Una anécdota de su luna de miel ilustra bastante bien el shock que Jaime de Marichalar sufrió al zambullirse en el paradisíaco planeta de la familia Borbón, tras su boda con la infanta Elena en la catedral de Sevilla, un 18 de marzo de 1995. Marichalar, un soriano más acostumbrado al sacrificio que a la holganza por necesidad familiar e insistencia de su madre, la condesa viuda de Ripalda, tomó rumbo a su luna de miel australiana con su esposa: Sidney, la isla de Heron y, por fin, la recóndita isla del Lagarto.
Allí, mientras Elena buceaba arriba y abajo la Gran Barrera de Coral, él se cuidaba lastimosamente las quemaduras que le había hecho el sol vacacional, tapado con una inolvidable camiseta de Mickey Mouse. Lo vimos en las fotos exclusivas que sacó el paparazzi Antonio Montero: la piel de Jaime de Marichalar estaba, por así decirlo, sin curtir. Toda una metáfora.
Educado con una disciplina castrense por parte de don Amalio Marichalar Bruguera, conde de Ripalda, que levantaba a sus hijos a golpe de silbato a las seis de la mañana, Jaime de Marichalar debió sentirse en Zarzuela y Marivent como pez fuera de la pecera. La austeridad soriana de los Marichalar debió salir por la ventana al entrar en la familia real por la puerta grande de una boda televisada, pero al recién adquirido royal le costó acostumbrarse a los nuevos planes.
Cuentan las crónicas de la época que Jaime de Marichalar se tomó terriblemente en serio todas las cuestiones del protocolo, casi hasta el ridículo punto de que exigía más reverencias que el mismo rey. Pero lo que en Madrid era vida regalada y vigilancia mediática se complicaba bastante en Palma de Mallorca, el paraíso veraniego del Juan Carlos I donde las costumbres se distendían más allá de lo campechano y el deporte era el rey.
En Marivent la etiqueta brillaba por su ausencia y la familia real se comportaba como cualquier otro clan con posibles, pero a pie de calle. Sin recluirse en elitistas espacios privados ni esconderse. Con una naturalidad y un saber estar entre amarres, aparejos y cubiertas absolutamente inalcanzables para el más bien torpón Marichalar. Fuera de los códigos de lo palaciego no se arreglaba.
La anécdota definitiva sobre la incomodidad de Jaime de Marichalar en Marivent sucedió en 1995, durante el primer verano que el recién casado y la infanta Elena pasaron en Palma de Mallorca. En el posado con los Reyes y sus hijos ante la prensa, la foto de familia más importante del estío royal, un detalle llamó la atención de fotógrafos y periodistas: los calcetines de Jaime.
Asombrosamente, el atildado Jaime de Marichalar y debió considerar que no estaría fuera de tono llevar unos mocasines negros con calcetines granate oscuro con su atuendo veraniego, en el posado anual de la familia real. El contraste con el look cien por cien deportivo del resto de los royal, todos sin calcetines, era fuerte.
Se veía claramente que el duque de Lugo se había disfrazado de verano regatista, pero se había olvidado por completo de los pies. Las crónicas de la época calificaron este traspiés de aberración: calcetines oscuros en pleno verano. Claramente, el Jaime de Marichalar de los años 90 no podía aprobar la difícil asignatura de la elegancia veraniega.
Este desajuste entre el atuendo de Jaime de Marichalar y las circunstancias de los veranos junto al mar se repitieron el año pasado, cuando el ex de la infanta Elena por poco cae el agua al subirse a una zodiac que debía llevarle al yate que le aloja cada verano, el de la familia joyera Rabat. De nuevo inexplicablemente, Marichalar saltó a la pequeña barca de goma vestido como si fuera a pasear por el barrio de Salamanca: con americana, pantalón largo y camisa abrochada hasta el cuello.
Sin embargo, el factor que hizo de Palma de Mallorca y los veranos en Marivent incompatibles con Jaime de Marichalar fue cosa de la mala suerte o de su arraigo en el secano castellano. Mientras toda la familia Borbón participaba en las regatas compitiendo o siguiendo los veleros en todo tipo de embarcaciones, Jaime trataba de no vomitar. Se mareaba.
Puede que no exista circunstancia más terrible para un miembro político de la familia Borbón que no soportar el mar: los deportes marítimos y la navegación están en el adn de esta familia marinera. Para tratar de ponerse a la altura, Jaime de Marichalar tuvo que atizarse una biodramina tras otra, hasta que pudo surcar las aguas suavemente, junto a la reina Sofía y los royal no regatistas.