Silvia Abril Harper Collins.

Silvia Abril: «Cumplir años es difícil porque vives en una ITV continua, pero me lo tomo con alegría»

De la menopausia y la mujer metacíclica. Del sexo (y la falta de él) a los 50. Pero también de los achaques de la edad o de su guerra contra el bótox. De todo eso y mucho más escribe (y se ríe) Silvia Abril en su libro 'Pérdidas de risa. Historias de una mujer imperfecta'. Hablamos con ella.

Ixone Díaz Landaluce

Es difícil pensar en algo que Silvia Abril no haya hecho ya. Desde presentar los Goya a competir en Eurovisión y cualquier cosa entremedias: cine, televisión, teatro, podcasts... Literalmente, todo lo que le echen. Pero un éxito como el suyo tiene sus peajes. Por ejemplo, pasarse media vida en el AVE. El año pasado, la actriz decidió convertir en productivo todo ese tiempo perdido y se puso a escribir en las notas de su teléfono móvil. Un poco de autobiografía por aquí; un poco de autoficción por allá. Así hasta completar 'Pérdidas de risa. Historias de una mujer imperfecta', un relato desternillante sobre lo que significa ser una mujer madura. «A los 50, la puñetera crisis no te pilla por sorpresa. Te pilla medio ciega, menopáusica y con tus primeros achaques», dice. Pero también en un momento especialmente dulce.

Osea que la crisis de los 50 no es un mito, ¿no?

En realidad, yo no he tenido ni crisis de los 40 ni de los 50. Es más ese momento en el que dices: «¿Qué les pasa a mis cervicales si a mí en la vida me ha dolido una triste cervical? ¡Joder, qué pesadez!». Vives en una ITV continua: estás fatal de la rodilla, del hombro, de la cadera… Esto de envejecer es terrible, aunque yo me lo tomo con alegría.

Deme un par de consejos para superar el trance con dignidad.

La receta perfecta no existe. Yo soy una mujer imperfecta y eso me encanta. Lo único que tengo claro es que el sentido del humor y las risas son el mejor antídoto para afrontar el paso del tiempo y el aburrimiento vital en general. Yo me río de todo, para empezar de mí misma. Es la receta más sincera que te puedo dar.

Habla de los achaques físicos, ¿y los psicológicos?

Yo es que ya nací con la tara mental. Lo mío es de nacimiento, no tiene solución y, en realidad, me encanta tener ese punto de locura. Estoy trabajando en un montaje teatral que se llama Esperando a Mister Bojangles. Cuenta la historia de un matrimonio y de cómo ella se vuelve loca para alejarse del mundanal ruido. Mi hija vino a un ensayo el otro día y va y me dice: «Mamá, ya entiendo por qué te han dado este papel». Me meaba de la risa. No lo puedo evitar. Estoy como una puta cabra.

Cumplió 50 hace un par de años, ¿en qué momento vital le pilló el cambio de dígito?

Pues en el mejor momento de mi vida. No puedo decir otra cosa. Estoy currando más que nunca, entrenando más que nunca, me siento más fuerte que nunca y la serotonina me genera una felicidad que quizá sea falsa, pero yo la siento. Otra cosa es el tema físico: te duele todo, estás en otro momento cíclico en el que los estrógenos se van sin avisar, igual no te apetece mucho el sexo o necesitas lubricante... Y en casa me dicen que tengo la mecha muy corta últimamente. Y yo les contesto: «¡Ya me lo contarás cuando se te vayan los estrógenos!

Igual me equivoco, pero no me la imagino leyendo literatura de autoayuda. ¿Cómo se le ocurrió escribir un libro que algo de eso sí tiene?

Pues, sinceramente, porque la editorial insistió mucho y, al final, dije: en vez de ver series en el AVE, puedo ponerme a escribir. ¿Tú sabes el tiempo que saco yo en ir y venir de Barcelona a Madrid? Me gusta exprimir el tiempo a tope, pero a veces me siento como los chinos de los platillos, con un montón de cosas en el aire al mismo tiempo. Tuve que sacrificar parte de mi verano para terminarlo, pero también he descubierto el placer de contar las cosas que me pasan o con las que fantaseo y llevarlas un poco más lejos o meter algún chiste.

Dice que este libro está entre la biografía y la autoficción. ¿Porque no quiere contar «todas sus mierdas», como dice usted, o porque sus mierdas no son lo suficientemente divertidas?

