enfada a la comunidad científica
enfada a la comunidad científica
Como los Windsor no pueden tener una fiesta en paz ni en Navidad el rey Carlos III ha decidido amenizar las últimas semanas de año con un buen par de decisiones arbitrarias que han recibido una respuesta contundente por parte de la opinión pública británica.
La primera ha sido escoger a un médico pro-homeopatía, Michael Dixon, para ponerle al frente de las decisiones médicas que afectan a la casa real. La segunda es escribir su propio discurso de Navidad sin acudir a sus asesores.
Ni una cosa ni la otra ha caído bien en la sociedad británica. La primera decisión tiene un mayor calado de lo que parece a primera vista, ya que el jefe de la medicina de la casa real, además de tratar al monarca y su familia, también es el interlocutor de éste ante el gobierno sobre estos temas.
La segunda ha soliviantado al buen nutrido funcionariado del Palacio de Buckingham que no olvidan cómo la primera decisión del monarca al ser coronado fue deshacerse de la mayoría de la plantilla que le había servido hasta ese momento en Clarence House.
La decisión de conceder un cargo oficial a su relación de años con el doctor Michael Dixon ha resucitado en la comunidad científica británica el fantasma de la peor versión de Carlos III cuando era príncipe de Gales y se le conocía como el royal «acientífico».
Michael Dixon es un veterano doctor del servicio nacional de salud británico más conocido por su afinidad con el rey y sus declaraciones sobre cómo sanarse a través de las terapias herbales y la fe que por sus logros como médico.
El interés de Carlos III por la pseudoterapias alternativas vienen de lejos, de hecho ocupa un cargo honorífico en la Facultad de Homeopatía de Reino Unido y en 2022 y mientras fue príncipe de Gales intentó presionar para incluir ese tipo de tratamientos en el sistema nacional de salud.
Edzard Ernst, médico y autor del libro «Charles, The Alternative Prince», ya advirtió que el hijo de la reina Isabel II no sólo estaba interesado en los remedios herbales o la homeopatía (al fin y al cabo la propia reina Isabel II tuvo un médico homeópata a su disposición durante 15 años); sino que también presta atención a otras terapias de aún más dudosa efectividad como el que afirma que el cáncer puede ser tratado con zumo de fruta y café en vez de quimioterapia.
No es la primera vez que las tendencias hacia «lo natural» del royal le meten en problemas con la comunidad científica del país en el que reina. De hecho, desde 1982, fecha de su primer discurso público pro-terapias alternativas (discurso que fue contestado con un artículo en el British Medical Journal titulado «Carta abierta al Príncipe de Gales: con todo respeto, Alteza, se equivoca»), el monarca ha manifestado una y otra vez, incluso ante la Organización Mundial de la Salud, su postura al respecto para escándalo de la comunidad médica.
El segundo estupor palaciego de fin de año protagonizado por el esposo de Camilla Parker Bowles se ha producido por una filtración del Daily Mail que afirma que el rey ha escrito su propio discurso navideño y que confía más en su capacidad de improvisación que en las notas de sus asesores, un hábito que puso en marcha en la celebración del Jubileo de Diamantede su madre, cuando reescribió su discurso en el palco real y le salió bien la jugada.
El año pasado a los funcionarios de palacio sólo se les permitió hacer pequeñas modificaciones menores para adaptarse al trabajo que ya había grabado el equipo de producción siguiendo las indicaciones del rey. Este año les toca hacer lo mismo.
Una nueva tradición que rompe con un pasado de discursos navideños perfectamente medidos para captar la atención de la nación. No olvidemos que el primer discurso navideño de un Windsor fue retransmitido en 1932 y escrito por Rudyard Kipling, el escritor de El libro de la selva. Seguramente que el que haya improvisado Carlos III para este año esté a ese nivel. Si no es así, la crítica nos lo hará saber.