Stefano Casiraghi y Carolina de Mónaco en la imagen con la que anunciaron su compromiso oficial el 19 de diciembre de 1983. /
Tal día como hoy, pero en 1983, la princesa Carolina de Mónaco contrajo matrimonio civil con su segundo marido, el empresario italiano Stefano Casiraghi . Con su flequillo repeinado y sus ojazos azules, el joven Stefano parecía más príncipe que el propio hijo del príncipe Rainiero, Alberto de Mónaco . Pero esta boda discretísima y solapada por la Navidad acabó, como todos sabemos, en tragedia.
No es que la pareja no estuviera gafada desde el principio de su relación, que lo estaba. El mismo día en el que se anunció en los medios su discreto enlace civil, los artículos de los periódicos destacaban que la ceremonia había sido tan poco religiosa y hermética porque la primogénita de Grace Kelly y Rainiero seguía pendiente de que el Vaticano anulara su primer matrimonio de ella, ese que protagonizó junto al veterano playboy francés, Philippe Junot. La nulidad no llegó hasta después de la muerte de Casiraghi.
¿Pero cómo fue la boda trágica de los Grimaldi? Pues para comenzar, confusa y casi de tapadillo. Por ejemplo, las calles no se engalanaron para la ocasión (de hecho estaban llenas de adornos navideños). Hasta la baja presencia de medidas de seguridad extrañó a los paparazzis.
Para ser la boda de una reina de las portadas de la prensa rosa, como ya era entonces Carolina de Mónaco, el ambiente fue de lo más calmado, aunque algunas mentes malpensantes aseguraron en los medios que era más por prisa que por modestia.
El compromiso entre Stefano Casiraghi y Carolina de Mónaco se anunció el 19 de diciembre por sorpresa, apenas diez días antes de reunir a los 25 testigos que acudieron a la sala de espejos del palacio monegasco donde la pareja se unió en matrimonio.
La pareja llevaba junta poco tiempo, pero ya habían retratado sus arrumacos en las principales cabeceras de la prensa rosa del mundo. Stefano y Carolina de caza en Francia, Stefano y Carolina en un restaurante parisino, en definitiva, Carolina de Mónaco y su «nueva ilusión» haciendo las cosas que hacen las princesas monegascas.
Seis meses después de que se hicieran públicas aquellas imágenes llegaron las de su boda civil, la única posible en virtud de que Carolina de Mónaco seguía (mal)casada por la iglesia con Philippe Junot, ese que en su misma luna de miel le demostró que no tenía madera de «marido para toda la vida».
Stefano Casiraghi y su mujer, Carolina de Mónaco, en los desfiles de alata costura de París. /
Al menos en esta ocasión Carolina tenía la sartén por el mango en lo que a la diferencia de edad se refiere: ahora era ella quien le llevaba unos años de ventaja a su nueva pareja, concretamente tres.
La ceremonia del enlace duró apenas 45 minutos y el convite posterior agasajó a 60 invitados escogidos entre un selecto grupo de autoridades monegascas y familiares directos de la pareja. El número de curiosos que se acercaron a cotillear a la nueva pareja cuando se asomó al balcón palaciego también fue escaso, nada que ver con el primer enlace de Carolina. Lo que sí tenían en común tanto el primero como el segundo es que ninguno de los dos contaba con el ok de Rainiero III.
Contrariamente a lo que publicaban los medios y contrariamente al hecho de que dio su bendición a la unión entre Stefano Casiraghi y su hija Carolina, al príncipe Rainiero III no le hacía demasiada gracia la nueva elección amorosa de su hija y el motivo era puramente económico.
Hasta el matrimonio de Carolina de Mónaco con Stefano Casiraghi el «pastel» de los beneficios que genera el principado más rico del mundo se repartían entre apenas tres familias que hacçian malabares para equilibrar sus poderes y no entrar en «guerra» entre ellas: los Pastor , los Marsan y, por supuesto, los Grimaldi. Stefano Casiraghi llegó dispuesto a romper ese equilibrio.
El príncipe Rainiero III siempre vio en la inclusión del ambicioso empresario italiano un riesgo, desde el principio le quedó claro que Stefano Casiraghi se iba a resistir al papel de príncipe consorte y que su objetivo era hacer negocios en el principado. Así sucedió.
Vídeo. La maldición que persigue a los Grimaldi
Hijo de un rico empresario industrial de Turín, Stefano Casiraghi estaba decidido a poseer una fortuna generada con sus propias ideas (y los contactos de su nueva mujer). Gracias a las relaciones de Carolina de Mónaco con las casas de alta costura parisina Casiraghi fue el primero que consiguió la licencia para distribuir en exclusiva a Christian Dior en Montecarlo y la Costa Azul. Después llegarían Ford, Porsche, Mercedes Benz y, su proyecto favorito, las lanchas y yates del italiano Tulio Abbate.
El negocio era perfecto: cada lancha costaba, como mínimo, medio millón de euros. Él formaba parte de las competiciones y Carolina de Mónaco desde la tribuna, hacía la publicidad gratis asegurando que los paparazzis estuvieran siempre presentes competición tras competición.
Tras casi monopolizar el mercado automovilístico en cuatro años, Stefano Casiraghi asaltó otro negocio en La Roca: el inmobiliario. Con ambas iniciativas consiguió lo que parecía imposible, que los representantes de las familias Marsan y Pastor acudieran ante Rainiero III a quejarse de la forma de hacer negocios Casiraghi, un yerno que antes de morir trágicamente se convirtió en un dolor de cabeza más para el príncipe de Mónaco.