Es una mezcla de las dos cosas. Cojo la realidad y la dirijo hacia la comedia. Muchas cosas la exagero y con otras, directamente, miento. También hay cosas que prefiero reservarme para mí. Además, no es que me pasen cosas tan divertidas. Me suelen decir: «¡Anda ya! Ya será menos». Y yo les contesto: «Pues claro, ¿pero queréis reíros o que os cuente una anécdota de mierda?».

Ya hemos hablado de los peajes pero, ¿cuál es la ventaja fundamental de tener su edad?

Pues que todo te empieza a importar muy poquito: relativizas y le quitas peso a todo. Y eso se agradece. Ya te digo que en casa me dicen que tengo la mecha corta, pero se me pasa todo muy rápido. Soy la reina del «¡Joder!». Y al cabo de un minuto, digo: «Perdona, que se me ha ido, que no tiene importancia, que me da igual».

¿Ese «todo me da igual» se aplica también a la relación con el espejo y el propio cuerpo?

Soy una tía con curvas. He aprendido a aceptarme así y me gusto, pero tengo mis batallitas, no te lo voy a negar. Y cuando me pongo unos vaqueros de hace cuatro años y no me abrochan, me pillo un cabreo. Me gusta gustarme y sigo siendo coqueta, pero tampoco a niveles estratosféricos. Varias veces me han preguntado por qué no me pongo bótox. ¡Ni hablar!

¿Por qué?

Prefiero lidiar con las arrugas que empezar a inyectarme y acabar teniendo una cara que no es la mía. Y, sobre todo, agradezco estar viva y estar bien. Por eso, me interesa mucho cuidarme y vigilar la alimentación para estar bien de coco. Me sienta genial entrenar con Lola, que es mi entrenadora desde hace ocho años y a la que adoro. Soy muy ordenada con las cosas que me sientan bien.

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'Pérdidas de risa' (Haper Collins) está entre la autobiografía y la autoficción. / Haper Collins.

¿Con las críticas también ha logrado conquistar ese estado zen?

Sí. Aunque en general me siento muy querida cuando, por ejemplo, presentas los Goya sabes que te van a caer tortas como panes por todas partes. Soy muy trabajadora y meticulosa, me lo tomo muy en serio, pero sé que a pesar de eso no le puedes gustar a todo el mundo. Si el trabajo está bien hecho, me da un poco igual. En redes, por ejemplo, me protejo mucho. No leo los comentarios.

Como mecanismo de defensa, supongo…

Claro. El otro día me bañé con tiburones por una causa benéfica en el acuario de Barcelona. Una de mis hermanas viene y me dice: «¡Menuda te ha caído! ¿No lo has visto?». Yo no había leído nada, pero los animalistas me criticaron por el sufrimiento de unos animales que no viven en su hábitat natural. Luego, pensé: «Igual tienen un poco de razón, pero yo lo he hecho por una causa en la que creo muchísimo, por una ONG con la que colaboro desde hace diez años». Tiro palante porque sé que es una causa que merece la pena y sé lo bien que les va a venir esa pasta. También es cierto que vivimos en un momento de piel muy fina. Hay un montón de ofendiditos por el mundo a los que todo les sienta fatal. Y a mí, que me encanta atar bien todos los cabos, a veces se me escapan algunas cosas. Soy imperfecta, y es algo que abrazo. Desde ese lugar vivo mucho más tranquila.

Ha confesado que descubrió el feminismo tarde, pero que ahora en casa le llaman «la Montero». ¿Cómo ha sido ese proceso de aprendizaje?

Es un proceso lento porque pertenezco a una generación que en casa ha mamado el machismo, lo llevo en el ADN. Por eso he tenido que aprender lo que es el feminismo. Estoy continuamente revisando lo que ocurre a mi alrededor y cómo reacciono ante ello. Aprendo mucho de mi hija, que ya viene con esos deberes hechos, tanto desde la escuela como desde casa. Aunque a veces yo también tengo que hacer el ejercicio de decir: «Chicos, esta noche la cena la preparáis vosotros». Con mis sobrinos adolescentes me pongo muy guerrera. Por eso me llaman 'la Montero'.

En el libro también habla de sexo. Y de la ausencia de él. ¿Le da pena haber perdido esa parte de sí misma y de su relación?

Más que nostalgia es decir: «Jo, cómo he cambiado, ¿no?». Pensar que antes era una necesidad y que ahora no la tengo y, a pesar de eso, vivo tranquilamente. Es un ejercicio de aceptación, de quererse a una misma. Aceptar que ahora me apetece menos o que el sexo que me apetece es diferente, pero no por eso peor ni de menos calidad. Sino más de piel. Y eso me encanta. Por las mañanas yo abrazo y beso mucho a Andreu. También es una etapa muy mona de la sexualidad.

