ENTREVISTA
ENTREVISTA
El barón de Massy es un hombre cordial, cercano y, sobre todo, muy valiente a la hora de abordar las cuestiones que rodean a su vida personal. Hijo de Antoinette, controvertida hermana de Rainiero de Mónaco, mantenemos una conversación en videoconferencia desde su ático en Montecarlo. Su vida es tan amplia en experiencias que el mayor reto que nos plantea es sintetizar sus apasionantes vivencias.
Figura clave en el Principado, Christian de Massy tiene muy claro cuáles fueron las etapas mejores en Montecarlo: «Mónaco tuvo muchas épocas. Estuvo la de los americanos e ingleses, pero para mí la mejor fue cuando, por desgracia, las Brigadas Rojas, los terroristas que mataron a Aldo Moro, obligaron a mucha gente a salir huyendo de Italia. Se vinieron a Mónaco personas del más alto nivel. Eran gente con mucha clase, elegantes y se sabían divertir. Todavía estaba la princesa Grace en un momento excelente, Carolina salía cada día en la prensa…».
La época dorada de Montecarlo coincidió con la juventud de Christian de Massy, que exprimió al máximo: «En Mónaco había muchos hijos únicos hasta la generación de mi madre, que fueron dos: Rainiero y ella. Fueron cinco o seis generaciones así. Hoy en la familia somos unos 50.000. Somos muchos -dice, con sentido del humor-. Están la familia de Charlene, la de Estefanía, la de Carolina… Cuando con 19 años llegaba a la discoteca Jimmy'z (una emblemática discoteca que abrió sus puertas en los años 70), me llevaban a la mesa de Palacio. Ahora tienen que hacer una cola inmensa».
De esa época data su amistad con Philippe Junot, primer marido de Carolina de Mónaco: «Es una medalla que tiene su revés. Grace y Rainiero lo odiaban, pobrecito. Cuando se divorció de Carolina seguí siendo su amigo, no me parecía bien hacer lo contrario. Lo conocí antes que ella. Era muy divertido en la vida de noche. Después lo perdí de vista cuando se fue a Marbella».
A propósito del segundo marido de Carolina de Mónaco, Stefano Casiraghi, fallecido en un accidente de off-shore en la bahía de Montecarlo el 3 de octubre de 1990, el barón de Massy nos dice: «Stefano no dio ningún escándalo: hizo sus negocios, formó su familia y era un hombre muy correcto».
No conseguimos, por el contrario, que se pronuncie sobre la primera dama monegasca, Charlène de Mónaco, mujer de su sobrino, Alberto de Mónaco. Ignoramos sus motivos y que cada cual saque sus conclusiones…: «De Charlène no tengo nada que decir», afirma y nos recuerda que él estuvo viviendo un año en Rodesia (actual Zimbabwe), el país natal de la princesa monegasca, que emigró años más tarde con su familia a Sudáfrica.
Christian de Massy, en uno de sus múltiples viajes con los que ha recorrido el mundo. /
No hay que perder de vista que Christian de Massy se ha pasado media vida viajando, por lo que no ha tenido demasiado tiempo de compartir vivencias con sus primos maternos y sus respectivos hijos: «No nos hemos alejado por nada, pero nuestras vidas son muy diferentes. Estefanía estuvo mucho tiempo en París y Los Ángeles, cuando Carolina se quedó viuda se fue a la Provenza… Yo he estado viajando mucho con mi moto. Más de la mitad de mi vida la he vivido en el extranjero. Cuando yo salía aquí con 19 años, la gente tenía más de 40 años porque no había gente joven con dinero. La mayor parte de mis amigos han muerto ya».
Una época complicada en términos de logística y a nivel humano fue la pandemia del covid, que le pilló separado físicamente de su hijo Antoine, a quien adora. Christian de Massy se encontraba en Colombia y su hijo en Estados Unidos: «En febrero de 2020 empezó el covid y estaba intentando comprar una isla en Colombia. Un trato que finalmente no pude cerrar porque no era colombiano y la ley no me lo permitía. Mi hijo Antoine tuvo cuatro veces neumonía y le ofrecí que se viniera a la isla a Colombia. Ser extranjero en Estados Unidos en una pandemia no es recomendable para nadie. Cuando se decidió a venir, el presidente cerró las fronteras. Se fue a Montecarlo».
«El confinamiento en la isla con mi perrito fue un sueño. Era un lugar encantador. Después murió mi hermana Elizabeth Ann, de quien no era su mayor fan. Alberto de Mónaco me dijo que tenía que volver para el funeral. Me sugirió que cogiera un vuelo en México, que no estaba cerrado, pero no se podía llegar allí. Así que me mandó su jet privado. Volví con el perro a Montecarlo. No tenía ya el visado diplomático ni motivos para volver a América. Mi hijo se vino conmigo a mi piso. Lo reformé totalmente y estoy encantado. Ahora cojo mi moto, me hago mis viajes, me peleo con todo el mundo, me vuelvo a marchar y así estoy», concluye, divertido. «Ahora es la primera vez que no vivo con Antoine y le echo de menos», nos confiesa.
Son muchos los recuerdos de Christian de Massy que se agolpan en nuestra conversación: cuando fundó en Hungría una empresa de televenta que vendió a los seis meses o cuando se estableció en Nueva York en 1979 para abrir una oficina de representación de La Société des bains de mer, que aglutina los hoteles de lujo, como el Hotel París, el tenis club, el casino, y los grandes restaurantes del Principado.
Christian de Massy, con su esposa, Michelle von Lütken, en Nueva York, en 1981. /
Fue una época de éxito profesional que coincidió con su segundo matrimonio con Anne Michelle Lütken, una modelo que murió a los 41 años después de llevar una vida no del todo saludable. «Durante un año, la relación fue muy bien, pero luego terminó como terminó. El trabajo me fue fenomenal, el problema era que ella no trabajaba, no hacía nada y vivía para salir por la noche conmigo. Yo estaba muy centrado en mi trabajo y necesitaba un mínimo de sueño. En ese momento me di cuenta de que iba abocado al desastre con ella. Debía salvarme a mí mismo y nos separamos».
Otra de sus grandes experiencias vino de la mano de su primo, Alberto de Mónaco: «Me ofreció poner una embajada en Sudamérica, en Buenos Aires. A mí los argentinos me encantan porque son los ingleses sudamericanos, pero no son aprobados por todos los latinoamericanos. Pensaron en Sao Paulo, pero es el único país latinoamericano que no habla español. Me parecía interesante Panamá, porque tenía una economía parecida a Mónaco, es un poco el país suizo de allí. Finalmente optamos por Miami, porque se daban las circunstancias idóneas. Me hicieron agregado económico en la embajada de Washington y era el encargado de las relaciones con todos los países latinoamericanos y del Caribe».
Colombia es uno de sus países de referencia y es allí donde quiere ser enterrado cuando fallezca: «Recientemente hablé con un amigo mío en Colombia, porque estoy buscando mi sepultura frente al mar. Es muy difícil. En mi familia tenemos un castillo en las afueras de París. Mi abuela, que era muy particular, tenía un cementerio para los perros fuera del coso. Y pidió que la enterraran allí. En Francia me dicen que es muy complicado ser enterrado, así que estoy encantado de que vaya a ser en Colombia. Adoro a los colombianos, siempre están sonriendo, nunca he visto a nadie de mal humor. Voy a volver en febrero para buscar mi tumba».