Casi como leer las páginas de un diario antiguo, reencontrarse con una ex pareja o bucear en las profundidades de esa cuenta de Facebook que ya no usas es revisitar un libro que te marcó una vez en la vida. Supone reencontrarse con un 'yo' diferente, a veces extraño o embarazoso o equivocado. Un yo que, además, vivía en un mundo diferente. Este es el viaje que hace, siempre magistralmente, Vivian Gornick en su último libro, Cuentas pendientes (Sexto Piso, trad: Julia Osuna Aguilar), en el que se topa con su yo feminista radical de los 70, su yo divorciada por segunda vez, su yo de 50 años que repara en que se había inventado un episodio de su infancia… Y con cómo era el mundo en cada uno de esos momentos.
Vivian Gornick ha estado dando entrevistas sin parar, participando también en algún coloquio, y recibió a Mujerhoy en una rueda de prensa vía zoom desde su recoleto y céntrico apartamento en Nueva York, con sus dos gatas danzando, lista para que le preguntáramos, una vez más, por el feminismo y la autoficción sin darnos respuestas manidas y facilonas.
Cuentas pendientes nació de un club de lectura de dos:, Gornick y una amiga, que le pidió que releyeran juntas el clásico Regreso a Howards End, de E.M. Forster. La última vez que se había paseado por las páginas de esta novela estaba en la universidad. Esta vez era una mujer octogenaria. El impacto que le produjo ver que su idea del libro había cambiado por completo le inspiró un artículo para el New York Times, y su editora lo vio claro: «Lo que acabas de describir es la relación entre una novela y el paso por la vida de una persona. Esto es un libro. Ponte a escribirlo».
Así nació esta mezcla entre 'memoir' y crítica literaria, los dos géneros en los que Vivian Gornick ha cimentado su carrera como escritora, una que se remonta a sus comienzos en el Village Voice como 'periodista personal' y que siempre se ha guiado por una máxima: «Desde entonces supe que me usaba a mí misma para hablar de otras cosas y no al revés. Como les digo a mis alumnos: 'tus sentimientos no son un tema'».
De ahí la capacidad de aquel hit en España, Apegos feroces («¡en Europa empezaron a publicarme gracias al #metoo!», aprovecha para apostillar), para conectar con los lectores de 2017, pese a haberse escrito en los 80: «La esencia de esta experiencia fue que yo no podía abandonar a mi madre porque ¡me había convertido en mi madre!». Pocos temas más universales que este.
No obstante, también advierte que hay veces en que se es demasiado joven para ciertas novelas, y de que cuando otras dejan de apelarnos, no hay que acusarlos de envejecer mal: «Cuando te lees un libro y te quedas satisfecha y 10 años después te lees el mismo libro y no sientes lo mismo esto no significa que el libro sea malo, sino que ya no es tu libro». ¿No nos pasa a veces esto mismo con las personas?
La autora vaticina que la explosión literaria del yo, de la autoficción o el 'memoir' «está acabando». Traza una línea sobre la escritura testimonial surgida del Holocausto a la de los años 70, impulsada por el feminismo de la segunda ola y el movimiento por los derechos civiles: «Nos pareció normal a los homosexuales, a los negros, a las mujeres, dar testimonio, contarle al mundo lo que significaba ser nosotros. Y, a partir de aquí, salen miles de memorias horrorosas», apostilla entre risas.
Gornick es una crítica dura con los demás, pero también consigo misma: «Al principio no sabía cómo utilizarme de modo que no me fuera a sentir avergonzada. Cuando la gente me dice: '¡eres tan sincera!'... ¡Es una tontería! Nunca escribo sobre nada sobre lo que me siento vulnerable». Y también: «Acabo de escribir una pieza sobre Elizabeth Hardwick. Es alguien sobre la que yo escribí hace 40 años. Mi política determinaba mi manera de leerla, yo estaba en las barricadas del feminismo y ella para nada. Me releí sus libros y me he quedado muy sorprendida de cómo la desacredité».
También confiesa que apenas lee literatura contemporánea («La cultura ha cambiado tanto... ¡Mucha gente joven escribe como si estuvieran desde dentro de Internet! El lenguaje se ha visto afectado, me resulta muy extraño, no lo entiendo»), aunque destaca a Rachel Cusk, cuya «mirada gélida», para ella, «nos cuenta dónde estamos en el mundo a nivel cultural. No podría haber escrito así hace 50 años, es el signo de los tiempos».
Y, por supuesto, ya que varias de las novelas que aparecen en su Cuentas pendientes lo toman como tema central (desde 'Hijos y amantes' de D.H. Lawrence a Chéri, de Colette), Gornick nos habla del amor. De cómo la manera en que lo abordan algunos libros, aunque magistralmente escritos, ya no puede ser relevante hoy en día. De los que, como 'El amante' de Margerite Duras, lo usan para contar otras cosas. De la brecha inevitable que el amor abre en las parejas heterosexuales: feminismo y matrimonio, teoría y práctica. De que donde quiera que haya estigma por ser una mujer soltera «es vuestro trabajo cambiarlo»… ¿Para cuándo más cuentas pendientes, señora Gornick?
Foto principal de la noticia: Mitchell Bach, cortesía de Sexto Piso.