Fue uno de los primeros conflictos familiares con los que la reina Sofía tuvo que enfrentarse: «el cese temporal de la convivencia» de la infanta Elena. Aquella manera de llamar a la separación matrimonial parece que fue, en realidad, una manera de dar tiempo a Jaime de Marichalar para que cambiara su forma de vida, muy distinta de la de la infanta y de lo que se puede esperar de un esposo convencional.
El disgusto de doña Elena con su marido había ido en aumento en los últimos años. Día tras día, Marichalar solía llegar al domicilio conyugal a la misma hora en la que se levantaba la Infanta para llevar a sus hijos al jardín de infancia. Llevaba una intensa vida social y trasnochaba constantemente, mientras doña Elena prefería llevar una vida tranquila y acostarse temprano y levantarse a montar a caballo. El divorcio entre ambos llegó después de más de dos años separados y fue de mutuo acuerdo.
Jaime de Marichalar fue el primer miembro de la familia real en llegar por matrimonio. Su aceptación fue aparentemente muy cordial. Sus maneras ceremoniosas y su estilo clásico parecían encajar a la perfección en un yerno de los reyes. Sin embargo, al poco tiempo de anunciarse el compromiso, empezaron a surgir las diferencias .
Doña Sofía, sobre todo, nunca estuvo convencida de aquel matrimonio, según explicaba hace unos años en su libro «Sofía: nuestra reina», la periodista Carmen Enríquez. Pensaba que no era una unión por amor, sino guiada por otros intereses , quizá la relevancia social que conllevaba ser miembro de la familia real.
Además, nunca le gustó la manera en la que Jaime de Marichalar se comportó con la Infanta durante sus años de matrimonio y la mala convivencia ocasionada por sus distintos modos de vida.
El compromiso entre Elena de Borbón y Jaime de Marichalar se anunció el 24 de noviembre de 1994 y llegó tras una relación que pocos conocían. Se les habían hecho unas fotos en París y en algún concurso hípico, pero nadie pensó que su relación fuera tan seria. La boda sería en Sevilla, en primavera.
Doña Elena pronunció una frase emblemática, que dio que pensar, en las escalinatas del palacio de la Zarzuela ante los periodistas: «No ha parado hasta convencerme». En aquella época, la infanta vivía en París y hacía poco que había roto con el jinete Luis Astolfi.
Marichalar trabajaba en la capital francesa en un banco. Pertenecía a una aristocrática familia soriana: era el cuarto de los seis hijos del VIII conde de Ripalda, Amalio de Marichalar y Bruguera. Astolfi había roto con la infanta porque se sentía incapaz de adaptarse a su vida y a la presión de los medios. Marichalar, sin embargo, estuvo dispuesto, desde el primer momento, a hacer todo lo posible para formar parte de la familia real.
Al principio, doña Sofía se mostró convencida por el joven aristócrata. Le gustaban sus modales, su educación y su saber estar. Al contrario que Don Juan Carlos, a quien no le gustaron sus actitudes ceremoniosas. A pesar de todo, aceptaron a Jaime. Y doña Elena fue la primera de sus hermanos en casarse.
La suya fue la primera boda real en casi un siglo en España. Se fueron de luna de miel a Australia. Y vivieron unos primeros años de matrimonio apacibles. Sin embargo, durante el noviazgo, hubo dos cuestiones que no gustaron a los reyes. La primera, la adición del «de» a su apellido, de forma que sonara más aristocrático. Y la segunda el hecho de añadir a su curriculum oficial que era economista, cuando no se había licenciado.
Marichalar trabajaba en banca, pero era, en realidad, un apasionado de la moda y su influencia convirtió, en poco tiempo, a doña Elena en una de las mujeres mejor vestidas de España. Doña Sofía siempre se mostró conforme, al menos en público, con su Marichalar, que hacía gala de un protocolo muy clásico, como el de besarle la mano.
Llegaron los hijos, Felipe y Victoria, y a partir de entonces empezaron a aparecer las diferencias entre ambos. La más importante, la afición a trasnochar de don Jaime. Cuando sufrió el ictus, doña Elena ya estaba dando vueltas a la idea de separarse, pero decidió permanecer junto a su marido por lealtad y respeto.
Ambos intentaron salvar su matrimonio, pero fue en vano. El anunció del cese temporal de la convivencia se anunció el 13 de noviembre de 2007, tras una larga negociación de la infanta con sus padres. Doña Sofía no quería ni oír hablar de divorcio . Para ella, el matrimonio era para toda la vida. Ella misma continuaba al lado de su esposo a pesar de las infidelidades, que conocía perfectamente. Y le preocupaban especialmente sus nietos.
La reina emérita, sin embargo, sintió una gran preocupación por la enfermedad de su yerno y multiplicó las muestras de cariño hacia él. El divorcio , sin embargo, llegó en el 15 de diciembre de 2009. Al principio, la infanta y Marichalar se comunicaban por personas interpuestas.
Ambos retomaron sus vidas. Doña Elena, la hípica y su relación con sus amigos de toda la vida, entre ellos Rita Allendesalazar, que fue su gran apoyo. Su vida era sencilla. Jaime de Marichalar ha sido, sobre todo, discreto. Se deja ver en los toros, en la ópera, en vacaciones en Ibiza y en los desfiles de moda en París, con su hija Victoria, y conserva su puesto en varios consejos de administración a los que accedió durante su vida como miembro de la familia real. Es además asesor de LVMH, el conglomerado de marcas de lujo que preside su amigo Bernard Arnault.
Durante los primeros años, sin embargo, las relaciones entre el exmatrimonio fueron tensas y llegaron a chocar incluso en la forma de educar a sus hijos. Doña Sofía y Jaime de Marichalar coincidieron en la boda de los duques de Huéscar, Fernando Fitz-James Stuart y Sofía Palazuelo, y dicen quienes lo presenciaron que su actitud fue fría: un simple apretón de manos.
20 de enero-18 de febrero
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