Cuando la reina Sofía regresó a Grecia con su familia, tras su exilio durante la II Guerra Mundial, tenía ocho años. Había abandonado su país, a causa de la invasión de las tropas nazis, con apenas dos años y medio, en dirección a Egipto y luego a Sudáfrica.
La familia vivió en 22 casas diferentes y, en ocasiones, en situaciones muy complicadas y llenas de penalidades. Una de las casas estaba llena de ratas y escaseaban los pañales para la princesa Irene, que nació en Sudáfrica.
Su regreso le permitió encontrarse con un paisaje de extraordinaria belleza que, a partir de entonces, doña Sofía llevó siempre en su corazón y todavía marca su memoria. Su llegada y la vista del puerto del Pireo es uno de sus recuerdos más queridos.
Las penalidades del exilio también forjaron su carácter: su resistencia ante las adversidades y su capacidad de adaptación ante todo tipo de situaciones. Su educación en el internado Schloss Salem, donde fue enviada con 14 años, terminó de forjar su personalidad, disciplinada, compasiva y resuelta, aunque algo tímida.
Un año después de su regreso, su padre, Pablo, se convierte en rey y la familia real se dedica a viajar por toda Grecia para apoyar a la población que salía poco a poco de los sufrimientos de la guerra. En numerosas ocasiones, los reyes y los príncipes tenían que alcanzar zonas escarpadas y recónditas a lomos de un burro. Así recorrió doña Sofía su país y aprendió a amar sus paisajes y sus costumbres.
En Atenas, la familia real se instaló en el palacio de Atenas. Pero es el palacio de Tatoi, la residencia de verano de la familia real griega en las afueras de la capital, donde doña Sofía siente que está su verdadero hogar. Entre frondosos pinares y bosques de eucaliptos se ve el mar, ese mismo mar que la reina Sofía tiene cerca en Mallorca y en sus recuerdos de infancia más queridos.
Este Mediterráneo que contempla desde los ventanales de Marivent es el mismo mar Egeo junto al que nació y creció. El palacio fue adquirido en 1871 por el rey Jorge I de Grecia. En Tatoi jugaban los tres hermanos, Sofía, Constantino e Irene, siempre en contacto con la naturaleza. En los jardines de Tatoi, con el aroma del romero y la jara, aprendieron a amar la vida al aire libre y a respetar y cuidar a los animales de la granja: vacas y gallinas.
Era un paraíso donde estaba prohibida la caza y las jornadas acababan con el rey Pablo contando leyendas mitológicas a sus tres hijos, mientras sonaban los nocturnos de Chopin de fondo. En Tatoi, además, Sofía e Irene hicieron varios hallazgos arqueológicos que reflejaron en dos libros, 'Cerámicas en Decelia' y 'Miscelánea arqueológica'.
Hoy se encuentra allí el cementerio real en el que están enterrados, además de otros familiares, los padres de doña Sofía, el rey Pablo, fallecido en 1964, y la reina Federica, que murió en 1981. En el antiguo palacio aún se encuentran pertenencias de la familia real griega, aunque la finca y las edificaciones, que casi amenazan ruina, excepto el recinto del cementerio, pertenecen hoy al Gobierno griego.
Dejó su país en 1962, tras boda con Juan Carlos de Borbón. También se había comprometido cerca del mar, en la isla de Corfú, en el Palacio de Mon Repos. Y en un crucero, el Agamenón, que organizó su madre, la reina Federica, conoció a Juanito, el chico de los Barcelona, aunque al principio no se hicieron ni caso y fue en una boda, varios años después, en la que se fijaron el uno en el otro.
El mar también ha sido para doña Sofía fuente de competición y orgullo. El príncipe Constantino, su hermano, ganó una medalla de oro en la categoría de vela clase Dragón en 1960 en los Juegos Olímpicos de Roma. Ella participó en el equipo griego en la reserva y, antes de los Juegos, navegó con su hermano en los entrenamientos.
Desde la caída de la monarquía griega, en 1967, doña Sofía solo volvió en dos ocasiones oficiales a Grecia: en 1981, para acompañar el cuerpo de su madre desde Madrid, donde murió, hasta el cementerio de Tatoi y, en 1998, con motivo del primer viaje de Estado del rey Juan Carlos a Grecia.
Tras el regreso de Constantino con su familia a Porto Heli, en el Peloponeso, tras autorizarlo el Gobierno griego, los viajes de la reina son frecuentes, varias veces al año, casi siempre acompañada de su hermana Irene. En 2014 viajó junto a toda su familia a Grecia para celebrar el 50 aniversario de la muerte del rey Pablo de Grecia, en su querido Tatoi.
Hace un año, volvió a Grecia para visitar las instalaciones del santuario de vida marina del mar Egeo, un centro de rehabilitación y rescate para tortugas y delfines y otros mamíferos marinos que se está construyendo con la colaboración de la Fundación Reina Sofía, en Lipsis, la más grande de un conjunto de pequeñas islas ubicadas en el sureste del mar Egeo, en el archipiélago del Dodecaneso.
La protección de los mares, y especialmente la del Mediterráneo, donde se ha desarrollado toda su vida, es ahora una de sus mayores preocupaciones. Su agenda disminuye y ella ha centrado todo su trabajo en la actividad de su Fundación. En 2019, había comenzado sus vacaciones en Marivent limpiando la basura del mar. Su conexión con el Mediterráneo sigue siendo igual de fuerte que cuando jugaba de niña en Tatoi.