Raisa, la poderosa mujer de Mijaíl Gorbachov, que adoraba la alta costura de París y entró en la Casa Blanca para enfrentarse a Nancy Reagan

No se puede entender el legado de Mijaíl Gorbachov sin la influyente presencia de su esposa Raisa, la poderosa activista e intelectual que se atrevió a retar a Nancy Reagan en la mismísima Casa Blanca.

Raisa Gorbachov visitó en diciembre de 1984 la casa de Anne Hathaway, esposa de William Shakespeare, en Stratford-upon-Avon (Reino Unido). / GETTY IMAGES

Elena de los Ríos
Elena de los Ríos

Si el legado de Mijaíl Gorbachov es hoy controvertido, el de su esposa Raisa, primera y última primera dama de la URSS, se desdibuja a marchas forzadas. Fallecida en 1999 (a los 67 años) debido a una leucemia, su figura fue clave a la hora de entender la trascendencia de la presidencia Gorbachov. Un mandato de seis años en el que finiquitó la Guerra Fría y promovió la famosa 'perestroika' o 'reestructuración' del régimen comunista para acercarlo a la economía de mercado. Esta revolución encontró resistencias en Rusia y Raisa se convirtió en el chivo expiatorio de muchas de ellas.

Mijaíl Gorbachov ha pasado de héroe de la apertura democrática y las libertades a considerarse prácticamente un traidor en la autocrática Rusia de Putin. Y Raisa ha devenido de caprichosa amante del lujo a olvidada. Es fácil situarla entre las grandes damas de hierro de la época, algunas cara a cara con el poder, como Margaret Thatcher o Corazón Aquino, y otras ejerciéndolo desde instancias más discretas, como la eterna Isabel II o la misma Nancy Reagan .

Llamada a representar a todas las mujeres soviéticas, al final de la Guerra Fría Raisa Gorbachov se presentó como una desagradable y fría primera dama ante Nancy Reagan. Entonces, Mijaíl Gorbachev y Ronald Reagan lograron lo imposible al acercar posturas para firmar un histórico acuerdo de reducción armamentística con vistas a lograr el desarme nuclear total. Sus respectivas primeras damas debían, por tanto, ejemplificar ese diálogo de alguna manera. Por ejemplo, tomando el té. Lo hicieron al menos tres veces, en Ginebra, Moscú y Washington, en la Casa Blanca.

Raisa Gorbachov llegó a su té con Nancy con un buen historial de polémicas a sus espaldas. Las críticas, feroces, conviene entenderlas hoy como una reacción a los cambios impuestos por el presidente soviético, una resistencia que se explica a la perfección en la muy recomendable serie 'The Americans' (en Disney Plus). Raisa fue tachada de ambiciosa, mandona y caprichosa. De hecho, se decía que mandaba sobre su marido e incluso que la Unión Soviética había colapsado tras la caída del Muro de Berlín en 1989 porque este era un 'blandengue'.

La opinión pública rusa jamás pudo entender por qué la esposa del presidente soviético se comportaba y se vestía como las mujeres occidentales: alta costura, pieles, diseños de tendencia… En plan burla, la llamaban 'la Bo Derek de la estepa' o 'Camarada Gucci'. Incluso asistió a los desfiles de Yves Saint Laurent en París. Era uno de sus diseñadores favoritos, junto con Pierre Cardin. Hoy sabemos que Raisa Gorbachov compraba con mucha dificultad sus modelitos para encarnar la apertura que buscaba su marido y que, una vez usados, debía venderlos en tiendas de segunda mano para recuperar algo de la inversión.

Que el barniz de moda occidental que llevaba Raisa era pura fachada lo sabemos gracias a sus encontronazos con Nancy Reagan, unos enfrentamientos a cara de perro que la primera dama estadounidense contó en sus memorias. Su homóloga rusa, sin embargo, se refirió a ellos directamente en los medios de comunicación. Se visualizó así lo que la escritora rusa Natalia Antonova califica de «un cara a cara entre dos hembras alfa». En su primera visita a la Casa Blanca en 1981, la primera dama rusa contó que la casa que le había parecido «un museo». «Cualquier familia desearía vivir en un entorno más normal», dictaminó. Reagan se sintió insultada.

