princesa de mil caras

Las tres vidas públicas de Carolina de Mónaco: reina del escándalo, viuda doliente y personaje maquiavélico

Pocos podrán presumir en el futuro de haber conocido la auténtica vida de Carolina de Mónaco, pero todos hemos contemplado en la prensa del corazón su evolución de princesa de cuento de hadas a royal malvada.

Carolina de Mónaco, fiel a su cita con el Baile de la Rosa. / GETTY

Silvia Vivas
Silvia Vivas

Nada es lo que parece en Mónaco, ni la triste mirada de la princesa Charlène , ni el entusiasmo en los actos públicos del príncipe Alberto, ni la desaparición mediática de Carolina de Mónaco . Especialmente en el caso de esta última.

La hija mayor de Rainiero III y la ex actriz Grace Kelly tiene más vidas sociales que un gato y podemos tener claro que la última que maneja, esa en la que aparece retirada de los focos, discreta y distante, en plan súper abuela royal, no va a ser ni mucho menos la última. Si no, al tiempo.

Caroline Louise Marguerite Grimaldi, princesa de Hannover en virtud de un divorcio que nunca llega y de Mónaco desde que nació, ha sido de todo de cara a la galería a sus 66 años: juerguista parisina, novia cuasi adolescente, primera dama a la fuerza, viuda doliente, madre coraje, princesa despechada, amiga traidora y, según la prensa sensacionalista, manipuladora nata de los entresijos de la corte monegasca y azote de Charlène. Todo un currículum que se puede resumir en tres coloridos actos.

La primera etapa de Carolina de Mónaco: la rebelión de la princesa juerguista

En cuanto Carolina abandonó el nido monegasco y llegó a París en los años 70, nació una estrella para los paparazzis y la prensa rosa. Por mucho que se empeñaran su madre y ella misma en intentar vender en los medios de comunicación serios una imagen distinta (llegó a conceder una entrevista en The New York Times desmintiendo que acudiera a «tantas» fiestas) la Carolina juerguista marcó una época.

Tanto es así que cuando décadas más tarde los críticos de Rania de Jordania quisieron ponerle un mote «denigrante» la rebautizaron como «la Carolina jordana» por su afición a alargar las veladas nocturnas hasta más allá de media noche cuando visitaba Europa. De ello fue testigo el mismísimo Presidente del Banco Central Europeo cuando no pudo seguirle el ritmo a Rania en la Reunión del Foro Económico Mundial de 2008.

Carolina de Mónaco llegó a París, supuestamente para estudiar (aunque confesaría más tarde que su propia madre le dijo que le pusiera menos empeño que a casarse con el príncipe Carlos). La triste realidad es que la única imagen que ha perdurado de aquella etapa universitaria no son sus buenas notas, sino sus escotes vertiginosos en las discotecas parisinas y aquel topless en un barco junto a Philippe Junot que tanto escandalizó a su madre y le hizo a Carolina contestarle «mamá, que esto no es Hollywood».

El interés por Carolina llegó a su culmen cuando, precisamente, se casó de forma precipitada con Philippe Junot, y se divorció aún más prematuramente de él. Tras el divorcio, su apariencia de estar siempre de vacaciones y sus amores furtivos marcaron el ritmo de los titulares durante buena parte de finales de los 70 y los primeros 80.

Ni la boda y estabilidad que logró al lado de Stefano Casiraghi consiguieron acabar con su aura de fiesta eterna, simplemente se cambiaron las incursiones a discotecas de Nueva York y París por las veladas privadas a bordo del Pacha y los veraneos eternos en playas exclusivas y remotas. No olvidemos que el mismo año que murió Casiraghi, Carolina le había organizado una fiesta de cumpleaños sorpresa en Marruecos con 30 amigos.

Con tanta capacidad para pasarlo bien, Carolina de Mónaco se convirtió en un filón para la prensa rosa. Roger Théron, el director de redacción de Paris Match en aquella época lo explica: «Era la protagonista. En 1983, su mejor año, ocupó 10 veces las portada del Paris Match. Cuando publicamos su romance con el tenista argentino Guillermo Vilas batimos todos los récords de ventas».

Quién tomó buena nota de esta etapa juerguista, además de la prensa de media Europa, fue la pequeña del clan Grimaldi, la princesa Estefanía , que aprendió todos los trucos para zafarse de sus guardaespaldas y largarse de fiesta de su hermana mayor. Como la propia Estefanía declaró en la prensa cuando Carolina preparaba su primera boda con el playboy francés: «Carolina es mi ídolo».

