Dicen los que la conocían que era una mujer fascinante. Misteriosa, cultísima, incapaz de mantener conversaciones de 'ascensor'. Amante de las buenas costumbres de la alta sociedad con más pedigrí, extremadamente generosa pero con un mal humor explosivo. Estaban los famosísimos cisnes de Truman Capote (entre ellos, una 'rival'), y luego estaba el águila del novelista y ensayista Alberto Arbasino: Laudomia Hercolani.
Nació María Laudomia del Drago el 24 de febrero de 1932, en Roma. Era hija de Flaminia Blaestra y Urbano del Drago, príncipe de Mazzano. Por vía paterna le viene la descendencia Borbón. Si trepamos hacia arriba en su árbol genealógico nos topamos con toda una reina de España, María Cristina, la esposa del infame Fernando VII. Una de las hijas de su segundo matrimonio, María de los Milagros Muñoz y Borbón, era la tatarabuela de la sinpar Domietta.
Vivió una infancia decimonónica y, por tanto, solitaria. Vigilada de cerca por su madre, se crió en un castillo de la familia en la campiña romana, educada por tutores y damas de compañía. Estos años le permitieron cultivarse y desarrollar sus intereses por la literatura, la historia del arte o la política.
Con 20 años se casó con el décimo príncipe Hercolani, Andrea, heredero boloñés de un título nobiliario que se remonta al siglo XV. Al año siguiente, en 1953, nació su única hija, Orsina Hercolani.
Cuando llevaba poco más de dos años casada, Domietta empezó una relación apasionada con Gianni Agnelli. Los Agnelli eran realeza italiana (industrial, pero realeza al fin y al cabo), los dueños del imperio Fiat -y tenían sus propias señoras de armas tomar: ya te lo contamos todo sobre la inolvidable Clara Agnelli -. Gianni estaba casado con Marella Caracciolo, una elegantísima socialité, también princesa (ella napolitana), cisne de Capote (puede que el original; le puso el apodo por su larguísimo cuello) y embarazada por entonces de su segunda hija, Margherita.
Gianni era lo que se llama un playboy, un hombre que consideraba que tener amantes ocasionales no suponía faltar el respeto a su mujer. Ella, claro, no opinaba lo mismo. Agnelli se enamoró perdidamente de Domietta y fue correspondido. Marella, que había visto a su marido tener varias aventuras, esta vez se asustó: todo el mundo consideraba que la princesa tenía el caché intelectual y social suficiente como para que el empresario se planteara lo impensable: el divorcio.
Dicen que Marella llegó a recorrer embarazada una noche los locales nocturnos donde se reunía la jet set hasta dar con su marido, que allí estaba con Domietta, para darle un ultimatum. No queda claro si fue él o la Hercolani, que tampoco estaba por la labor de enfrentar el escándalo que supondría seguir adelante con la relación y romper ambos matrimonios, pero la aventura se acabó.
En los 60, Laudomia ejerció de directora de escenografía en dos películas de Luchino Visconti. La monumental El gatopardo, estrenada en 1963, y el siguiente trabajo del director, Sandra, un film de 1965 protagonizado por Claudia Cardinale que en España no pudo verse hasta 10 años después (había represaliados políticos pero, sobre todo, incesto).
Esta «belleza de ojos separados, como Jackie Kennedy» (esta frase era de un elogioso artículo que le dedicó el periodista Milton Gendel en 1964; curiosamente, a la primera dama también se la relacionó con Gianni Agnelli) en aquellos años inspiró el personaje de Desideria de la novela de Alberto Arbasino Fratelli d'Italia. Ambos, el escritor -abiertamente homosexual durante toda su vida- y su musa, serían amigos durante toda su vida.
Al final, Domietta acabaría separándose del padre de su hija y no volvería a casarse. En los 70, a ella se le relacionó, por ejemplo, con todo un presidente de la República Francesa, Valéry Giscard.
Los cronistas la recuerdan vestida de Balenciaga , en las fiestas que daba en su Palazzo del Drago, en la via delle Quattro Fontane, en Roma (un edificio inexpugnable del siglo XV, herencia de la ya mentada María Cristina, por cierto), observando. También iracunda, tirando al mar un plato de un restaurante de lujo porque no le gustaba lo que le habían servido. Regalando un Chanel rosa a una amiga que no tenía nada que ponerse para una fiesta en Venecia. Feroz con su pulsera Cartier en forma de serpiente.
Sus años de madurez y senectud los pasó retirada de la vida social, vinculada a varias iniciativas solidarias y culturales, rodeada de sus amigos intelectuales, recordando ese siglo XX que le parecía mucho mejor que todo lo de después. Domietta murió en 2018, a los 86 años.
20 de enero-18 de febrero
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