Hubo una época en la que los periodistas eran sumamente temibles. Tenían más facilidad que ahora de hacer caer un Gobierno o criticar una conducta deleznable pese a una presunta brillante trayectoria profesional. Cuando Pablo Motos pinchaba discos en la emisora de Requena y David Broncano tomaba biberones, encendías la radio y, al otro lado, Encarna Sánchez derribaba monumentos nacionales con sus flemáticas y nocturnas intervenciones.
Del mismo modo, en la prensa, las columnas de Paco Umbral, Jesús Cacho o Mariñas agitaban odios y pasiones de los «yuppies» de aquel tiempo como Mario Conde y Pedro de Toledo. Jimmy Giménez-Arnau, fallecido este martes 17 de septiembre, a los 80 años, practicó la crónica antes de sus irreverentes apariciones televisivas, aunque después de separarse de Merry Martínez-Bordiú y entregarse a ejercer de crápula. Tenía alma de poeta e incluso fue finalista del Nadal, el prestigioso premio que inició Mercè Rodoreda.
El periodismo lo practicó a principios de los ochenta en Interviú. Jimmy estaba al frente de los asuntos de la baja sociedad, título que daba nombre a su sección, en la mítica revista que trajo el nudismo a nuestro país con la fuerza de un motín de Esquilache absoluto. Su artículo iba en página par. En la impar, Niní Montián contaba los cotilleos de la alta sociedad convertida en una especie de Louella Parsons capitalina. Lo hacía con conocimiento de causa.
Nacida a principios del siglo XX como Elena Isabel de Ampudia, sorprendió a las gentes de la España de Alfonso XIII al decantarse por ser actriz. No era el oficio que se esperaba de una niña educada con refinamiento en los mejores colegios e internados de Londres, París y Madrid. Sin embargo, ella vio en la interpretación un escape creativo tras su fracasado primer matrimonio con el ingeniero José Costa, con el que se casó con solo 15 años.
Era exótico ver a Jimmy, azote de la familia Franco, enfrentado a Niní, cuya leyenda sostenía que fue espía al servicio del dictador, una Matahari del Régimen. La mitología no andaba errada. Un día, durante el rodaje de la película «La mariposa que voló sobre el mar», supo que era requerida por El Pardo para, al parecer, sustituir al embajador Areilza en Buenos Aires (Argentina) en sus fracasadas negociaciones para exportar trigo a nuestro país en plena posguerra y carestía.
Niní era íntima amiga de Evita Perón -o eso decía ella- y, entre visones y conversaciones sobre perfumes, hicieron lo que el anteriorísimo jefe del Estado bautizó como «el mejor negocio del siglo». Un día, al General no le gustó nada que el ínclito gangster Caracortada fuera por las cloacas del universo con un pasaporte español. No le faltaron agallas a Niní para embarcarse en un vuelo con dirección a Italia y descubrir que todo había sido fruto de un soborno a un embajador español en Río de Janeiro. Allí, nuestra protagonista no se sentía en tierra extraña.
También contaba a Olano y todos los periodistas de su cuerda que, de súbito, otro día, recibió un telefonazo del General para de nuevo verse obligada a viajar al país de la bota. Ni más ni menos tenía que entrevistarse con Mussolini. Hubo trato, porque ella exhibía en su casa con gran orgullo las estatuas de porcelana que él le regaló. También era muy amiga de Clareta, la amante del Il Duce, siempre preparada con el salto de cama, y de su hermana, a la que recibió de nuevo en su hogar. Pedro Almodóvar confesó que la historia de Niní le fascinaba. Tanto que se inspiró en ella para el papel de Cecilia Roth en «Los amantes pasajeros» y no en Bárbara Rey, como pensó la generalidad.
La residencia de Niní era de otro siglo y estaba ubicada en el número 46 de la calle Hermosilla de Madrid. Se trataba de una «open house» al estilo americano con un ascensor que solo subía pero nunca bajaba con el objetivo de evitar los inesperados cruces de bruces.
Allí, sin miedo a exhibir las infamias ajenas, albergaba un fichero marcado con la calavera y las tibias, donde acumulaba secretos de alcobas de políticos, marchantes de arte, aristócratas, toreros… y cantantes, como Lola Flores . «Ésta es la que intervino en mi ayuda cuando la Policía me pescó con un tío en la cama», contaba ella. Rosa Montero la definió como una «especie de tardía duquesa de Guermantes, pero con ribetes de nacionalsindicalismo. Proust, pasado por la Jons».
Su éxito como actriz fue relativo, aunque lo intentó en el teatro y el cine. De nuevo, durante la Guerra Civil, se convirtió en la voz de la radiodifusión de Gonzalo Queipo de Llano, jefe del Ejército del Sur, desde Sevilla. Ella arengaba a las tropas con su mueca torneada y sus cejas pintadas a mano. No se sabe si antes o después, fue secuestrada en una de las checas de Madrid y estuvo a punto de morir fusilada, aunque en el último momento el carcelero se lo pensó mejor. Ella se las arregló para escapar.
Peor suerte corrió su hermana, Arminda, novia por entonces de un hermano de Ramón Serrano-Súñer, cuñado de Franco , quien fue ejecutada por los republicanos. Ese fue el gran drama de su vida. Bueno. Y el amor. Se casó en segundas nupcias con el actor Julio Rey de las Heras y en terceras con un empresario llamado Alex Pinkus. Al parecer, hubo un conato de cuartas, pero el novio falleció inesperadamente.
Tras pasearse por la hoy Castellana el Día de la Victoria, se entregó a ser relaciones de la dictadura combinándolo con algunos papelitos. Rappel presume de que fue ella quien descubrió que era un fantástico modista y que, gracias a su intervención, acudió a El Pardo a leerle el futuro al General. Niní, siempre envuelta en plumas y astracán, se dio cuenta de que lo suyo era ser la perfecta alcahueta y organizar encuentros en su casa, donde, en palabras de una veterana dama venida del Caribe, «había de todo: desde el lumpen a la élite americana y española». Todos ligando, claro.
Pero, como suceden con las cosas en la vida, a Franco dejó de hacerle gracia un día. Y mira que se lo decía la mujer del dictador cuando ella, que era perfecta conocedora de esos pruritos sociales, no se cortaba en recomendarle que invirtiera en casinos. «Niní, no sigas por ahí». Franco tenía un gran trauma porque su padre había sido jugador. Partieron peras.
Poco le duró aquella columna de alta sociedad a La Montián, que falleció el 9 de marzo de 1986. Dejó una nota manuscrita realizada tan solo dos días antes de exhalar su último suspiro con un bosquejo de su esquela en su gran apartamento, que resultó ser de alquiler. «Se publicará después de haber sido enterradas mis cenizas en la tumba de mis familiares y a media página en ABC y en El Alcázar. No deseo que nadie se moleste ni me vea después de muerta, que mantengan el recuerdo de cómo fui. Que nadie venga al entierro. Respeto mucho el tiempo de la gente. Por primera vez a mis amigos no deseo verlos pronto. Les recuerdo que de este mundo nadie se escapa vivo y hay que aprovechar mientras se pueda contar».
Era la némesis de Jimmy Giménez-Arnau en Interviú, aunque en el fondo no estaban tan alejados. «En la esquela, no me pongáis RIP, por favor», suplicó Niní, que presumía de ser tan famosa como la Cibeles de Madrid. Lo dejó todo atado. Y bien atado.
20 de enero-18 de febrero
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