una postura amable, pero sin huir de los grandes asuntos.

Así que podríamos decir que, para ti, la cultura y el arte son experiencias sanadoras.

Sigo impactado por el efecto de nuestro evento en Salvador de Bahía. Yo no soy negro, soy marrón... No me gustan nada las etiquetas, porque creo que somos mucho más que un color, pero es fundamental que reconozcas que te encuentras en una situación de privilegio, y eso a veces sí que depende del color de tu piel. Casi todo el arte es, en cierto modo, una forma de confesión. Puede ser sanador, pero, sobre todo, es traumático.

Como el líder que eres, ¿cuál es tu propósito en la vida?

Todavía no lo he encontrado. Estoy hambriento de luz, y esa luz puedo encontrarla aquí, en Madrid o en una pequeña aldea de Vietnam, adonde iré pronto... Creo que es peligroso tener totalmente claro cuál es tu misión en la vida, ya que puedes aburrirte enseguida. Es una cuestión de largo plazo; de hecho, no quiero encontrar aún la respuesta, voy a seguir desafiándome y encontrando razones para mejorar el mundo. Quizá ese sea el propósito: no dejar de buscar, de hacer preguntas, de hallar respuestas en rincones donde, normalmente, ni siquiera mirarías.

¿Cómo definirías el talento?

El talento es la ausencia de miedo. No quiero criticar a nadie, pero a veces encuentro cómico que un actor o una actriz dedique miles de dólares a maquillaje y peluquería para leer un discurso o participar en un acto... El talento está en un artista que solo lleva veinte dólares en el bolsillo y sale a diario a encontrar una plataforma desde la que expresarse: llama a todas las puertas posibles, se levanta cada mañana y no para de esforzarse. Eso es talento, al margen del sistema, sin manicuras, sin publicistas que te expliquen cómo tienes que expresarte para aprobar las preguntas, sin un diseñador que te diga qué ponerte... Eso es solo un juego.

Para mí el talento se demuestra cuando no cuentas con la protección del sistema. Posees poco dinero y tratas de subsistir como artista. En Salvador, por ejemplo, descubrimos al artista brasileño Teodoro, una drag queen transgénero y, sobre todo, una persona increíble que ha estado sobreviviendo con cinco euros al día mientras defendía su arte en pequeños clubes.

Hablas de verdaderos outsiders. ¿Crees que la creatividad es la principal herramienta para provocar cambios?

La creatividad consiste en darle la vuelta a las normas. Tengo una amiga de la que he aprendido que no se trata de un regalo especial, de un don; nos han engañado al hacernos creer eso. La creatividad nos rodea, la llevamos hasta en el diseño de los zapatos, y no la limitan ni la edad ni el lugar de nacimiento; trasciende fronteras. No sé si ocurrirá lo mismo en España, pero, por lo que conozco, en Bangladesh y en México el mensaje siempre es el de: «No puedes ser un artista, tienes que ser doctor, debes dedicarte a algo serio y respetable...». Te mueven a sentirte culpable por ser creativo, pero es algo inherente al ser humano. ¡Todos los niños crean! En este sentido, pienso que los premios matan la creatividad; son una forma de señalar que «esto es mejor que esto otro». Los Óscar son una broma...

Pablo, tú que eres un viajero incansable que cruza el planeta varias veces cada año, ¿qué es lo que más te preocupa del mundo moderno?

La cultura del bloqueo, el ghosting, la misoginia de la que tantos jóvenes parecen sentirse orgullosos en las redes sociales y el alzamiento de los extremismos. No puedo entender que J. K. Rowling tenga que arremeter contra las personas trans... Tienes gente en España tan increíble como Rossy de Palma y Pedro Almodóvar, outsiders y bastiones de la libertad, y por otro lado tienes a todos estos conservadores que se muestran encantados de meterse con el que les parece diferente porque viste un burka o lleva maquillaje... Hay demasiado odio, como si la gente entrase en Internet y dijese: «Bueno, ¿a quién puedo odiar hoy? ¿A los gais? ¿A las mujeres?»…

¿Qué podemos hacer como individuos ante estos problemas?

Aceptar el desacuerdo. Nos encontramos en un momento en el que tenemos que darle like a todo lo que vemos en Instagram. Es una locura. Está bien no estar de acuerdo. Hagámoslo con respeto: no estemos de acuerdo con nuestro vecino, con Israel, con Palestina, pero dejemos a la gente respirar y coexistir. Lo contrario es peligroso. Yo no soy religioso, pero jamás se me ocurriría decirles a los demás nada con respecto a su fe y sus creencias. Es su derecho. Mi propia abuela no quería ni oír hablar de las relaciones entre personas del mismo sexo, era homófoba... Así que decidí no hablar de eso con ella. Debemos darles a los demás espacio para que sean lo que son, respetarlos. Por eso me asustan tanto los activistas, porque quieren que estemos de acuerdo con todo lo que dicen.

Para terminar, Pablo, te propongo un pequeño juego… Te digo cinco conceptos y tú respondes con lo primero que se te venga a la cabeza.

¿ Inspiración? Luz

¿ Tolerancia? Desacuerdos.

¿ Riesgo? Inevitable.

¿ Riqueza? Dormir bien.

¿ Amor? Esencial.

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