No creemos que fuera el objetivo, pero los escasos seis capítulos de «La marquesa» (la docuserie de Tamara Falcó en Netflix), han abierto la posibilidad de contemplar a Isabel Preysler como nunca la hemos visto hasta ahora: ejerciendo de suegra.
Y a juzgar por la tensión que se mascaba en la cena del episodio final entre la madre de Tamara Falcó y su novio, Iñigo Onieva, podemos asegurar que no debe ser fácil contar con el beneplácito de la pareja de Vargas Llosa (aunque afortunadamente para Ana Boyer, Fernando Verdasco sí parece haberlo conseguido).
En 2020 la propia «reina de corazones» tiró balones fuera sobre esta cuestión en un desfile de Pedro del Hierro cuando le preguntaron si se consideraba una buena suegra: « Yo no soy la que debería contestar eso, preguntad a mi dos nueras y a mis dos yernos a ver qué te dicen». Por lo que sea (seguramente por discreción) Iñigo Onieva no le salió a Isabel Preysler en el recuento de yernos de aquel día.
Hasta el momento en el que Iñigo Onieva se pronuncie sobre las miradas de soslayo de su suegra después de confesar ante ella su «pacto» con Tamara para que le acompañe de discotecas (aunque ella prefiera ir a misa), podemos echar un vistazo a la hemeroteca y ver cómo ha tratado Isabel Preysler, en general, a las parejas de sus hijas e hijos.
A pesar de la extrema discreción con la que trata las relaciones amorosas de sus hijos (y sus fracasos), hay tres máximas que se repiten a lo largo de las décadas que hablan bien de su papel como suegra: Isabel Preysler no considera que el paso por el altar sea necesario, le gusta compartir portadas a dúo con sus nueras y, ante todo, aspira a no convertirse en una «suegra pesada».
En ¡Hola! en 2006, y con el idilio de Enrique Iglesias y Anna Kournikova en lo más alto de su popularidad, Isabel Presyler apuntó la que sería la frase tipo de todas las preguntas sobre este tema: «Como madre me encanta que mis hijos sean felices. Siempre respeto las decisiones que tomen. Lo que no quiero ser es una suegra pesada». Pero luego llegó «La marquesa» y nos ha quedado claro que conseguir el visto bueno de Preysler no resulta sencillo.
Podemos asegurar que no fue una suegra pesada con Ricardo Bofill cuando se casó con su hija Chábeli en 1993 casi a traición, o al menos no tomó tanto partido en contra de este novio como Julio Iglesias, que le dijo horas antes de la ceremonia a su hija « Chábeli, tengo el avión a diez minutos de aquí; nos vamos todos y les dejamos con la boda».
El divorcio de aquella pareja llegó a los 13 meses de la boda por incompatibilidad de estilos de vida (ella prefería quedarse en casa, él salir de fiesta). En este punto del camino, el de las rupturas, la mano de Isabel Preysler sí de hace sentir: es una profesional a la hora de organizar bodas a lo grande con portadas incluidas y gestionar divorcios de la forma más discreta que existe.
Del siguiente marido de Chábeli Iglesias, el asesor Christian Altaba, la ex de Julio Iglesias nunca jamás ha dicho nada, ni bueno ni malo, a pesar de que en 2009 corrieron ríos de tinta cuando se descubrió que en 2007 su primogénita denunció a su esposo tras una discusión especialmente subida de tono. Pero si le preguntas a Isabel Preysler sobre Christian la respuesta es clara: habla de sus nietos.
Lo de Fernando Verdasco es mucho más light: a la vista de lo contemplado en Netflix es sin duda el favorito de media familia, con Isabel Preysler a la cabeza. Parece que el tenista se ganó el cielo cuando accedió a mudarse a la casa de su suegra en Puerta del Hierro meses antes de su boda con Ana Boyer.
Con ganas de polémica, Alba Carrillo (en aquel momento pareja de Feliciano López, íntimo de Verdasco) afirmó por aquellas fechas que la Preysler era una auténtica suegra «de hierro»: «No le tiembla el pulso ni para firmar talones ni para tachar invitados en la lista de bodas. Para ser su yerno tienes que cumplir las 3 «engas»: que vENGAS, que convENGAS y, sobre todo, que tENGAS». ¿Cuál de los tres no está cumpliendo Oniega?
20 de enero-18 de febrero
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