A primera vista pudiera parecer que Iñaki Urdangarin y Jaime de Marichalar tenían suficientes cosas en común como para que hubiera feeling entre ellos: ambos provenían de familias numerosas, habían tenido éxito en sus respectivas carreras y habían entrado por la puerta grande en la familia real con una boda de postín con una infanta (y con el rey Juan Carlos en contra).
Pero la realidad es que la relación entre los dos cuñados, salvo los posados oficiales a los que la agenda de la familia real les obligaba, era prácticamente inexistente e incluso estaba marcada por un cierto resquemor.
Durante un tiempo la sospecha de que Jaime de Marichalar había emparentado con la familia real por puro afán de notoriedad enturbió su imagen pública. Además, desde el anuncio de compromiso hubo pequeños detalles que hacían augurar un futuro incierto a la nueva pareja.
Por ejemplo, que la protagonista del primer casamiento royal en España desde Alfonso XIII declarara que su prometido era su prometido porque «no paró» hasta convencerla no sonaba especialmente romántico.
Años más tarde la periodista Carmen Enríquez confirmó en su libro sobre la reina Sofía cómo a la madre de la infanta Elena su esposo no le acabó de convencer jamás. «Siempre creyó que le movieron otros intereses. A lo que hay que añadir que no le gustaba el trato con su hija durante el tiempo que estuvieron unidos en matrimonio», escribió la periodista.
Tras la boda sevillana llegaron los tres años de mayor popularidad de Marichalar, un tiempo en los que se volcó en convertir a su mujer en la más elegante de España y en los que se centró en conocer a todos los que hay que conocer para ser alguien en la alta sociedad española.
Su «reinado» social acabó demasiado pronto y de forma repentina: en cuanto apareció en el horizonte de la prensa rosa el alto, guapo y deportivo Iñaki Urdangarin.
El marido desde 1997 de la infanta Cristina parecía tener todo lo que le faltaba a Marichalar: naturalidad, una mujer enamorada con la que trabajar codo con codo (no como la rebelde infanta Elena que prefería el campo a las fiestas y los caballos a los desfiles de París) y el apoyo incondicional de la reina Sofía.
Para la madre de las infantas Iñaki Urdangarin era perfecto en todo; « bueno, bueno, buenísimo, de un gran fondo moral», llegó a decir de él en público. De hecho, Urdangarin ha sido la única persona que ha compartido el palco del teatro Campoamor con la emérita durante la celebración de los Premios Príncipe de Asturias (ocurrió en 2004 y dejó a todo el mundo boquiabierto).
Estando así las cosas, tras un breve chispazo inicial de gloria mediática en virtud de su labor de Pigmalión con la infanta Elena, Jaime de Marichalar tuvo que tragar con ser el miembro de la familia real menos valorado. Él mismo se quejaba de que se prefería a los duques de Palma en los photocalls.
A los que observaban las dinámicas familiares de los Borbones en aquel momento no se les escapaba que Iñaki Urdangarin gozaba del favor de todos y poseía una cierta aureola de «chico bueno», mientras Jaime de Marichalar y Sáenz de Tejada parecía a su lado un alambicado aristócrata que arrastraba a su mujer a lugares como los Hamptons.
«Unos caen mejor que otros. Los hay más independientes, más despegados. Otros, más pelotas, más arrimaos. Iñaki Urdangarin y Jaime Marichalar son un elocuente ejemplo. El primero, más serio, más frío, ambicioso y calculador, procura no parecerse en nada al concuñado, Jaime Marichalar, más artista, más frívolo, más fashion y protagonista del mundo rosa por excelencia, y que, además, ha hecho muchas tonterías», escribía Jaime Peñafiel en El Mundo.
En 2007 llegó el comunicado que supuso el fin de la relación entre la infanta Elena y Jaime de Marichalar (aunque el divorcio se firmaría en 2010). Con la separación vino el ostracismo social que tanto fastidiaba a Jaime de Marichalar.
Su matrimonio, sus privilegios (como el famoso 40% de descuento en las exclusivas tiendas del barrio de Salamanca), la Grandeza de España, el ducado y hasta su figura en el Museo de cera desaparecieron para siempre.
Pero como quien ríe el último ríe mejor llegó el caso Nóos y las tornas cambiaron dramáticamente: si alguna vez Marichalar estuvo celoso, había llegado el momento de dejar atrás la envidia contra su cuñado. El vapuleo mediático de Iñaki Urdangarin, el yerno que todo parecía hacerlo bien, comenzó en 2010. Estamos en 2023 y está lejos de acabar.
En 2017 El País publicó un artículo sobre Marichalar titulado «De duque de Lugo al duque del lujo». Apenas un año después, en 2018 (año en el que Iñaki Urdangarin ingresó en prisión) ya nadie hablaba en los medios del ex de la infanta Elena, ni para bien ni para mal. Solo que seguramente esta vez no le importó ser eclipsado.
20 de enero-18 de febrero
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