Comentan en la biografía 'Estefanía; la princesa maldita', que Carolina le dio un consejo a su hermana pequeña que se convirtió en un lema para ella hasta la muerte de sus padres: «Es preferible que mamá y papá se enteren de lo que hacemos a través de las revistas. Eso nos da tiempo para organizar nuestra defensa». Lo siguió a rajatabla

La segunda etapa de la vida de Carolina de Mónaco: la viuda doliente

La muerte fue la responsable de aniquilar los últimos rescoldos de la etapa festiva en la vida de Carolina. El fallecimiento primero de su madre y después de Stefano Casiraghi la convirtieron en otra versión pública de sí misma.

Tras la muerte de su madre se convirtió, sin pretenderlo, en uno de los apoyos centrales de la familia. Pero la devastación absoluta la vivió cuando desapareció Stefano Casiraghi de su vida de forma prematura y abrupta, una muerte tan sorpresiva que la noticia la pilló de compras en París. Convertirse en viuda y madre soltera de tres niños pequeños ante las cámaras y con apenas 30 años hizo que Carolina huyera de los focos y se refugiara en un pueblito francés. De poco le sirvió.

Cuenta Pilar Eyre en su canal de Youtube que en aquella época se encontró a Carolina de Mónaco. La princesa salía de la iglesia de la localidad francesa de la Provenza en cuyas afueras tenía una propiedad donde se escondía con sus hijos. Como si todo estuviera acordado de antemano, caminó despacio para que los paparazzis, reunidos en un grupo perfectamente coreografiado, la siguieran hasta su coche y le tomaran fotos.

Alberto y Charlène junto a Carolina de Mónaco. / getty

Era un acuerdo no escrito en el que la princesa visitaba el pueblo para ser fotografiada semana tras semana a cambio de que la dejaran en paz el resto del tiempo. Pilar Eyre describe su triste mirada como la de un «animal acorralado». Pero tras algunos amores furtivos, una estancia en la Provenza y algún baile de la rosa, comenzó la tercera faceta de la vida de Carolina y la más jugosa: la de reina de la manipulación.

Carolina de Mónaco y su estatus de la «mala» de la película

Todo comenzó con una traición a una amiga íntima: Carolina de Mónaco se casó con Ernesto de Hannover , del que estaba embarazada en 1999 de forma muy discreta. Lo que no fue tan discreto fue el modo en el que se descubrió su idilio: Ernesto era entonces el marido de su amiga íntima, Chantal Hochuli, y la prensa rosa pilló a Carolina y el príncipe alemán en un exótico resort de lujo.

La princesa doliente de Europa ascendió en la jerarquía royal gracias a aquella boda que le costó una amistad y su larga melena y, de paso, se ganó una fama de manipuladora en las sombras que el sector más sensacionalista de la prensa se ha encargado de alimentar con detalles a partir de ese momento. Desde por qué no se divorcia de Ernesto de Hannover (¿por ambición? ¿porque no le da la gana?) hasta cuál es su relación con el poder en Mónaco, la narrativa en torno a Carolina de Mónaco varió tras su boda con el de Hannover para convertirse en una glamourosa villana de película.

Carolina fumando y comprando souvenirs en la playa con su hija Alexandra mientras Ernesto de Hannover está ingresado en la UCI; Carolina de Mónaco llevando a la prensa rosa ante el Tribunal Europeo de Derechos Humanos Estrasburgo; Carolina orquestando su no divorcio de Hannover para favorecer a los hijos de su ex amiga a la hora de la herencia… Todo vale para confirmar su papel de villana.

La narrativa de una Carolina de Mónaco a imagen y semejanza de Cersei Lannister llegó a su culmen con la desaparición de Charlène del principado por culpa de la enfermedad. Fueron meses y meses de páginas de revistas, titulares y webs hablando de complots palaciegos jamás confirmados (y por supuesto, nunca desmentidos) que señalaban a Carolina como el centro de todas las intrigas. Hasta Jaime Peñafiel dio por bueno que Carolina y Charlène no tienen química ninguna desde que la sudafricana intentó huir de su propia boda con el príncipe Alberto. Otra leyenda urbana que jamás se podrá eliminar del inconsciente colectivo.

La desaparición de los focos de Carolina de Mónaco tras el retorno de Charlène fue usado por los fans de la imagen de la princesa monegasca como «la mala» como la confirmación definitiva de que, efectivamente, había intentado quitarle su lugar a Charlène en el principado y ahora ésta le pagaba con la misma moneda.

En realidad, y por mucho que les duela a los nostálgicos de las intrigas palaciegas, la mayor de los Grimaldi lleva ya bastante tiempo trabajando su siguiente rol público: el de abuela royal estilosa de Europa, que aconseja a su hijos que no lean ni lo bueno ni lo malo que se publique de ellos y deja que le hagan fotos en una protectora de animales en agradecimiento por haber rescatado a su perro perdido. ¿Vuelve la Carolina más amable? La saga, continuará.

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