RACISMO EN buckingham
RACISMO EN buckingham
Lo que el príncipe Harry denominaba en Netflix «sesgo inconsciente» al hablar de la falta de sensibilidad de los Windsor en sus contactos con personas racializadas, el resto del mundo lo ha catalogado como racismo a secas. Por mucho que el actual príncipe de Gales, Guillermo, asegurara que su familia no era ni por asomo racista, algunos detalles parecen darle más la razón a su hermano pequeño que a él.
Las pistas están ahí, a la vista, y crecen día a día. Pequeños detalles que marcan grandes diferencias en el nuevo reinado del nuevo rey, Carlos III. Porque, la realidad, es que a su madre, la reina Isabel II, pocos se atrevieron a echarle en cara algún detalle de este tipo, ni siquiera los «bocazas» oficiales de los Windsor, Meghan y Harry, que tanto en la famosa entrevista con Oprah como en el libro de memorias «En la sombra» afirman que las ofensivas cábalas sobre el color de piel de su hijo Archie no fueron pronunciadas por su abuela paterna.
Bajo el manto de «eran otros tiempos», Isabel II sobrevivió con la imagen pública intacta a pesar de los crímenes que el colonialismo británico cometió en su nombre durante su reinado, como el trato dado durante la represión del movimiento independentista keniano al principio del mismo, nunca han sido reparados. La reina no sólo jamás se disculpó con las víctimas de estas atrocidades (muchas de ellas aún vivas), sino que se permitió en vida que la corte que la rodeaba estuviera poblada de personajes tan queridos como poco recomendables, cuando no abiertamente racistas.
Como su queridísimo primo Michael de Kent y su mujer, Marie-Christine von Reibnitz, la misma que en 2004 en un restaurante neoyorquino ordenó callar (y de paso envió «a las colonias») a una mesa cercana a la suya en la que todos los comensales eran negros. La misma que se presentó a conocer a Meghan Markle con una joya considerada una provocación racista.
Tampoco vio la reina, o no quiso ver, cómo pasaba sus días y sus noches rodeada de gente a su servicio de un único color, el blanco. A lo largo de décadas su equipo personal de asesores vetaban porque las personas racializadas no ocuparan puestos cercanos a la reina en palacio. Carlos III tuvo que salir al paso de esta polémica asegurando que su reinado sí cumple con la Ley de Igualdad instaurada en Reino Unido desde 1970 y que el equipo de su madre se saltó a la torera.
Y cómo olvidarnos del papel que ha desempeñado Lady Susan Hussey, la confidente de la difunta Reina durante cerca de seis décadas, en el reinado de Carlos III. Por su culpa la casa real tuvo que hacer frente a una auténtica protesta pública cuando se empeñó en preguntar repetidamente a una directora ejecutiva de una organización benéfica de dónde «venía realmente» durante una recepción en el Palacio de Buckingham. La directora era negra.
Para marcar diferencias con el mutismo de su madre ante detalles como estos, Carlos III ha tomado decisiones sin precedentes en la corte británica. Por ejemplo, forzó la dimisión de Lady Susan Hussey. También ha permitido por primera vez en la historia de la monarquía que una investigación privada acceda a la totalidad del Archivo Real y las Colecciones Reales. El objetivo es investigar los vínculos de la Corona británica con el comercio de esclavos durante el siglo XVII y XVIII, un tema tabú para los Windows hasta la fecha.
Un afán investigador que ha quedado un tanto deslucido porque ese apoyo se produjo después de que el diario The Guardian destapara que la residencia del príncipe de Gales, el Palacio de Kensington, fue financiado, en parte, con el dinero que su promotor y primer ocupante, Guillermo III, consiguió gracias a las acciones que poseía en la Royal African Company, la empresa que raptó a más de 180.000 personas en África para esclavizarlas y trasladarlas a la fuerza hasta América.
Por paradojas del destino ahora sabemos que el actual príncipe de Gales, el que afirma que su familia no tiene sesgos, se ha criado en el mismo palacio que incluía entre sus detalles decorativos un busto de un hombre negro con una argolla de metal en el cuello al que las guías para visitantes definían hasta 2021 como «sirviente favorito de Guillermo III» cuando era claramente una persona esclavizada. Hoy ni el busto ni la habitación en la que se encontraba se pueden visitar.
Pero esconder en un sótano los detalles que unen a la familia real y el racismo puede no ser la estrategia correcta en el siglo XXI. Este mismo verano otra investigación, esta vez publicada por el diario The Independent, ha revelado al público una guía de la Royal Collection en la que se menciona no una ni dos veces, sino hasta en cuarenta ocasiones, a las personas negras como «nigers», un término anglosajón tan ofensivo que se suele evitar hasta pronunciarlo y al que se le denomina la «n-word».
El documento oficial en cuestión describía joyas de la colección real, databa de 2008 y hasta que The Independent no hizo notar su existencia estuvo completamente accesible a través de la página web oficial de este organismo de la Corona. Ahora el documento ha sido desindexado y es imposible acceder a él. Pero Lady Susan Hussey ha vuelto a trabajar para los Windsor. Una de cal y otra de arena.