Marina Doria, junto a Víctor Manuel de Saboya y el hijo de ambos, Emanuele Filiberto /
Nacida en Suiza y pionera en mil cosas, incluido el look más Donatella Versace de toda la realeza europea, Marina Doria estaba destinada a llamar la atención muy a su pesar desde que su destino plebeyo se cruzó con el príncipe más salvaje que puebla nuestro continente: el hijo del último rey de Italia, Vittorio Emanuele de Saboya .
Hoy, esa mujer de 88 años que ha vendido durante el mes de septiembre lotes del pasado de los Saboya en forma de muebles, cuadros, vajillas y tiaras, se ha convertido en una superviviente de la realeza. Y es que Marina Saboya siempre será recordada como la reina que jamás reinó y a la que nadie quería allí. Quizá por ello ha convertido su habilidad para desaparecer del foco de la polémica en su cualidad más destacada.
Cuando conoció a Vittorio Emanuele de Saboya, le llamó la atención que ambos cumplían años el mismo día, el 12 de febrero. Y hasta ahí las similitudes. Ella era, como le recordó machaconamente su suegro, el depuesto rey Humberto II de Italia, una plebeya, y siempre sería considerada como tal.
A pesar de sus esfuerzos y los de su enamorado por echar mano de un supuesto pedigrí aristocrático en su árbol genealógico de origen italiano, Marina Doria jamás recibió el beneplácito de su familia política, ni falta que le hizo. Para la familia real italiana, Marina Doria se convirtió en su Helena de Troya, la mujer por la que comenzó la disputa entre los Saboya Aosta y el único hijo del rey depuesto. Pero comenzar con mal pie con la familia de su novio no ha sido más que la punta del iceberg de lo que ha soportado Marina Doria para conservar su lugar junto a su marido y su hijo.
Marina Ricolfi Doria fue la primera mujer suiza en ganar un título mundial en esquí acuático, de hecho conquistó el mundial en esta disciplina en cuatro ocasiones. En las imágenes de su esplendor atlético, Marina posa confiada y joven con todas las virtudes que pueden adornar a una joven hija de empresario suizo como ella: melena rubia, bonita sonrisa y mirada confiada en el futuro.
Se podría decir que ese futuro que se le prometía brillante perdió lustre, de alguna forma, cuando conoció al hombre que la eclipsaría por completo. Ella, que parecía haber nacido destinada a llegar a lo más alto acabó convertida en la mujer de las gargantillas imposibles y las gafas de sol XXL siempre a la sombra de Vittorio Emanuele de Saboya, el príncipe «salvaje».
Como si de una Kate Middleton de los años 50 se tratara, desde el momento en el que el heredero de la corona italiana se fijó en Marina y la mantuvo en modo novia durante más de una década (nada más y nada menos que 16 años), la suiza pasó a un discreto segundo plano a pesar de estar, en realidad, estar en el centro de todo. Los Windsor podrían aprender mucho de su capacidad para permanecer impertérrita mientras el mundo se hunde a su alrededor, porque esa ha sido su actitud durante décadas.
Marina Doria ha aguantado más y mejor todo lo que una royal puede soportar: desde el rechazo público y notorio de su suegro hasta el cisma familiar producido por su boda final con Vittorio Emanuel, añadiendo más leña al fuego con el juicio por la muerte de Dirk Hamer del que fue acusado su esposo o la filtración en la prensa de algunas conversaciones de su marido en las que requería servicios que harían palidecer en ordinariez lo de Carlos, Camilla y los tampones . Eso sin contar con que su único hijo acabó concursando en el Festival de la canción de San Remo.
Con la misma flexibilidad con la que hacía piruetas en el agua, Marina Doria ha ido regateando polémicas. Detalles como que se sigue expresando en francés a pesar de ostentar la no-corona de Italia y es capaz de vender el legado Saboya en internet, al mismo tiempo que su esposo pone un pleito al gobierno italiano para recuperar las joyas de la familia real, muestran que, al final, siempre flota, siempre sobrevive, porque le da igual la coherencia o lo que digan los demás. Está más allá.
Su mayor triunfo, sin duda, llegó en 1970. Su prometido desde 1954 se proclamó rey de Italia para que nadie pudiera arrebatarle el título una vez que se consumara su plan: comprar dos anillos y un ramo de flores envuelto en celofán y casarse por lo civil con Marina Doria en Las Vegas.
Como si la ceremonia con una plebeya en la capital mundial de la horterada no hubiera sido suficiente para que a Umberto II le diera un patatús, el 7 de octubre de 1971 en Teherán Marina y Vittorio repitieron la hazaña y subieron la apuesta. En Irán se celebraba en aquel momento la fiesta más grande, excesiva y hortera de todos los tiempos para conmemorar 2.500 años de imperio persa.
Aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, Marina se casó de nuevo con el mismo hombre y, esta vez, con idéntica cantidad de dorados pero con mucho más lustre y por lo religioso. Vitorio Emanuel de Saboya tenía 34 años y ella 36. La prensa reunida en el país para el evento de Persépolis se zampó con gusto esta boda de un defenestrado príncipe que se casaba contra el deseo de su padre y una »heredera suiza de las galletas y ex campeona mundial de esquí acuático», como la definieron en las revistas.
La ceremonia se celebró en la capilla de una escuela católica romana dirigida por sacerdotes italianos. Todos esperaban que se diera una rueda de prensa después, pero Marina Doria no habló para los medios, ni entonces, ni ahora, dejó que la fotografiaran y se fue sin mirar atrás. Cuarenta años más tarde sigue haciendo lo mismo.