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Cuando era niña, cada mes de mayo, Virginie Efira (Schaarbeek, 1977) seguía con pasión todas las noticias que llegaban del Festival de Cannes. «Me quedaba embobada al ver a todas esas estrellas cruzando la alfombra roja», recuerda. No imaginaba que un día ella misma brillaría, ahí mismo, en Cannes.
«Una noche, durante una cena de gala, vi a lo lejos a Catherine Deneuve y, mientras trataba de reunir el valor suficiente para acercarme a confesarle mi admiración, fue ella la que se acercó a mí y dijo cosas maravillosas sobre mi trabajo», comparte con un gesto de sorpresa impropio de quien, al fin y al cabo, es la actriz de la que todo el mundo habla en Francia actualmente.
En un momento vital que para muchas compañeras de profesión sigue suponiendo una mengua de oportunidades profesionales, la carrera de la intérprete sigue en ascenso constante. « A mí la edad me ha venido bien. Llegué al cine ya entrada en la treintena y no me ha dado tiempo a cansar al público».
Muy al contrario, su papel en Los hijos de otros (estreno, 3 de febrero) llega aclamado como uno de los mejores de su carrera. Interpreta a una mujer que se enamora de un divorciado que tiene una hija de cuatro años y que, mientras cuida de la niña como si fuera suya, se enfrenta a su deseo de ser madre biológica cuando eso quizá ya no es posible.
Es un personaje con el que Efira reconoce sentirse estrechamente conectada. «También tengo una edad a la que ya es casi imposible concebir, pero sobre todo porque sé muy bien lo que implica ser una madrastra. Hasta hace relativamente poco, solo me involucraba sentimentalmente con hombres que tenían hijos».
Con 22 años, la actriz se casó con el actor Patrick Ridremont, que ya tenía tres niñas; el matrimonio duró hasta 2009. «La presencia de mocosos a los que cuidar me hacía sentir más cómoda en esas relaciones, útil. Pero al mismo tiempo, ejercer de madre de un hijo al que no has dado a luz es complejo; nunca estás segura de si tu opinión vale o deberías hacerte a un lado», reflexiona.
La película también rebate el tópico de que la maternidad sigue siendo un requisito imprescindible para la plenitud femenina. «Estamos progresando, pero sigue siendo problemático que una mujer diga que no quiere tener hijos».
Efira es madre de una niña de nueve años, Ali, nacida de su relación con el director Mabrouk El Mechri. «No tenía nada claro que quisiera quedarme embarazada. Temía que anulara todas las otras facetas de mi vida. Sin embargo, gracias a ella, me tomo mi trabajo menos a la ligera, porque el amor y la entrega a la profesión que amo es algo que quiero transmitirle».
Durante mucho tiempo, las únicas cámaras frente a las que Efira trabajó fueron las de los platós televisivos. Debutó como presentadora en su Bélgica natal, en un programa musical para adolescentes, y posteriormente condujo concursos de talentos. En 2003, ya instalada en París, empezó a convertirse en un rostro habitual del entretenimiento televisivo francés y, tres años después, fue elegida para presentar la versión gala de Got Talent.
Ese bagaje condicionó sus primeros pasos en el mundo del cine. Durante varios años las únicas películas que le ofrecían eran comedias románticas. «Teniendo en cuenta de dónde venía, sentí que no estaba en posición de quejarme. Quien menos confiaba en mí, en todo caso, era yo misma», asegura. «Cuando ingresé en la escuela de teatro a los 18 años, desarrollé una inseguridad terrible, que me persiguió durante mucho tiempo. Siempre sentía la necesidad de pedir perdón. El miedo desapareció en cuanto comprendí que todos los actores lo tenemos».
El cambio de actitud tuvo lugar en 2016 y coincidió con la llamada de la directora Justine Triet, que la escogió como protagonista de Victoria, en la piel de una abogada sumida en una crisis nerviosa. «Gracias a ese papel, comprendí que podía llegar más lejos de lo que pensaba y dejé de sentirme ridícula frente a la cámara», comenta sobre el personaje que le proporcionó su primera nominación al César, el equivalente francés al Goya.
Ese mismo año apareció en Elle, de Paul Verhoeven, interpretando a la esposa de un violador. Desde entonces se ha especializado en dar vida a perfiles particularmente complejos: desde la mujer de un maltratador, en Un amor imposible (2018), a una psicóloga que se obsesiona con una paciente, en El reflejo de Sibyl (2019), y, por supuesto, la monja implicada en relaciones lésbicas y visiones místicas a la que dio vida en Benedetta (2021).
Mucho antes de verse en el centro de una morbosa polémica a causa de ese personaje, ya había dejado de tener reparos en protagonizar desnudos. «Mis personajes son conscientes de su propio cuerpo y lo usan como instrumento para ejercer su libertad, de ningún modo son objetos sexuales». Confiesa, eso sí, que antes de rodar esas escenas se prepara: «Un poco más de ejercicio durante semanas y una dieta basada en el brócoli. Sé que es una idiotez y cuando lo hago me siento ridícula, pero vivimos un presente que nos invita a nutrir nuestra vanidad de demasiadas maneras».
Benedetta proporcionó a la actriz su cuarta nominación al César y, mientras se escribe este artículo, se da por hecho que obtendrá la quinta con Los hijos de otros. «Hacer las paces con mi trabajo me ha dado más seguridad en mis relaciones. Con los hombres, no solía saber cuánto dar o qué mostrar de mí misma y acababa situándome en una posición de inferioridad. También tendía a confundir la empatía con la fijación malsana por agradar a los demás. Mis personajes me sirven para experimentar otros caminos, otros sentimientos y otras realidades. Y, aunque puede no ser útil para todo el mundo, de verdad creo que la interpretación es una terapia recomendable. Después de todo, vivir una sola vida no es suficiente».