«Cuando dos mujeres alfa coinciden en la misma habitación, es fácil que no se puedan ni ver», explicó Antonova. «De hecho, las crónicas de la época traslucen la tensión que había entre ellas». El desagrado mutuo trascendió la buena educación, aunque no ayudó la diferencia cultural entre los rusos y los estadounidenses. «Los americanos esperan que sus invitados sean amables, pero la costumbre rusa impone la honestidad total», ha explicado Antonova en una entrevista para 'The World'. «Fingir se considera pretencioso».

Quizá el encontronazo más sonado se produjo durante la llamada 'Cumbre del té' de 1985, en la mansión del Aga Khan en Ginebra, mientras sus respectivos maridos negociaban su acuerdo de desarme. Para empezar, Raisa llegó 15 minutos tarde. «No le gustaba la silla en la que debía sentarse, así que chasqueó los dedos y un agente de la KGB le trajo rápidamente otra», contó Nancy Reagan en sus memorias. «Tras unos minutos, decidió que tampoco era de su gusto, así que volvió a chasquear los dedos y apareció una segunda silla. Me puso de los nervios», recordó la primera dama estadounidense.

El encuentro duró una hora, en la que Nancy Reagan tuvo que soportar una tediosa charla sobre las bondades del comunismo. Ante la prensa, no pudo disimular su irritación. «Todo ha ido maravillosamente. Hemos hablado sobre todo de Rusia, de su expansión, de su geografía y de su clima. Yo he hablado de mis hijos, pero ella no me ha contado nada de los suyos. Quizá otro día», relató a los periodistas. En sus memorias, desveló que le había impresionado su discurso «seco e impersonal». Y que la había tratado con condescendencia.

Nancy Reagan y Raisa Gorbachov tomaron el té en la mansión del Aga Khn en Ginebra, en 1985. / getty images

Sorprendió muchísimo cómo Raisa Gorbachov había acudido a la cita, vestida con un sobrio traje de chaqueta y falda negra y camisa blanca, nada digno de la 'camarada Gucci'. El contraste entre las medias de cristal de Nancy y las tupidas de Raisa hizo correr ríos de tinta y la prensa dictaminó que la primera dama rusa se habría presentado vestida como una carcelera. Sin duda, la primera dama soviética quiso resaltar la frivolidad de Reagan, a la que no parecía conceder demasiado crédito intelectual.

Probablemente, Nancy Reagan no supo entender hasta qué punto el discurso de Raisa Gorbachov estaba calculado para no levantar ni una sola crítica en la Unión Soviética y reforzar la idea de que un acercamiento a Occidente no menoscababa la idiosincrasia rusa. De hecho, más tarde se supo que Raisa se había vestido tan estrictamente porque aquella iba a ser la única foto suya que se distribuiría en los medios de comunicación rusos.

Lo cierto es que, más allá de la imagen de caprichosa y ambiciosa mujer en la sombra de Mijaíl Gorbachov, Raisa fue una incansable activista que donó incesantemente a todo tipo de organizaciones y especialmente a las infantiles, una tarea compasiva y solidaria en la que se adelantó a las primeras damas occidentales. Esa frialdad y sequedad que relata Nancy Reagan era pura fachada por imperativo propagandístico.

Estudiante brillante doctorada en filosofía y sociología, Raisa se casó en 1954 con Mijaíl Gorbachov, entonces un estudiante de leyes de familia humilde. Eran tan pobres, que ella tuvo que pedir prestados unos zapatos blancos para casarse. «Nos unió el matrimonio y nuestra forma de ver la vida. Los dos creíamos en la igualdad», contó Mijaíl en sus memorias, publicadas en 2012. «Había algo magnífico en ella, parecía una princesa. Nuestra conversación no se detuvo ni un momento durante el tiempo que estuvimos juntos. Caminamos la vida de la mano».