La Gran Duquesa heredera de Luxemburgo Stéphanie, ex condesa de Lannoy /
Hoy se cumple una década de la boda entre Stéphanie de Lannoy con el heredero del Gran Ducado de Luxemburgo, Guillermo. El enlace que convertiría a esta joven apabullada en una representante más del gremio de princesas cariacontecidas y naifs en el que reina por méritos propios Charlène de Mónaco.
Los paralelismos entre Charlène y Stéphanie de Lannoy no son únicamente físicos: ambas son un verso suelto en el mundo de la realeza europea. Mientras otras aspirantes al trono muestran más entusiasmo por su papel como royals (léase Kate Middleton), a Charlène y Stéphanie siempre les ha quedado grande ese traje y así lo han confesado en público.
Cuando cumplió 32 años, la futura Gran Duquesa de Luxemburgo concedió una entrevista en el Point de Vue donde confesaba sus dificultades para asumir ese papel. A la sazón llevaba ya cinco años siendo la heredera.
«Ahora el papel de Gran Duquesa heredera forma parte integral de lo que soy, de mi personalidad, pero ese no era el caso al comienzo de mi matrimonio. Aspiraba a ello con todas mis fuerzas, por supuesto, me enfrentaba a nuevas responsabilidades y respondía a ellas lo mejor que podía, pero en ese momento algunas cosas todavía me parecían un poco abstractas», explicaba la heredera más gris de toda Europa.
Como le sucedió a Charlène cuando Stéphanie pasó por el altar en 2012 el pueblo al que debía «gobernar» no la recibió con los brazos abiertos. La percibían como una extranjera (una belga que no hablaba ni siquiera el idioma nacional) a la que se le concedió deprisa y corriendo la nacionalidad luxemburguesa 10 días antes de su boda.
Unas críticas muy parecidas a las que recibió en su día Charlène y su famosa incapacidad para expresarse en francés. Pero lo que vino después fue peor que unos rumores sobre trato privilegiado (y también la hermana con la travesía en el desierto de la monegasca).
Stéphanie y Guillermo, Grandes Duques herederos de Luxemburgo, el día de su boda. /
Con el paso de los años fue siendo evidente la incapacidad de Stèphanie para concebir un heredero, un tema que rellenó páginas y páginas de la prensa del pequeño país.
Ella, que hablaba en los días previos a su enlace de tener una familia numerosa como la suya propia (aunque tener ocho hijos como hizo su madre le parecía un poco demasiado) debía ahora tragarse sus palabras.
Cada cambio de vestuario implicaba titulares de «¿embarazo?» dentro y fuera de las fronteras de Luxemburgo y ella se defendía entonces con un tímido «no tengo planes para ser madre aún». Pero todo el mundo recordaba que los planes de la pareja era engordar el árbol familiar ducal, como mucho, tres años después de pronunciar el «sí, quiero». Un objetivo que no cumplieron en fecha y forma.
Si Charlène tiene a Carolina de Mónaco, Stéphanie también ha tenido a su peor competidora dentro de la propia corte: la mujer del hermano de su marido, Félix de Luxemburgo, la princesa Claire.
Hija de un rico empresario, extremadamente elegante y morena, amiga de Pierre Casiraghi, Claire ha sido durante mucho tiempo la favorita de los medios. Para mayor agravio comparativo Claire resultó infinitamente más fértil que Stèphanie: la princesa Amalia de Nassau nació un año después de su boda y el príncipe Liam llegaría dos años después.
Pero el momento más bajo de la fama de Stèphanie llegó cuando se descubrió que la compañía en la que había trabajado en 2010 era, en realidad, una estafa piramidal.
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De aquella la libró un comunicado oficial de la Gran Casa Ducal declarando su inocencia a los cuatro vientos y la campaña de marketing posterior que se desplegó para impulsar su figura.
Hoy la esposa del Gran Duque Heredero Guillermo desarrolla actividades principescas hechas a su medida, patronatos en la Fundación Amigos de los Museos de Arte e Historia de Luxemburgo y el Museo de Arte Moderno Grand Duke Jean (Mudam).
Y lo mejor de todo: en 2020 consiguió darle a Luxemburgo el heredero que todos ansiaban, el príncipe Carlos de Luxemburgo. De hecho, Stéphanie está ahora mismo embarazada de su segundo hijo (o hija), lo que la valida por fin a ojos de su pueblo adoptivo y la afianza en su papel de consorte ideal.
Como sucedió con Charlène, no está de más recordar que las princesas naif (de las que nadie espera nada) siempre ríen las últimas (y siempre ríen mejor).