No han sido felices los últimos tiempos de los Grimaldi, esa familia que parece haber hecho un arte de la categoría familia desestructurada. Ninguno de los matrimonios habidos en la familia más importante del Principado de Mónaco ha salido bien, incluido el de Charlène y Alberto, aquejado de múltiples dolencias que incluyen hijos ilegítimos, ausencias inexplicables y separación efectiva de los cónyuges. Y, sin embargo, parece que asoma la felicidad.
Nadie podía ser demasiado optimista al respecto del matrimonio entre el príncipe Alberto, único hijo varón de Rainiero y Grace, y Charlène Wittstock, la nadadora olímpica sudafricana que conquistó al ya maduro jefe de estado monegasco en 2006. De hecho, desde su vuelta a la vida pública el pasado junio, todos los gestos de afecto entre ambos habían sucedido por intermediación de sus hijos, los mellizos Jacques y Gabriella, de siete años.
Pese a la proliferación de fotografías en los que han posado como una familia feliz, la distancia entre la princesa Charlène y su esposo era obvia. Seguramente porque la pareja había pasado a ese estadio funcional en el que hombre y mujer desaparecen para dejar paso a los padres, unidos más por el amor a su progenie que por el mutuo deseo de estar juntos.
Pero algo debe haber cambiado entre Charlène y Alberto, quizá una mejoría de la salud de la princesa, aquejada desde hace más de un año de una latosa infección de nariz, oídos y garganta que la tuvo casi diez meses alejada de Mónaco. O quizá un despliegue de los encantos principescos de Alberto, acaso decidido a mantener vivo el único matrimonio Grimaldi que queda en pie.
Lo cierto es que las últimas fotos de la pareja muestran una inesperada corriente de afecto entre ambos, expresada en unos besos absolutamente asombrosos (por lo escasos) y un entrelazarse de sus manos igualmente sorprendente. Hacía mucho tiempo que Charlène y Alberto no se dedicaban estas muestras de cariño en público, como ratificación del buen entendimiento y compromiso de ambos.
Sucedió en el acto en el que colocaron la primera piedra de un refugio para animales impulsado por la Sociedad para la Protección de los Animales de Mónaco, cuya presidencia corresponderá a la princesa Charlène. Recordemos que la ex olímpica está muy involucrada en la protección animal en su país natal, donde lidera una fundación dedicada al rescate de los rinocerontes.
Sin duda, esta nueva ocupación relacionada con la causa que más conmueve a la princesa Charlène ha motivado su ostensible felicidad. Además, permite dar continuidad a la relación de los Grimaldi con una organización cuya presidencia ostentaba la princesa Antoniette, hermana mayor del príncipe Rainiero, y más tarde su hija, Elizabeth-Ann de Massy.
Si se confirmara y, sobre todo, si perdurara esta renovada buena relación, en el Principado de Mónaco podrían celebrar que por fin se ha roto la legendaria maldición de los herederos al trono de los Grimaldi, condenados por una gitana a vivir matrimonios infelices o trágicamente interrumpidos. Ese fue, desde luego, el destino de las relaciones de Carolina y Estefanía, dos princesas tristes.
As que fueron favoritas de la opinión pública europea a finales del siglo XX se convirtieron en este principio del siglo XXI en el epítome de la infelicidad. Carolina no pudo rehacer su vida tras el trágico fallecimiento de Stefano Casiraghi, su segundo esposo y padre de sus tres hijos mayores. Tampoco su tercer matrimonio con Ernesto de Hannover tuvo un final feliz, aunque sí naciera su hija menor, la princesa Alexandra.
Estefanía, la hija menor de Rainiero y Grace, tampoco ha tenido una vida feliz y, de hecho, hace años que parece haber abandonado la idea de rehacer su vida sentimental. Hace mucho tiempo que no confirma ninguna relación amorosa ni la vamos acompañada por ningún 'amigo especial'. Sus tres hijos de dos relaciones distintas e incontables novios que no llegaron a ninguna parte demuestran que ninguno de los Grimaldi ha tenido fácil la felicidad.
Lo cierto es que la pareja formada por Alberto y Charlène merece funcionar como un reloj tras todo el sufrimiento experimentado en estos meses, y tendremos la ocasión de comprobar si puede ser así en el funeral de la reina Isabel II, al que seguro acudirán en representación de la casa Grimaldi del Principado de Mónaco. Está por ver si también acudirá Carolina de Mónaco, aún casada con Ernesto de Hannover. ¿Acudirá el polémico príncipe alemán al funeral por la Reina o lo hará su hijo mayor, Ernesto Jr.?
20 de enero-18 de febrero
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