La infanta Cristina en una imagen reciente. /
Era el primer miembro de la familia real española que cursaba una carrera universitaria. Cristina de Borbón escogió la carrera de Ciencias Políticas, en la Universidad Complutense de Madrid, y estudió rodeada por compañeros de clase media, con los que congenió enseguida. Estudió, además, inglés, francés y griego y un curso de posgrado en Relaciones Internacionales en la New York University.
La infanta, nacida el 13 de junio de 1965, y bautizada como Cristina Federica Victoria Antonia de la Santísima Trinidad, fue, desde el comienzo, una royal distinta, natural y accesible y con un estilo más contemporáneo que su hermana Elena, siempre más tímida y de aspecto más clásico. Doña Cristina ocupa el sexto puesto en la línea de sucesión al trono – un derecho al que se negó a renunciar a pesar de las peticiones de su hermano Felipe y su padre, Juan Carlos – y, a pesar de haber perdido el título de Duquesa de Palma por decisión del rey Felipe, tras su imputación en el Caso Nóos, sigue teniendo el tratamiento de Alteza Real.
Desde 2011 está apartada de cualquier acto oficial de la Corona y no tiene relación con su hermano y su cuñada, la reina Letizia. ¿Es posible que recupere el deterioro de su imagen pública? Quizá la reconciliación con los reyes impulsaría una nueva manera de verla en la opinión pública, una vez divorciada de Iñaki Urdangarín , tras años de ostracismo. Tras el estallido del caso Nóos, las críticas fueron demoledoras. Quizá, a sus 58 años, pueda recuperar la reconciliación que ansía, aunque no parece fácil.
Sin embargo, hubo un tiempo en que encandilaba a los medios de comunicación y a la sociedad española. Era una joven con estilo y con ambición, muy independiente de su familia, pero con un perfil discreto. La joven infanta exhibía naturalidad y sencillez en sus maneras y en su día a día. Su estilo lo reflejaba. Le gustaban los grandes pendientes dorados, las hombreras marcadas (eran los ochenta) y los trajes de chaqueta de diseño casaca. En su tiempo libre, optaba por vaqueros, «loaffers», cazadoras y maxibolsos.
Trabajó un tiempo en la Unesco, en París, antes de iniciar su carrera profesional en la Fundación La Caixa, como coordinadora de Programas del Tercer Mundo. La infanta había escogido residir en Barcelona, casi al tiempo que se iniciaban los Juegos Olímpicos de Barcelona 92, y se interpretó como un gesto de complicidad con la ciudad. Fue también la primera de la familia real en volar por su cuenta y compartir un apartamento con su prima Alexía de Grecia .
La infanta salía a cenar, compraba el pan o paseaba por las calles de Barcelona con total naturalidad y, a menudo, quedaba a cenar con su grupo de amigos, entre los que se encontraban algunos de sus compañeros en el deporte de la vela. Llevaba la vida de cualquier joven de 25 años, con las mismas aficiones y amigos. No transmitía la lejanía de los miembros de la realeza. Fue en esta época en la que se la relacionó con el regatista Fernando León. Y más tarde, con el también regatista José Luis Doreste, con Jesús Rollán, portero del equipo de waterpolo, y, sobre todo, con el corredor Alvaro Bultó, cuya relación duró tres años.
Entonces apareció en su vida el hombre con el que formaría una familia. Era jugador de balonmano y procedía de una familia bien de Vitoria. Parece que fue Cristina quien tomó la iniciativa. Los que la han tratado la definen como obstinada y competitiva y su decisión de contraer matrimonio con Iñaki Urdangarín estuvo clara en su mente desde el principio. Se conocieron en los Juegos Olímpicos de Atlanta de 1996. Llevaron el noviazgo casi en secreto y la ilusión fue grande cuando se hizo público. Se les consideró la pareja ideal. Apenas un año después de los primeros rumores, se casaban en Barcelona, tras anunciar su compromiso el 30 de abril de 1997. A pesar del entusiasmo que exhibían en público, luego se supo que la familia real tenía sus dudas sobre el elegido, especialmente el rey Juan Carlos.
La boda se celebró el 4 de octubre de aquel mismo año en la catedral de Barcelona, donde la pareja estableció su residencia. Cristina llevó un elegante diseño en raso duquesa, con manga francesa y un espectacular escote barco, de Lorenzo Caprile , el modisto de moda entre las jóvenes de la alta sociedad. Cristina había ido al colegio con las hermanas del diseñador, pero parece que se lo recomendó Carla Royo-Villanova, que se había casado cuatro años antes con Kubrat de Bulgaria, muy cercano a la familia real.
Llevaba, además, el velo de encaje de la reina Victoria Eugenia y la tiara floral de los Borbones, que luego ha utilizado doña Letizia en numerosas ocasiones. El vestido fue un gran éxito e influyó en la moda nupcial de los siguientes años. A través de aquella boda, los españoles descubrieron al diseñador y, sobre todo, aquel escote, que luego se ha imitado tanto. Todos los detalles de la boda reafirmaron la imagen moderna y estilosa de la infanta, en contraste con la ceremonia nupcial de su hermana Elena , muy clásica y algo cursi.
Poco después de la boda, Iñaki Urdangarín abandonó su carrera deportiva para dedicarse más a sus deberes como Duque de Palma y padre, tras obtener la medalla de bronce en los Juegos Olímpicos de Sydney. El primer hijo de la infanta y Urdangarín nació el 29 de septiembre de 1999. Lo llamaron Juan Valentín de Todos los Santos .
Luego llegaron (el 6 de diciembre de 2000) Pablo Nicolás , Miguel (el 30 de abril de 2002), e Irene (el 5 de junio de 2005). Todo parecía felicidad. Doña Cristina marcaba estilo como madre de familia numerosa en sus apariciones públicas. Frente a su hermana, doña Elena, que escogía alta costura francesa para las ocasiones señaladas, la infanta Cristina optaba por diseñadores españoles como Jesús del Pozo y, por supuesto, Lorenzo Caprile.
Fue ella quien recomendó a doña Letizia que encargara sus primeros vestidos de gala al modisto, y fue un acierto absoluto. Cristina se había convertido también en la confidente de la futura princesa de Asturias, ya que mantenía una relación muy especial con su hermano, don Felipe. El matrimonio Urdangarín protegía a los novios en sus viajes a Barcelona. Fue el exjugador de balonmano quien compró el anillo de pedida de doña Letizia en la joyería Suárez de Barcelona: una alianza infinita en pavé de diamantes. Pocos imaginaban entonces que doña Letizia acabaría guardándola en un cajón para que nadie pudiera asociarla con los escándalos financieros de su concuñado.
Todo se derrumbó con el estallido del caso Nóos. Doña Cristina fue imputada y su reputación quedó hecha trizas. Los españoles no perdonaban la corrupción. El escándalo fue mayúsculo y rompió en dos a la familia real. Pero si hubo algo que afectó profundamente a su imagen pública fue la línea de defensa que adoptó en el juicio del Caso Nóos: ella no sabía nada, firmaba lo que le decía su marido. Además de a falso, sonó a antiguo. La infanta moderna, la princesa del siglo XXI, se esfumaron en un instante. El divorcio puede que restablezca su reputación, al mostrar a una mujer engañada que siempre apoyó a su esposo. Pero aquella joven ilusionada, que se mezclaba con los barceloneses, no volverá.