Los reyes Felipe y Letizia y los príncipes de Gales compartieron carruaje en 2019, con motivo de la investidura del monarca español como caballero de la Orden de la Jarretera. /
Si el mundo permanece asombrado por la riada de contenido viral dedicado a la desaparición de Kate Middleton , imaginemos cómo deben presenciar el desarrollo de los acontecimientos las familias reales europeas. Seguramente los Orange, Glücksburg o Grimaldi podrían apuntar a los príncipes de Gales algunas soluciones efectivas para la diabólica situación en la que se han metido. La cuestión es si Guillermo y Kate querrían escucharlas. No lo parece.
El ejemplo más cercano de gestión de crisis que tenemos a manos es iluminador. Cuando la reina Margarita de Dinamarca conoció el escándalo protagonizado por su hijo Federico, no lo dudó. Contra su voluntad y pensando en la institución, abdicó para aniquilar el efecto de la supuesta relación de heredero con Genoveva Casanova y confirmar a Mary como monarca. Más que cuestión de días, la resolución de la crisis fue cuestión de horas. Es una lección valiosa: ante cualquier tambalear, reacción tajante. Fulminante.
En la crisis que hoy afecta a la monarquía británica, un frente complejo en el que también echan leña al fuego la enfermedad del Carlos III, la avanzada edad de la reina consorte Camilla y la escasez de royals disponibles y en nómina de la monarquía, la actitud de los príncipes de Gales es preocupante. Nadie entiende demasiado bien la gestión de comunicación que informa sobre el estado de salud de Kate Middleton . Su baja parecía indicar una enfermedad grave, pero parece recuperada y feliz en el vídeo filtrado para demostrar eso mismo.
La pregunta sin respuesta que ha provocado el polémico vídeo es la siguiente: si Kate Middleton está en condiciones de ir de compras, ¿por qué no graba un vídeo nítido y claro, en su casa o donde sea, y confirma que todo está bien? ¿Por qué continúan explicándose con fotos de paparazzi e imágenes robadas que solo causan más confusión?
Evidentemente, estamos ante un pulso que los príncipes de Gales han decidido librar contra los medios de comunicación y, por extensión, la ciudadanía. Defienden lo que consideran vida privada: nadie tiene derecho a saber sobre la salud de Kate .
Esta guerra atronadora en forma de millones de tuits, post y clips que le niegan la mayor a los príncipes de Gales no tiene buen fin. De un lado, los futuros monarcas tienen razón al rebelarse contra el acelerado ciclo de noticias que obliga a los medios a demandar cada vez más contenidos. Del otro, llevan las de perder si le niegan a la ciudadanía británica la información que estar requiere para seguir vinculada positivamente a su familia real. Puede que los Windsor crean a Dios el responsable de su privilegio, pero no es así. Si hoy son reyes es por los ciudadanos y por la gracia viral.
La cerrazón de Guillermo y Kate a la hora de llegar a una solución sensata, una que no implique ni cerrazón radical de la familia ni exposición constante, es peligrosísima. La acumulación de ocultamientos, vacíos de información y contradicciones puede motivar una falta de confianza en los Windsor que no puede ayudar a la popularidad del futuro rey.
Está claro que los Gales no quieren verse zarandeados por los caprichos de la viralidad, pero negar que dependen de aparecer puntualmente en los medios de comunicación para legitimarse sería pensamiento mágico.
Guillermo y Kate, en una de las fotos 'casuales' que comparten en su perfil de Instagram. /
Guillermo y Kate pueden verse ciertamente desasistidos en la tarea de reajustar los deberes de los monarcas a los nuevos tiempos. Quizá operar con el libro de estilo heredado de Carlos III, uno que ni siquiera podrá demostrarse caducado debido a la avanzada edad del rey, no ayuda. Quizá el trauma causado por la salvaje invasión de la privacidad de Diana de Gales impide ahora al príncipe de Gales ser benevolente. Podrían, sin embargo, tomar alguna nota de lo ocurrido en España, donde Felipe y Letizia también han tenido que resolver esta cuestión.
