Como a otras reinas de Asia de final dramático (léase Noor de Jordania o la propia esposa repudiada del Sha de Persia, la princesa Soraya) a la última emperatriz de Irán, Farah Diba la vida no la ha tratado bien. Antes de torcerse para siempre su historia parecía un auténtico cuento de hadas: el de una estudiante de arquitectura, joven, rica y plebeya, que se enamoraba del rey de su país mientras tomaba el té con él.
Esa estudiante acabaría convirtiéndose el 21 de diciembre de 1959 en la tercera esposa del monarca de Irán y en la primera mujer que ostentó el elevado rango de emperatriz en la historia de su país. Su exilio forzoso provocado por la revolución islámica de 1979 vino precedida de suntuosas ceremonias en un salón del trono, el del Pavo Real, en el que había incrustadas 27.000 piedras preciosas.
Como aperitivo del lujo asiático que disfrutaría en su vida de casada hasta su exilio, el día de su boda Farah Diba lució un vestido diseñado por Yves Saint Laurent y tejido con hilos de plata.
Pero cuando su único hijo varón y heredero, el príncipe Reza, se casó 27 años más tarde con una exiliada iraní adolescente llamada Yasmine Etemad-Amini, el panorama era otro bien distinto.
El príncipe Reza Pahlavi y Yasmine contrajeron matrimonio el 11 de junio de 1986 en la muy poca exótica Connecticut (Estados Unidos). La ceremonia, sencilla y casi secreta por cuestiones de seguridad (no olvidemos cómo se las gastaban los adversarios de la familia real iraní, que llegaron a profanar la tumba de la princesa Soraya) reunió a los Pahlavi por primera vez en mucho tiempo, pero a nadie más.
El amor entre la joven de 16 años y el primogénito de Farah Diba, que ya había cumplido los 25, comenzó apenas un año antes en un aeropuerto. Su encuentro fruto de la casualidad y con equívocos de por medio parece más propio de las comedias románticas de sobremesa que del relato de intrigas palaciegas y rebuscadas ceremonias del té que vivió Farah Diba antes de llegar a su compromiso con el sha.
Yasmine se encontraba en el aeropuerto dispuesta a volar hasta Washington para conocer universidades de otro estado en las que matricularse en el curso siguiente cuando unos amigos se acercaron y le presentaron a un desconocido.
Como buena adolescente dispuesta a emprender su vida universitaria, Yasmine atravesaba un momento de complejos combinado con su deseo de causar una buena impresión a sus futuros compañeros de campus. Ambas circunstancias propiciaron que se pasease por el aeropuerto sin sus gafas.
Años más tarde reconocería en una entrevista que lo suyo con el príncipe persa no fue amor a primera vista porque, literalmente, cuando le presentaron a su futuro esposo no veía más allá de sus narices.
Por lo visto el príncipe Reza no estaba acostumbrado a que una exiliada iraní conservara la sangre fría en su presencia y la actitud de la joven, que no parecía para nada impresionada con él, le llamó la atención. Tanto que un año más tarde consiguió que con tan solo 17 años Yasmine se casara con él.
Al contrario que Farah Diba, que jamás volvió a París a retomar sus estudios de arquitectura tras conocer al Sha, Yasmine sí ha desarrollado una carrera propia empezando por sus estudios de ciencias políticas y derecho. Aunque más cosas distinguen a suegra y nuera: Yasmine es una princesa mucho más mediática que la ex emperatriz, de hecho se permite hasta tener cuenta de Instagram y redes sociales.
Aparte del nacimiento de sus tres hijas (las princesas Noor, Iman y Farah) poco más ha trascendido de la vida de esta princesa persa. La única vez que rompió la discreción con la que protege su vida privada fue en 2018, cuando anunció a través de su redes sociales que padecía cáncer de mama.
Mientras su vida transcurre en el anonimato, su familia política, y en especial su suegra, han seguido protagonizado titulares triste y dolorosos, como cuando se produjo la muerte de dos de los hijos de Farah Diba. En 2001 falleció la princesa Leila y en 2011 el príncipe Alí Reza se suicidó. ¿Será pasar desapercibida el truco para escapar de la maldición de la dinastía Pahlavi?