Vestida de Chanel Alta Costura, Penélope Cruz derrochó glamour a la italiana en la gala de los Premios Goya. /
«Os queréis tanto. Quisiera venir todos los años», dijo Sigourney Weaver, Goya Internacional , asombrada por la cantidad de azúcar que se derramó ayer sobre el escenario vallisoletano. Efectivamente, Sigourney. Nuestra fiesta anual del cine se parece peligrosamente a una función de fin de curso, especialmente enternecedora cuando señores hechos y derechos se deshacen en lágrimas y se acuerdan de sus madres, algunas de ellas presentes en la sala.
Había cierta expectación por comprobar si los Javis, Ana Belén y su guionista estrella podían darle una vuelta a un espectáculo habitualmente tedioso. Ya tenemos la respuesta: no, era una misión demasiado dofícil. Sí, Ana Belén emociona cuando canta por Concha Velasco, pero su rítmica discursiva adormece. Los Javis van sobrados de looks maravillosos, pero los números musicales no fueron ni espectaculares ni alegres. El realizador no hizo más de tres primeros planos a Penélope Cruz sentada en su butaca. Ni eso nos dieron.
No conviene hacer leña del árbol caído. Solo diremos que el público VIP echó mano al móvil como un náufrago al salvavidas. Unos para refugiarse en las redes sociales disimuladamente, otros directamente jugando al Candy Crash y similares.
La primera hora de gala tuvo un protagonista absoluto: Juan Antonio Bayona. Su película, 'La sociedad de la nieve', se llevó nueve Goyas del tirón (terminó con doce) y nos dejó una de las imágenes de la noche: unos primeros planos impagables del director llorando a lágrima viva, con las gafas empañadas y por momentos hasta desconsolado de la emoción.
Vimos a muchos hombres enternecidos por el triunfo en los Premios Goya , aunque ninguno de los que recogió su 'cabezón' dio voz al argumento que se fue repitiendo durante toda la noche contra la violencia sexual dentro y fuera del cine y en apoyo de las víctimas. El presidente de la Academia de Cine, Fernando Méndez Leite, sí suscribió sucintamente en su discurso el 'Se acabó' que fue el primer mensaje de los Javis y Ana Belén y salpicó toda la gala.
Antes, las profesionales de la junta directiva de la Asociación de Mujeres Cineastas y Medios Audiovisuales (CIMA), encargadas de presentar el Goya a la Mejor Actriz Revelación, rechazaron la violencia machista con la contundencia institucional debida. Méndez Leite también pidió a las cineastas españolas que dejaran de ganar premios en los festivales internacionales: «Dejad algo para nosotros», rogó. Una ironía pronunciada como una broma que, sin embargo, se dice más que en serio en otros ámbitos.
Javier Calvo, Ana Belén y Javier Ambrossi, los presentadores de la trigésimo octava gala de entrega de los Premios Goya, celebrada en Valladolid. /
Después de la primera hora de show, agotada la lágrima más o menos fácil, solo quedó el más profundo hastío ante la retahíla de agradecimientos a madres, parejas y familiares varios. Las intervenciones no hilaron con suficiente firmeza su homenaje a la memoria de las galas pasadas y, la verdad, tiraron más del sentimentalismo que del sentido del humor que tanto alivian el largo metraje de estas noches.
Los números musicales no lucieron siglo XXI, sino casi setenteros. ¿Sería retro el decorado montado por Televisión Española en la Feria de Valladolid? Se hizo escaso el cuerpo de baile, una minucia comparado con los ejércitos de bailarines de los Grammy , Beyoncé o Rosalía. Solo una canción levantó al público de la Feria de Valladolid: la que interpretaron Salvador Sobral y Silvia Pérez Cruz con el único acompañamiento de una chelista y una escenografía sostenida en la luz.
El tema de Sobral y Pérez Cruz era 'Procuro olvidarte' y acompañó a el momento fúnebre de los obituarios. Al comienzo de la noche, Amaia apenas hizo su magia al piano con el clásico de Raphael 'Mi gran noche', que a continuación remedó Bisbal en su onda verbenera. Estopa cantaron por Los Chicos ('Quiero ser libre') y María Jiménez estuvo presente con su 'Se acabó', en las voces de Niña Pastori, India Martínez y María José Llergo.
A las tres horas y media de fatigosa gala, menos mal, Pedro Almodóvar hizo saltar la banca. Salió al escenario junto a Penélope Cruz , Cecilia Roth, Marisa Paredes y Antonia San Juan para anunciar el Goya a la Mejor Película (de nuevo, 'La sociedad de la nieve') y quiso dirigirse «a un político que está presente en esta sala».
Se refería al Juan García-Gallardo, vicepresidente de la Junta de Castilla y León por Vox, quien en unas declaraciones se había referido a los directores de cine como «los señoritos que recogen las subvenciones». Le espetó: «A este hombre le voy a decir lo obvio: el dinero que los cineastas recibimos como anticipo lo devolvemos con creces al Estado a través de los impuestos de la Seguridad Social».
Sigourney Weaver se llevó el Goya Internacional y aguantó las más de tres horas y media de gala, como una estrella española más. /
La aparición de Almodóvar con este selecto elenco de sus icónicas mujeres tenía un sentido: celebrar los 25 años de Todo sobre mi madre. De hecho, este dream team subió dos veces al escenario, la otra para escenificar una famosa escena de la película. ¿Qué podemos decir de los dos momentos más estelares de la larguísima gala de los Goya? Que Penélope Cruz apenas dijo una palabra en ninguno de los dos.
Repetimos: en la trigésimo octava gala de los Premios Goya vimos por dos veces a Penélope Cruz en escena, pero siempre muda como Belinda. Recordemos Belinda, la película por la que Jane Wyman se llevó en 1948 un Oscar por interpretar a una muchacha muda, a la que el pueblo tiene por discapacitada. Qué desastre para el espectáculo que la actriz que hace temblar la pantalla cuando parpadea no diga ni mu.
Ya íbamos camino de las cuatro horas de gala cuando todo terminó con una especie de tumulto en el escenario, al más puro estilo función colegial. Nada de lo que sucedió en la gala vallisoletana quedará en la retina. Si acaso, Sigourney Weaver acordándose de su dobladora española, María Luisa Solá. O los Javis rememorando a Rosa María Sardá, la única presentadora de los Goya que se añora en tal papel.
Podemos tomarnos la insistente reaparición de Sardá, no solo en la gala de los Goya sino en entrevistas, críticas y memorias, como un desliz freudiano a tener en cuenta para próximos años. Si tantos y tan variopintos coinciden en que basta una cómica carismática y un guión ácido para que la gala funcione, ¿por qué este repetitivo empantanamiento?