26 años de su muerte
26 años de su muerte
El rey Hussein de Jordania era todavía un hombre joven, pero un cáncer linfático que se reveló intratable acabó con su vida, a pesar de todos los esfuerzos. Falleció a los 63 años, rodeado de su familia, en Amman, capital de Jordania, el 7 de febrero de 1999, tras permanecer dos días clínicamente muerto. Ocupó el trono su hijo mayor, Abdalá II, que entonces tenía 37 años, y que fue proclamado apenas una hora después del fallecimiento de Hussein por el Gobierno, antes de jurar su cargo ante una sesión conjunta de las dos cámaras del Parlamento.
Tras 47 años de reinado –ocupó el trono en 1952 con tan solo 16 años–, el mecanismo de la sucesión de Hussein se había puesto en marcha y había funcionado sin ningún contratiempo, a pesar de los temores. Dos semanas antes, el 24 de enero, había privado del título de heredero a su hermano Hassan, que lo había ostentado durante más de treinta años, y se lo había otorgado a su primogénito, hijo de su segunda esposa, Muna.
Fue Abdalá, tocado con el pañuelo beduino de cuadros blancos y rojos que corresponde a la dinastía hachemí, quien comunicó la noticia a los jordanos en un mensaje televisado y prometió que mantendría su legado. Los últimos días de Hussein de Jordania fueron trágicos. Permaneció conectado a un respirador en la unidad de cuidados intensivos del Hospital Al Husein, de la capital jordana.
Apenas seis meses antes, en el verano de 1998, tras unas fuertes fiebres que no remitían, había sido diagnosticado de un cáncer linfático del que había comenzado a tratarse con un trasplante de médula y quimioterapia en la Clínica Mayo, en Estados Unidos. Allí permaneció seis meses acompañado de su esposa, Noor de Jordania. El optimismo del rey era alto.
El 19 de enero, Hussein decidió regresar a Jordania. Estaba «recuperado», según anunció. El rey y su esposa hicieron escala en Londres y allí los médicos le aconsejaron que descansara y que se quedara en Inglaterra unas semanas, ya que todavía estaba demasiado débil para viajar. Pero Hussein aseguró que «necesitaba sentir el calor de su pueblo alrededor», y siguió viaje. Una semana después, regresaba a la clínica Mayo, de urgencia, tras empeorar, para practicarle un segundo transplante.
La reina Noor no se separó de su lado ni un momento. Cada poco se inclinaba sobre el rey para acomodarle la almohada o miraba inquieta a la enfermera al oírle murmurar en sueños. Poco a poco, veía declinar al elegante monarca que la había enamorado cuando ella tenía 27 años y con el que montaba a caballo.
El rey Hussein de Jordania, en una imagen de archivo. /
Fue el propio rey quien había desvelado su estado a su hermano Hassan, entonces su sucesor, en una carta. La escribió a mano, desde su habitación de la Clínica Mayo. «Parece que padezco un linfoma, aunque los médicos no son categóricos», aseguraba el soberano, en su escrito, que fue publicado, por indicación del monarca, en la prensa jordana para terminar con los rumores.
El segundo trasplante de médula fue rechazado por el Hussein y, a pesar de las dosis masivas de quimioterapia, entró en coma. «Ya no hay esperanza», dijeron los médicos estadounidenses. Sólo quedaba por cumplir su última voluntad: morir en Jordania.
Noor se aseguró de que se cumpliera y emprendió el último viaje con el rey rumbo a Jordania. Escoltado por un equipo de guardaespaldas y por la reina Noor, Hussein fue trasladado, inconsciente, a su avión oficial, decorado con el escudo real, que despegó del aeropuerto de Rochester, donde está ubicada la clínica Mayo.
Eran las 9:11 de la noche, hora española. El avión fue escoltado por dos cazas estadounidenses hasta la frontera canadiense. El rey, a pesar de su estado terminal, aguantó el viaje. El 5 de febrero, de madrugada, Hussein llegaba a Amman y era trasladado en helicóptero, desde el aeropuerto, a la unidad de cuidados intensivos del Hospital Hussein.
El rey Hussein de Jordania, junto a su esposa Noor, en una imagen de archivo. /
Sus médicos personales anunciaron oficialmente que se encontraba en coma y conectado a una máquina de soporte vital. Revelaron que el rey padecía un fallo de hígado, pulmones y riñones irreversible. Su familia esperó el desenlace fatal a su lado. Noor rezaba en una sala contigua a la habitación del rey. En los alrededores del hospital, los ciudadanos mantenían una vigilia.
El rey falleció a las 11:43, una hora más en España, tras desconectarle la respiración asistida, una vez que estuvo presente el heredero, Abdalá. Entonces fue declarado muerto. Tras el fallecimiento, su ataúd fue envuelto en la bandera nacional y, acompañado por tropas de la guardia de honor, fue llevado en una procesión de hora y media por las calles de la capital.
Se estima que 800.000 personas se acercaron a despedir a su rey a lo largo de la ruta. En el palacio de Raghadan, el nuevo rey, Abdalá, y los príncipes reales recibieron el ataúd, mientras la reina Noor permaneció en la puerta, rodeada de otras mujeres de la familia real, y observó de lejos cómo enterraban a su marido.