Hace más de tres lustros, Letizia luchó su propia guerra para defender su vida familiar del escrutinio y las obligaciones inherentes a su posición. Su estrategia no fue acertada pues, a pesar de ser madre de dos niñas muy pequeñas, el mundo se le echó encima por reclamar conciliación. Le recriminaron no seguir el ejemplo de la reina Sofía, quien siempre ha repetido que «una reina lo es a todas horas y de por vida». Letizia, sin embargo, quería los fines de semana libres. Y algo que se asemejara a un horario de oficina.
Con los años y la experiencia, los reyes Felipe y Letizia han ido acomodando deberes y deseos con las expectativas de la ciudadanía española. Ha sido un proceso gradual y suave, en el que Casa Real ha aligerado la agenda de la monarca cuando lo han considerado adecuado. Sucede, por ejemplo, cuando sus hijas tienen vacaciones. Si Sofía y Leonor están en casa, la reina minimiza sus salidas. Como contrapartida, los reyes comparten fotos, retazos de su vida, con la ciudadanía. Teatralizados a veces, sí. Pero demuestran comprender que el vínculo de una monarquía con los ciudadanos no es puramente institucional, sino fundamentalmente afectivo.
Cuando Felipe y Letizia se dejan fotografiar yendo al cine, en un museo, en un jardín o de visita a alguna fiesta religiosa o del folclore popular, se conectan con quienes desean representar. Muestran cómo viven su mismo mundo, ríen con su misma alegría y tienen sus mismas costumbres, al igual que se duelen con su dolor cuando, después de un incendio, un desastre natural o un accidente, consuelan a los familiares de las víctimas en un funeral. Actuar como embajadores una obra social o de los empresarios de turno es importante, pero lo es más encarnar el sentir general, ser un vehículo de las emociones populares.
Felipe y Letizia, fotografiados a la salida del restaurante en el que la infanta Elena celebró su 60 cumpleaños. /
Guillermo y Kate, acaso temerosos de que los medios de comunicación exploten brutalmente sus vivencias, se protegen del ojo público. Reducen lo que comparten a su agenda oficial y un goteo de fotografías que publican en Instagram, pero la vida privada de los Windsor está fortificada.
La vida de los Borbón no es de dominio público, pero Felipe y Letizia han encontrado una manera más inteligente de proteger su intimidad sin desconectarse de la ciudadanía. No tienen redes, pero se prestan a dejarse ver en situaciones infinitamente más comprensibles para la mayoría.
Los viajes de esquí del rey Felipe con sus amigos o la reina haciendo cola en El Corte Inglés, para que su amiga Sonsoles le firme su novela , son ejemplos de cómo cierta vida privada puede convertirse en pública sin que nadie resulte dañado, al contrario. Hasta hemos visto a Letizia de concierto con sus hijas, en ferias ecológicas o en la Feria del Libro de Madrid , como una lectora más.
Otros momentos más duros, con el fallecimiento de familiares muy cercanos, tampoco se escamotearon a la ciudadanía. Letizia lloraba por su hermana y, al verla rota, muchas otras lloraron por ella, con ella o por las mismas razones que ella.
Que sepamos, la reina Letizia no ha tenido ningún percance importante de salud física o mental. O, si lo tuvo, pudo recuperarse en los márgenes que Casa Real abrió para que no trascendiera. En 2008, sin embargo, la monarca tuvo que interrumpir un postoperatorio y mostrarse públicamente, aunque su nariz recién operada aún no se había recuperado del todo.
Fue una buena decisión resignarse a ver mil veces fotografiada su nariz aún hinchada. Nadie hubiera entendido que, para resguardar su vanidad, no hubiera visitado a los familiares de las víctimas causadas por el accidente de un avión de Spanair en Barajas. ¿Quién querría a una reina así?