Han conseguido un equilibrio bastante perfecto: hablan con mucha sinceridad de su relación, pero sin ceder terreno a su intimidad. La cuadratura del círculo. ¿Cómo se hace eso?

La clave está en el punto de partida. Cuando empezamos a salir, marcamos muy bien cuáles eran los límites. Al principio, si nos robaban unas fotos, denunciábamos y ganábamos todos los juicios. Creo que en ese momento la prensa del corazón dice: estos dos lo tienen clarísimo, así que vamos a dejarles porque, además, nos está costando pasta. Si marcas los límites, te acaban respetando.

También escribe sobre la maternidad con una honestidad brutal, pero muy enternecedora al mismo tiempo.

Es que hay que empezar a hablar de la cara B de la maternidad. «Cuidadín, que no es oro todo lo que reluce, que educar es difícil, que no hay libro de instrucciones, que es una carrera de obstáculos». Cuando nació mi hija, yo lloraba casi más que ella. Me tocó un bebé con cólicos y llorábamos las dos encerradas en una habitación. A veces, la hubiera tirado por la ventana… ¿Por qué no se puede contar eso? Hay que desmitificar la maternidad o contar que nos han vendido la moto de la conciliación para ayudar a las que vienen por detrás. Porque es cierto que tiene momentos deliciosos, pero también otros muy fastidiados.

En lugar de hablar de menopausia, prefiere hablar de la mujer metacíclica. ¿Por qué?

Porque la menopausia sigue teniendo connotaciones muy negativas: ni estamos en pausa ni somos menos ni tenemos que sentarnos en un rincón o permitir que se nos menosprecie. Parece que si no eres fértil, ya no sirves. ¡Y para nada! Soy una mujer metacíclica porque tengo muchos ciclos vitales y este solo es uno más en el que, entre otras cosas, soy mucho más sabia.

Cuando usted empezó, las cómicas se contaban con los dedos de una mano. Ahora son legión. Y son divertidísimas. ¿Se siente pionera?

Para nada. Yo, en todo caso, tuve la suerte de llegar en un momento en el que no éramos muchas y pude desarrollar una carrera en la comedia. Pero no me siento pionera. Pioneras fueron mujeres como Mary Santpere o Lina Morgan. Ahora hay cómicas que ya ni conozco. Te juntan con ellas en una sesión de fotos y no sé quiénes son. Y me encanta porque las busco en YouTube y encuentro cosas interesantísimas e inspiradoras. Estamos en un momento maravilloso. Esto ya no hay quien lo pare.

Cuando cierra la puerta de casa, ¿pone el modo off o entre amigos y con su familia también es la Silvia Abril payasa que todos conocemos por la tele?

Hay días de todo tipo. A veces, necesito el descanso del guerrero. Si estoy en una reunión con otros colegas y estoy reventada, igual no quiero ser el centro de atención. Que se encargue otro. Pero también hay días en los que estoy como una moto y no hay quien me apague.

Hace de todo: presenta, actúa, escribe… ¿Qué le da más satisfacciones y a qué se dedicaría exclusivamente si pudiera?

Cualquier cosa con público en directo es lo que más placer me proporciona. Es decir: que mis mamarrachadas tengan retorno y sentir las risas del público, sea en un teatro, en un podcast o en la tele. Es como una partida de ping pong: yo lanzo; ellos recogen. Siempre digo lo mismo: las risas son mi alimento.

Para terminar: ¿qué es lo que más gracia le hace en el mundo y qué es lo que más le cabrea?

Empiezo por lo primero porque lo tengo súper claro: las chorradas, una caída bien puesta, un tropezón, un accidente, una bajada de pantalones en medio de la calle, que es algo que Andreu hace mucho... Las cosas más absurdas y tontas. Lo que más me mosquea, aparte de la injusticia, es el mal carácter gratuito. Cuando vas a un sitio y te atiende alguien con mala energía, a quien igual no le gusta su trabajo y no quiere estar ahí. ¿Por qué me tengo que comer yo tu mal rollo? No puedo con esas reacciones y, a veces, tengo enganchadas.

¿Y qué hace?

No me callo. ¡Y tengo salidas súper graciosas! Bueno, graciosas para mí, a ellos les deben sentar fatal. Siempre me dicen que no haga esas bromas, que un día me van a mear en un plato.

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