La trágica luna de miel de Juan Carlos I y la reina Sofía: una noche de bodas accidentada, seis meses alrededor del mundo e incertidumbre

Los recien casados don Juan Carlos y doña Sofía estuvieron visitando diferentes ciudades alrededor del mundo durante seis meses.

Doña Sofía y Don Juan Carlos en su luna de miel. / ABC

Elena Castelló
Elena Castelló

La luna de miel de don Juan Carlos y doña Sofía duró casi seis meses y los recién casados pudieron dar la vuelta al mundo. Parece que fue un regalo de los armadores griegos Stavros Niarchos y Aristóteles Onassis , rivales pero amigos de la familia real griega. Comenzó en la lujosa suite del Creole, el velero de los años veinte de 63 metros, considerado uno de los más hermosos del mundo, propiedad de Stavros Niarchos, dueño de una inmensa fortuna.

Pero no hubo romanticismo, en esa primera noche del 14 de mayo de 1962 a solas. La joven novia tuvo que ejercer de enfermera, además de esposa, porque días antes de la boda don Juan Carlos se había roto la clavícula izquierda practicando kárate y judo con su cuñado Constantino, heredero al trono heleno, y llevaba el brazo escayolado. Lo llevó en cabestrillo hasta momentos antes de partir hacia la catedral de San Dionisio para casarse.

Por la noche, tras el esfuerzo, el yeso se le había pegado a la piel y la llevaba en carne viva. Sofía, formada como puericultora, tuvo que ir arrancándoselo poco a poco del brazo. Parece que no hubo tiempo para lo que la madre de Sofía, la reina Federica, llamaba «hacer dinastía».

Al día siguiente, la pareja se instaló en Spetsopoula, la isla privada de Niarchos. En sus diarios , la reina Federica cuenta una curiosa anécdota. Al cabo de unos días, la familia real griega «cometió una terrible insensatez», cuando se desplazó a la isla para visitar a los recién casados, siguiendo una invitación del nuevo matrimonio, antes de que emprendieran su viaje de luna miel. El encuentro fue tan emotivo que todos acabaron llorando. «Sabíamos que sería un error, pero lo hicimos», añade Federica. Lloró incluso el rey Juan Carlos conmovido por las lágrimas de su nueva esposa.

Don Juan Carlos y doña Sofía llegando al aeropuerto de Londres.

El viaje de luna de miel empezó en Corfú, donde Sofía había pasado todas sus vacaciones, en el palacio de Tatoi, y donde, un año antes, los Borbones y los Grecia se habían reunido y se había acordado el matrimonio entre don Juan Carlos y doña Sofía. Antes de desembarcar, Sofía renunció a la fe ortodoxa y abrazó la católica apostólica y romana, en un acto privado y discreto, que el gobierno griego había prohibido que se celebrará en suelo heleno.

Bastó con una firma ante el arzobispo católico de Atenas. El viaje continuó con una parada en Roma, donde fueron los invitados del príncipe de Civitella-Cesi, Alessandro Torlonia, y su esposa, la infanta española Beatriz de Borbón y Battenberg, tíos de don Juan Carlos, en el Palacio Torlonia, cuyo origen se remonta a principios del siglo XVI. El joven matrimonio tenía la intención de saludar al papa Juan XXIII, y así lo hicieron el 4 de junio.

La intervención del pontífice había sido crucial para que su matrimonio pudiera celebrarse, a pesar de la diferencia de credos. Para esa visita, la reina Sofía lució, por primera vez, peineta y mantilla españolas, la mantilla negra al igual que su vestido de gala.

Don Juan Carlos y doña Sofía visitando a JFK. / ABC

La siguiente escala del viaje fue Madrid, donde se entrevistaron con el general Franco, en el Palacio de El Pardo. Una escala que no le hizo ninguna gracia a Juan de Borbón y Battenberg, que todavía contaba con convertirse en rey de España. Doña Sofía, aconsejada por su madre, le agradeció personalmente al caudillo el regalo de bodas que había recibido de él: una tiara floral de plata, oro y diamantes talla brillante y perilla que también podía convertirse en gargantilla, un encargo del rey Alfonso XII a la firma inglesa J.P.Colins, en 1879, para su prometida, la archiduquesa María Cristina de Habsburgo. Franco la recuperó en 1962 para ofrecérsela a la novia.

Parece que ese agradecimiento gustó al general, que entabló una buena relación con la princesa «extranjera» y recién casada. Antes de abandonar Europa, don Juan Carlos y doña Sofía visitaron a los príncipes Rainiero y Grace de Mónaco en Montecarlo, donde coincidieron con el cantante Frank Sinatra. En cada país que visitaban, los jóvenes príncipes eran recibidos al más alto nivel. Tras dejar el viejo continente, emprendieron viaje a la India, donde fueron recibidos por el primer ministro , Nehru Jawaharlal, y su hija, Indira Ghandi.

En Nepal, fueron homenajeados por el déspota rey Mahendra, en Tailandia por el soberano Rama IX y su consorte, Sirikit Kitiyakara, con la que doña Sofía siempre tuvo una relación muy cordial. En Filipinas, fueron recibidos por el recién estrenado presidente Diosdado Macapagal y en Japón por el príncipe heredero Akihito.

A pesar de su dolorosa rotura, don Juan Carlos no renunció a cargar con una cámara súper-8 durante todo el viaje para captar todos los recuerdos posibles. Mientras él filmaba, doña Sofía compraba muebles, para su nuevo hogar, o recuerdos. La última parte del viaje fue Estados Unidos, donde visitaron Hawái, California –en Los Ángeles, visitaron unos estudios cinematográficos y tuvieron la ocasión de encontrarse con varios actores de Hollywood–, Nueva Inglaterra y Florida.

En Washington fueron recibidos en la Casa Blanca por el presidente John F. Kennedy. Su periplo acabó tras una breve estancia en el Reino Unido, y una visita a Estoril, para visitar a la familia de Don Juan Carlos, como quería Don Juan, su padre. Ese invierno de 1963 les esperaba, en Madrid, una ardua tarea: la de ser aceptados por la sociedad española y convertirse en Reyes.

20 de enero-18 de febrero

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