Compañías incómodas
Compañías incómodas
Después de la caída en desgracia del príncipe Andrés de Inglaterra por su amistad con el pedófilo Jeffrey Epstein, encontrado muerto en su celda de Nueva York el 10 de agosto de 2019 y un acuerdo extrajudicial con Virginia Guiffre, con quien al parecer mantuvo relaciones sexuales cuando esta era menor de edad, la reina Isabel II no tuvo más remedio que apartar de sus funciones y del plano público a su hijo, aparentemente, favorito, aunque han sido Guillermo y Kate, quizás algo benevolentes, los primeros en dar pasos para romper el cordón sanitario que le rodea.
La imagen del príncipe Guillermo conduciendo un coche en el que también viajan su mujer, la princesa de Gales, y su tío, Andrés de Inglaterra, en Balmoral, ha dado ya la vuelta al mundo y suscitado todo tipo de comentarios. ¿Es conveniente que se les vincule a los herederos del trono con una persona, por muy familiar que sea, con una reputación tan destrozada? La mayoría de las voces se inclinarían por un no, porque en el Reino Unido no suele haber perdón para los malvados, si se nos permite la expresión. Al menos a corto plazo, porque podemos esgrimir como excepción a Camilla Parker-Bowles, actual reina consorte, quien fue vilipendiada como la mala de la película cuando la sombra de la infortunada Lady Di era muy alargada.
Por el momento, la gran defensora pública del príncipe Andrés de Inglaterra ha sido Sarah Ferguson, su exmujer, con quien ha seguido manteniendo una férrea relación de amistad, pese a estar divorciados, e incluso continúan viviendo juntos en Royal Lodge, pese a que su hermano, ahora Carlos III, hubiera preferido que se trasladara a la más modesta Frogmore Cottage, residencia de los Sussex hasta que estos decidieron poner tierra de por medio y marcharse a Estados Unidos para convertirse en celebrities de la mano de una de sus máximas valedoras, la todopoderosa magnate de la comunicación Oprah Winfrey.
Ahora que parece que la estrella de Meghan y Harry comienza a languidecer en el país donde se sigue creyendo en la falacia de que los sueños si se persiguen se cumplen, parece que Carlos III no solo va a tener trabajo con ellos, en el sentido de cómo acogerlos en su seno, llegado el caso, sino con su hermano menor Andrés, quien se ha convertido en el invitado incómodo a todas las fiestas, bodas, bautizos, comuniones y hasta funerales, como el de su madre, Isabel II.
En cuanto a la foto que nos ocupa debemos destacar que los Windsor asistieron a un servicio religioso en Balmoral. Nada que objetar más allá de que el duque, caído en desgracia, a los 63 años, se dejara ver junto a su sobrino, mientras la esposa de éste, Kate Middleton (de soltera) ocupaba el asiento trasero. Un significativo gesto que han glosado profusamente los tabloides británicos, o lo que es lo mismo, la prensa sensacionalista inglesa, siempre ávida de cualquier detalle al que hincarle el diente. Especialmente después de la guerra judicial que emprendieron los Sussex contra ellos cuyas consecuencias están todavía por dirimirse a medio y largo plazo.
Carlos y Camilla, por su parte, llegaron a la iglesia en un Bentley y allí coincidieron con Lady Susan Hussey, de 84 años, quien fuera dama de honor de la soberana británica, nueve meses después de renunciar a su papel honorífico como ayudante del rey a consecuencia de una controversia racista. El asunto al que hacemos referencia se produjo intramuros en Buckingham en presencia de la reina Camilla, que se había reunido con la activista negra Ngozi Fulani para abordar la violencia de género. Fue tal la insistencia de Susan Hussey al preguntar a la activista si era inglesa, que lo es, que se generó una situación muy incómoda que no pudo quedar sin consecuencias. Un incidente, por cierto, que apuntala las afirmaciones de los Sussex a propósito del racismo en el seno de la Casa Real.
Parece ser que la idea de que el príncipe Andrés acudiera a este servicio religioso, apenas unos días antes de que se cumpla el primer aniversario de la muerte de Isabel II, fue del príncipe Guillermo, conciliador, pero, quizás, a tenor por el resultado, no el mejor de los estrategas. Son muchos los frentes afectivos que tiene abiertos por cierto el príncipe de Gales, el de mayor trascendencia, su maltrecha relación personal con su hermano, el príncipe Harry.
Bien es cierto que el príncipe Harry no es que haya tendido puentes, sino más bien los ha dinamitado. El golpe más duro, en plena línea de flotación, fue la controvertida entrevista que concedieron su mujer y él a Oprah Winfrey en el que dejaron en muy lugar a casi toda la familia. ¿Hasta qué punto se victimizaron y hasta qué punto fueron sinceros? Es un debate que sigue abierto, pero al menos en el Reino Unido parece que la opinión pública está muy en contra de los Sussex, que han rentabilizado su situación personal con contratos millonarios que empiezan a ser paulatinamente más escasos.
¿Se podrá rehabilitar al príncipe Andrés? Parece una gesta aún mayor que la de intentar que Harry sea aceptado de nuevo en el seno familiar. El hecho de que llegara a un acuerdo extrajudicial con Virginia Guiffre supone de manera implícita la aceptación de una culpabilidad que muchos dan por hechos o al menos la dificultad de probar que es inocente sin pagar un enorme coste por ello. Después de la desastrosa entrevista que concedió a la BBC, en la que se subrayó su incapacidad de ponerse en los zapatos ajenos, de mostrar empatía, era un riesgo, sentarle en el banquillo y ser sometido a las preguntas de la acusación y una fiscalía ávida de una pieza de caza mayor.